Pescadores en el Caribe colombiano

Como un eco del pasado, la vieja oligarquía intenta regresar al poder. Reaparecen los discursos de la “mano dura”, los mismos que en nombre del orden justificaron bombardeos, “falsos positivos” y desapariciones. Vuelven a hablar de “patria”, pero su patriotismo siempre termina en los bolsillos de los poderosos.

La historia enseña que cuando el pueblo olvida, el horror regresa. Por eso hoy, más que nunca, es necesario recordar. Recordar a los pescadores del Caribe. Recordar los quinientos vuelos. Recordar los silencios cómplices. Porque solo la memoria puede impedir que el país vuelva a hundirse en el fango del miedo y la mentira.

Pescadores en el Caribe colombiano.

Cuando la soberanía se quiebra, el silencio se convierte en cómplice.

En las costas del Caribe colombiano, las olas siguen rompiendo contra la arena. Pero entre el rumor del mar se esconde un grito ahogado: el de los pescadores que nunca regresaron. Hombres del mar, padres, hijos, vecinos fueron abatidos por misiles y drones extranjeros, bajo el argumento de combatir el narcotráfico. La versión de la oligarquía ultraderecha los tildó de criminales. Las familias, en cambio, los recuerdan como trabajadores que buscaban sustento.

La tragedia ha pasado prácticamente desapercibida. En los corporativos medios medios de comunicación de la oligarquía no hubo cadenas nacionales, ni homenajes, ni rendición de cuentas. Solo un silencio espeso, el mismo que siempre ha acompañado a las víctimas cuando los responsables visten de poder y hablan el idioma de la impunidad.

Del Caribe al Capitolio: las sombras de la complicidad

Recientemente, senadores demócratas en Estados Unidos cuestionaron abiertamente las acciones militares ejecutadas durante el mandato de Donald Trump, y la forma en que gobiernos aliados incluido la oligarquía de la ultraderecha de Colombia han otorgado carta blanca para intervenir en aguas del Caribe. Siete bases militares americanas. La denuncia vuelve a abrir una herida que nunca cerró: la entrega paulatina de la soberanía colombiana bajo el disfraz de cooperación internacional.

Los mismos sectores que hoy pregonan moral y seguridad fueron quienes, durante años, abrieron los cielos y mares colombianos para operaciones militares foráneas. Y no solo eso: los mismos apellidos que dominaron la política reciente de Uribe a Pastrana, de Duque, los clanes Gnecco y Char figuran también en investigaciones que relacionan el poder político con redes del narcotráfico.

No se trata de rumores. Un expiloto del clan Cifuentes Villa declaró que quinientos aviones cargados de cocaína salieron desde un aeropuerto bajo control gubernamental en Medellín. Quinientos vuelos. Quinientos silencios. ¿Y nadie vio nada?

El espejo roto del poder

Colombia ha vivido durante décadas bajo una paradoja cruel: los que prometen “orden” son los mismos que sembraron el caos. Los que se declaran “defensores de la patria” entregaron sus fronteras a intereses extranjeros. Los que acusan al Gobierno actual de “narcopolítica” son los herederos de un sistema que convirtió la cocaína en combustible del poder.

Mientras tanto, el pueblo colombiano paga el precio de esas alianzas perversas: pescadores muertos, líderes sociales asesinados, regiones enteras abandonadas y un país que se debate entre la esperanza y la desmemoria.

Hoy, por primera vez en mucho tiempo, el Estado colombiano con el Gobierno del Cambio que lidera el presidente Gustavo Petro ha comenzado a enfrentar el flagelo del narcotráfico sin arrodillarse ante Washington. Se han decomisado toneladas de droga, extraditado capos y puesto en evidencia a las redes que antes operaban con impunidad. Ese avance, sin embargo, ha despertado el miedo de quienes vivieron de la oscuridad.

Pescadores colombianos están atemorizados por bombardeos de EE.UU.: “Van acabar con la pesca artesanal”, afirman.
El retorno del discurso del miedo

Como un eco del pasado, la vieja oligarquía intenta regresar al poder. Reaparecen los discursos de la “mano dura”, los mismos que en nombre del orden justificaron bombardeos, “falsos positivos” y desapariciones. Vuelven a hablar de “patria”, pero su patriotismo siempre termina en los bolsillos de los poderosos.

La historia enseña que cuando el pueblo olvida, el horror regresa. Por eso hoy, más que nunca, es necesario recordar. Recordar a los pescadores del Caribe. Recordar los quinientos vuelos. Recordar los silencios cómplices. Porque solo la memoria puede impedir que el país vuelva a hundirse en el fango del miedo y la mentira.

Una verdad que el mar no puede callar

El Caribe colombiano guarda demasiadas tumbas sin nombre. Y aunque los poderosos intenten tapar la verdad con titulares, el mar tiene memoria. Cada ola que golpea la costa lleva consigo una pregunta que retumba en la conciencia nacional:

¿Quién responde por los muertos?

Esa pregunta no busca venganza. Busca justicia. Busca dignidad.

Porque un país que no defiende a sus pescadores, que permite que fuerzas extranjeras los bombardeen, que calla ante la impunidad, no puede llamarse soberano.

Hoy, Colombia se encuentra frente a un punto de no retorno. Entre el pasado que huele a pólvora y el futuro que exige valentía.

El cambio no es un lujo político; es una necesidad histórica.

Que este artículo no sea un grito aislado, sino un eco que despierte conciencia. Porque la verdad, tarde o temprano, siempre regresa con la marea.

Omar Romero Díaz

Fuente: Cronicón, 6 de noviembre de 2025

Editado por María Piedad Ossaba