Balance indispensable (1): Latinoamérica y Caribe

Para los reformistas la reforma es entonces el punto de llegada; para los revolucionarios, el punto de partida.

En conjunto las fuerzas sociales y políticas que buscan el cambio en Latinoamérica y el Caribe se proponen superar el modelo neoliberal que ha entrado en crisis profunda en todo el planeta. Este modelo de capitalismo es mucho más que una política económica cuyo eje fundamental da al mercado la mayor hegemonía posible reviviendo la vieja consigna del “dejar hacer, dejar pasar”. En efecto, el neoliberalismo que se impuso en esta región desde los años 70 del siglo pasado ha impuesto formas nuevas al Estado y al mismo orden social, nuevas reglas en las relaciones internacionales que se podrían denominar como neocoloniales y en armonía con todo ello la imposición de una nueva cultura acorde con el darwinismo social que encarna el neoliberalismo.

El yugo opresor del darwinismo social

Para las fuerzas sociales del cambio en este continente se presentan entonces dos grandes retos, asociados a la meta de superar el modelo neoliberal: superar los obstáculos estructurales que determinan la enorme desigualdad en todos los órdenes reflejada en el atraso y la pobreza y terminar con el vínculo desventajoso que une a esta región con el tejido mundial para superar su condición de naciones periféricas, prescindibles y de socios menores de las metrópolis, en particular de Europa y los Estados Unidos. Cuando en casi todos estos países se celebran los doscientos años de su independencia como naciones, el cambio actual impone una suerte de nueva emancipación estrechamente unida a la tarea de superar el atraso relativo que les afecta en lo interior y su enorme debilidad en sus relaciones internacionales. Este doble objetivo tiene, como punto de partida, la actual lucha social y política por la democracia y la modernidad.

Si se revisan los programas de las fuerzas sociales y políticas que en esta coyuntura encarnan el cambio en Latinoamérica y el Caribe se puede constatar que al menos dos serían las tendencias principales: quienes se proponen salir del modelo neoliberal vigente y en crisis pero no cuestionan en lo fundamental al sistema capitalista. Sus programas apuntan entonces a conseguir la democracia y la modernidad en todas las esferas del orden social manteniendo el ideario liberal como norte; una suerte de capitalismo que en muchos aspectos sería una vuelta relativa al modelo keynesiano en la reforma interna y el impulso de formas adecuadas de proteccionismo. ¿No lo hacen acaso los países metropolitanos?

La gran debilidad de este proyecto de los reformistas criollos es que no cuentan con sectores decisivos de la gran burguesía dispuestos a apostar por este tipo de soluciones. La llamada “apertura” de los mercados ha golpeado mucho a los sectores medios del empresariado y ha “proletarizado” a no pocos en la pequeña burguesía rural y urbana. Los sindicatos no son precisamente fuertes en la región fruto de los procesos de desindustrialización no menos que de la represión oficial y paramilitar. En Colombia, por ejemplo, los sindicatos han sido literalmente exterminados y solo sobreviven, difícilmente, en algunos sectores minoritarios aunque decisivos.

Los reformistas enfrentan entonces la batalla con fuerzas sociales muy debilitadas y con niveles de organización muy mejorables; las dictaduras no han sido en vano y no es fácil que consigan respaldos suficientes para acceder al gobierno y con mayor motivo para gobernar; tampoco está en su proyecto de clase fomentar fuerza decisiva a los sectores asalariados. En su contra están además no solo los grandes grupos empresariales (nacionales y extranjeros) que son los mayores beneficiarios del modelo neoliberal, sino buena parte de las estructuras estatales, claves para impulsar las reformas, y en particular deben contar con la hostilidad de los cuarteles (militares y policías) que salvo excepciones, son siempre la opción permanente de los grandes grupos de intereses (nacionales y extranjeros) si las fuerzas del cambio ponen en riesgo sus actuales privilegios.

Los partidarios de una revolución, es decir, de ir más allá de la reforma del capitalismo parecen sin embargo coincidir con los reformistas en el objetivo de impulsar los cambios sin afectar la esencia del orden capitalista. Estas fuerzas políticas y sociales, en términos generales comparten con los reformistas la necesidad y sobre todo la pertinencia de avanzar de forma prudente en armonía con la real correlación de fuerzas disponible, a fin de no provocar combates imprudentes que frustren avances posteriores. Inclusive quienes aún se mantienen en armas –caso de Colombia- no proponen la revolución socialista de inmediato y se declaran su acuerdo con las reformas siempre y cuando apunten a resolver los padecimientos más agudos de las mayorías sociales y que exista un compromiso efectivo de hacer cumplir las propias normas del orden burgués; o sea, civilizar la acción política, modernizar y democratizar su ejercicio, impulsar reformas que son perfectamente compatibles con un orden burgués. Desde esta perspectiva parece posible avanzar hacia una alianza con bases sólidas entre reformistas y revolucionarios.

En algunos casos, en las alianzas serán predominantes las fuerzas partidarias de la reforma del sistema sin superar el capitalismo (Méjico, Argentina y Brasil, por ejemplo); en otros, quienes aspiran a construir un orden social esencialmente nuevo y alcanzan la hegemonía en el proceso (en Perú y Bolivia, por ejemplo) entienden la reforma como un paso inicial en el proceso de cambios, un paso que en el futuro permita alcanzar un orden social diferente. Para los reformistas la reforma es entonces el punto de llegada; para los revolucionarios, el punto de partida. Los reformistas en tantos casos no muestran suficiente energía como para superar el modelo neoliberal y muestran pocos avances en la formulación del tipo de capitalismo al que aspiran. Sus derrotas temporales en países como Uruguay y Brasil pueden servir de referencia válida para el debate sobre las posibilidades y límites de la reforma en estos países periféricos; por su parte, los revolucionarios muestran bastante madurez para avanzar sin precipitarse y tienen como gran desafío desarrollar la utopía socialista que les inspira, tanto en su formulación teórica como en las vías más adecuadas para lograrla. En el continente tienen el proceso cubano como un referente muy destacado para construir su propio proyecto. Igualmente interesante, por otros motivos, es sin duda el proceso venezolano (con sus aciertos y errores).

Pero reformistas y revolucionarios tienen un reto común y de gran trascendencia: la cuestión nacional, es decir, formular un proyecto que permita superar no solo el atraso y la pobreza actuales sino conseguir que sus naciones superen la condición de simples proveedores de materias primas, mercancías de escaso valor agregado y mano de obra barata para los mercados metropolitanos; poner fin actual sistema de endeudamiento externo que sustrae buena parte de la riqueza nacional en beneficio los centros mundiales de la especulación; reformar radicalmente sus fuerzas armadas para que sean realmente nacionales y no solo instrumentos de la gran burguesía criolla, o peor aún como en el caso de Colombia, simples complementos menores de las fuerzas armadas gringas; Impulsar una industrialización básica que vaya más allá delos tradicionales modelos “desarrollistas” de antaño y avanzar todo lo que sea factible en la integración regional para fortalecer la presencia de Latinoamérica y el Caribe en el escenario internacional.

Juan Diego García para La Pluma, 10 de agosto de 2021

Editado por María Piedad Ossaba