Últimamente los universitarios pumitas, es decir, los profesores, alumnos, trabajadores, egresados, aficionados, familiares y amigos de la UNAM y sus equipos de fútbol, fútbol americano y otros deportes, un porcentaje muy alto y significativo de la población mexicana y latinoamericana ‒la UNAM es verdaderamente un símbolo nacional y latinoamericano, como lo expresa en su escudo, y lo es para muchos suramericanos y centroamericanos que nos hemos formado en ella‒, vivimos preocupados por la actual y delicada serie de noticias, infundios y actos relativos a nuestra emblemática casa de estudios: un asesinato en una preparatoria, algunos suicidios, llamadas anónimas amenazando a profesores y autoridades, restaurantes y cafeterías con precios inalcanzables para la mayoría de los alumnos, profesores investigadores que no pueden o se niegan a dar clases, la mayoría de los cursos impartidos por profesores de asignatura con salarios realmente muy bajos, intentos de castigar la protesta, acuerdos, alianzas y cobros determinados por criterios meramente económicos, descuidos en las funciones y tareas, puestos hereditarios, despilfarro, simulación y corrupción, imposibilidad de erradicar el acoso sexual y laboral, denuncias de acoso sin resolver, impunidad para ciertos poderosos, amenazas de bombas y tiroteos, destrucción de instalaciones y libros, mantenimiento por décadas del auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras tomado por personas ajenas a la universidad, entrada “por error” de un vehículo del ejército, perfilamientos y acoso a algunos líderes estudiantiles, paros sin peticiones claras y dirigidos por encapuchados, huelgas y tomas de instalaciones sin consultar a las mayorías y sin mecanismos democráticos claros para levantarlos, desconocimiento de decisiones tomadas por asambleas y, como si fuera poco, una gran polarización, radicalización y señalamientos que impiden el diálogo y la reflexión necesarios no sólo para la universidad sino para la sociedad en general, una sociedad cada vez más en manos de la violencia y la radicalización, una sociedad urgida del ejemplo dialógico, reflexivo, ético y democrático de sus sectores más formados…
Hace unos días hubo una amenaza de bomba en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo y dos amenazas de tiroteos…

Una amiga muy querida me relató así el suceso, con miedo e indignación:
“Oye querido Mario, hoy avisaron que había una bomba en el MUAC. Mi hija estaba ahí. Los desalojaron. Me contó que fue un susto enorme, algo que no quisieras que tu hija viviera. Creo que ya se les pasó la mano a esos grupos que quieren sacar al rector. La verdad, no apoyo nada de eso.
Me sorprendió, y me dolió mucho… Le contesté conmovido:
¡Qué horror! ¡Qué pena! ¡Me parece terrible el terrorismo! Infame, inadmisible, inhumano, agrego. No me gustaría que mi hija viviera esa situación, ¡ni nadie! Me duele que tu hija la hubiera tenido que sufrir… Ahora, no tengo idea de quiénes sean, y no sé si quieren sacar o mantener al rector…
Creo que los problemas en la universidad, y en la sociedad, se deberían de resolver reflexionando, hablando, platicando, conversando, negociando…
Estoy convencido, además, de que la crisis y la necesidad de cambio de la UNAM no se resuelven con un simple cambio de rector, ni de un día para otro, ni están en manos de un solo sector ni excluyendo a nadie: es necesario un serio y cuidadoso proceso democrático de diagnóstico y de construcción consensuada de propuestas y soluciones en el que participen directivos, profesores, alumnos y trabajadores, con la natural y necesaria riqueza de experiencias y posiciones pedagógicas, académicas, administrativas, organizativas, ideológicas y políticas…
Su muy breve y fría respuesta: “Pues… Pues… Pues…” Me confirmó lo que yo había sentido en su primer mensaje: pensaba que yo, por haberle contado la crisis que estamos viviendo, y por haber expresado mi convicción de que son necesarias una discusión y una reforma de nuestra querida UNAM, estaba de acuerdo con los que buscan “sacar al rector” y con los actos terroristas que estamos sufriendo y les atribuyen a ellos… Me dolió… Le pregunté si eso era lo que pensaba, y me contestó con un lacónico “Sí…” Entiendo que el miedo y el dolor sufridos por su hija y por ella la hayan orillado a es idea… Pero reconocer y plantear la necesidad no lo hacen a uno ni porro ni terrorista…
Pero, más allá de la triste anécdota personal, su repuesta me permitió darme cuenta de que nuestra crisis es mucho más grande y grave de lo que pensaba: la polarización y la radicalización que estamos experimentando no nos permiten ser empáticos ni reflexionar ni dialogar… Además, percibo miedo, indiferencia y temor a opinar por las posibles represalias…
La violencia verbal y física, la polarización y la radicalización, la falta de empatía, diálogo y análisis, el miedo y la indiferencia, no nos permiten avanzar en la solución de la creciente crisis que estamos padeciendo…
La verdad, no entiendo qué está pasando en nuestra UNAM, ni quienes son los unos ni quiénes son los otros ni lo que quieren unos y otros…
Nuestra UNAM necesita un cambio, sí: con análisis, pláticas, propuestas y negociaciones, con empatía y fraternidad, con amplia participación de los estudiantes, profesores y trabajadores; no con pequeñas asambleas manipulables, ni a punta de señalamientos, descalificaciones, amenazas y bombas…