“Conquista las mentes y tendrás todo”.
El modelo de sociedad que tiene Colombia es el resultado de diferentes narrativas difundidas durante su historia. Han sido creadas por los opresores y replicadas por los oprimidos. El sistema económico de explotación, exclusión y despojo fue legitimado mediante relatos que instalaron en las mentes la idea de que era el más adecuado, el que se usa en todos los continentes. Igual sucedió con el sistema político de corrupción, saqueo e instrumentalización.
Inicialmente se instauró una sociedad semifeudal, de hacendados terratenientes y jornaleros a destajo, cargando éstos en sus hombros la extracción de minerales y la exportación de bienes agrícolas. Los trabajos en el campo eran muy duros, las jornadas largas, los salarios miserables. La narrativa para imponer este modelo de sociedad se apoyó en la necesidad del esfuerzo de la población más pobre porque el proyecto de la república apenas estaba despegando.
Luego, a principios del siglo XX cuando surgió la clase obrera (campesinos expulsados que llegaron a la ciudad en busca de mejores oportunidades) los salarios mejoraron, pero las condiciones de trabajo obligaron a mujeres y hombres a permanecer en ambientes sanitarios poco aptos para la salud humana, con poco tiempo para las comidas y el descanso. La narrativa que convalidó este estado de cosas invocó la situación que se vivía en todos los países capitalistas, es decir aquella que aseguraba que en todas partes los obreros trabajaban hasta romperse el lomo para el bien de todo el país, que en realidad era principalmente para la acumulación de capital y bienestar de una clase social privilegiada.
La doctrina social de la iglesia que promovía la moral al interior de las fábricas (protección de las mujeres) y la superación de las rudas condiciones laborales, llevó a muchas empresas a mejorar la vida de los trabajadores. Otro sector religioso impulsó la narrativa de la lealtad a los valores de la familia, la tradición y la propiedad. El surgimiento de las huelgas obreras y los sindicatos contribuyó a las mejoras salariales y a la adquisición de bienes para el buen vivir como obtener una casa en muchos trabajadores. Colombia se industrializó gracias a la capacidad y tenacidad de los trabajadores. Sin su trabajo hubiera sido imposible la construcción de riqueza. La narrativa que se difundió predicaba que el capital (los señores empresarios) fueron los grandes gestores de la robusta industrialización que iba viento en popa. Es decir, había que agradecer eternamente a los capitalistas los salarios que pagaban, y eran desagradecidos y elementos “comunistas” quienes hicieran reclamos y huelgas. Desde las primeras huelgas textileras y bananeras, la lucha sindical se consideró “subversiva” y se reprimió y satanizó con violencia.
Desde 1920, se incrustó la narrativa de que todos los que luchan por otro sistema social más justo eran peligrosos revolucionarios y debían perseguirse. En un país proclive a las narrativas dogmáticas y fundamentalistas esa idea contra la población pensante, democrática y revolucionaria caló hondo; los efectos devastadores de esa narrativa aún se viven en la sociedad colombiana. La sangre sigue corriendo en las calles y veredas. La narrativa buscaba negar un mayor margen de participación de los obreros en las ganancias productivas; los grandes empresarios no sólo hicieron fortuna con el sudor y el desgaste físico de los trabajadores sino con su acceso al uso de los dineros del Estado, dineros de todos los colombianos que los políticos ofrecieron a manos llenas. Se amalgamaron la administración pública y la privada. Una casta empresarial-política se apoderó del control de las riquezas nacionales.
La industria empezó a decaer desde 1970. El agro desde 1990. El golpe mortal lo decretó la “apertura económica” del presidente neoliberal Cesar Gaviria. La elite dominante justificó lo que sería la entrega de empresas estatales, de sectores estratégicos, de empresas nacionales, del agro, a la inversión extranjera, con la narrativa de la inserción en los mercados internacionales, lo que en buen castellano significa, la renuncia a la producción nacional para favorecer las políticas de sometimiento económico imperiales.
Cesar Gaviria también firmo el fatídico Decreto 356 de 1994 que creaba las Convivir, a las que posteriormente desde 1997 el gobernador de Antioquia Álvaro Uribe Vélez dio alas, llegando a consolidar más de 70 en el departamento y más de 400 en todo el país. Ya sabemos los resultados de esas máquinas de matar, resultados que fueron defendidos con la narrativa que inició en los años 20 consistente en no dejar entrar “el comunismo terrorista” a Colombia. Lo que se ocultaba con dicha narrativa era la lucha de clases de arriba hacia abajo, la guerra de la oligarquía contra el pueblo inconforme para que no prosperara un modelo de desarrollo con alguna justicia social. Siendo presidente (2002-2010) no le bastaron a Uribe Vélez las convivires convertidas en bloques paramilitares, sino que promulgó el decreto 1400 de 2006 que incentivó mediante bonificaciones por éxitos militares a los miembros de la fuerza pública y del DAS a asesinar más de 6.402 jóvenes inocentes en falsos positivos. Tanto el Decreto 356 de 1994 como el 1400 de 2006 obedecían a la narrativa de “combatir el enemigo interno”, que no sólo fueron las Farc sino todos aquellos que promovieran cambios políticos y sociales para democratizar la sociedad, es decir, los estudiantes, los sindicalistas, los líderes sociales – ambientales, los cuadros políticos de la izquierda, los profesores divergentes, las mujeres y campesinos organizados.
La narrativa opresora que conquistó a más de medio país fue la del locuaz dirigente paisa, quien propagandizó la teoría de “cuidar los tres huevitos: la Seguridad Democrática, la confianza inversionista y la inversión social”. Al cabo de sus dos mandatos esos huevitos reventaron, dejando un país amputado de preciosas vidas humanas, despojado por la codicia empresarial multinacional, con un ejército envilecido por la Ley 1400 que prometía licencias y dinero a cambio de litros de sangre, con la salud convertida en mercancía y con la reversión de derechos laborales conquistados. La seguridad fue antidemocrática, persiguió el pensamiento crítico, a los demócratas y revolucionarios. La confianza inversionista enriqueció a los capitales golondrina y a los saqueadores de materias primas y patrimonio público. La inversión social fue una dádiva utilitarista para familias en acción pobres.
Esa narrativa de “los tres huevitos” es la que intentan volver a posicionar en las mentes de los colombianos. Todo está orquestado con un plan meticulosamente articulado para difundir narrativas alrededor de esos temas. El asesinato del senador Uribe Turbay (ejecutado para desestabilizar el gobierno y el país) ha sido instrumentalizado para ahondar varias narrativas:
1. Este gobierno es el peor, nos devolvió a horribles momentos de la violencia.
2. Gustavo Petro fue el autor intelectual del asesinato de Uribe Turbay.
3. Este gobierno es de guerrilleros que favorece a guerrilleros y jefes de bandas criminales con una falsa Paz Total.
4. Este gobierno “narcosocialista” persigue a la oposición política.
5. Tenemos que reaccionar ante todo lo grave que está sucediendo (golpe blando).
6. Si Petro no fuera presidente no hubieran matado a Uribe Turbay.
7. El gobierno azuza el odio y la violencia.
8. El gobierno amarró las manos a la fuerza pública.
La propia familia del senador asesinado pidió al presidente y miembros del gobierno no asistir a las ceremonias de exequias. De esa forma enviaron el mensaje de que el gobierno es el principal culpable de esa muerte. El papá del desaparecido entregó las banderas de su hijo al condenado Uribe Vélez “para que Colombia pueda volver a la seguridad (los tres huevitos)”. Volver a un tenebroso pasado.
La Andi [Asociación Nacional de Empresarios de Colombia ] no invitó al presidente a su congreso en Cartagena, donde se dedicaron a hacer política contra el progresismo. Queda demostrado una vez más que La Andi no es un gremio sino un partido político que está contra el bienestar del pueblo. El empresariado colombiano es muy mediocre y facilista; no hace innovación significativa, no produce elementos indispensables para el consumo interno, se inclina a los procesos productivos más fáciles; no aplicó la reconversión industrial y dejó acabar las textileras, no abarata la producción. Cerró empresas para dedicarse al rentismo, a transacciones financieras, al sector servicios de rápidos retornos. Crecieron sus empresas con los dineros del Estado; el gran ejemplo de ello es Luis Carlos Sarmiento que controla peajes, banca, construcción de obras publicas y otros contratos. El empresariado colombiano no piensa en el servicio eficiente al pueblo sino en sus ganancias anuales, en su acumulación infinita de capital. La integración vertical permitió que las EPS (empresas postcapitalistas de la salud) construyeran edificios, hoteles, adquisición de otros bienes, con los dineros de los impuestos de todos los colombianos. “Exitosos” empresarios de la salud protegidos con la narrativa de “el mejor sistema de salud del mundo”, otra gran mentira.
Los planes de los opresores son muy predecibles. Acuden siempre a las mismas narrativas. Ellas les han dado resultado durante la vida republicana. Con esas narrativas han sometido las mentes y han gobernado. Se consideran dueños de la verdad, herederos del poder, intocables, dignos de reverencia.
El principal recurso del establecimiento opresor es la mentira traducida en narrativas. Sus únicas propuestas han sido falsedades y más violencia para vender la seguridad como narrativa de solución política. Se sostuvieron en los gobiernos estigmatizando a los contradictores políticos, generando mentiras y miedo. No se puede esperar nada diferente en el año que le falta al gobierno del Pacto Histórico.
Todo lo tienen calculado. La narrativa de declarar magnicidio, mártir y gran líder a Miguel Uribe Turbay apunta a revivir “los tres huevitos”, tarea que ya le había encomendado el “patriarca”. Todo el libreto que constituyen esas narrativas recrudecerá la lucha de clases, se destilará más odio contra el pobre. Agréguese la promesa de “balin” para los “terroristas guerrilleros” (el progresismo) por parte del candidato Santiago Botero; y la cruzada del otro candidato, Abelardo De la Espriella, para “destripar la plaga de los zurdos”. Guerra avisada no mata soldado. También recrudecerá la narrativa de linchamiento al gobierno nacional. Será pan de cada día con mayor virulencia. No tienen nada más que ofrecer.
Ante este desolador panorama político, el país pensante, ecuánime y decente tiene que unirse en otro plan articulado para difundir causas edificantes, es decir fortalecer y divulgar las narrativas de los oprimidos. Es momento de hablar de la defensa de la vida de cualquier persona; de fomentar la cordialidad, el respeto a la alteridad, el buen uso de las palabras, el cuidado de nuestros actos; la protección del agua y los ecosistemas; la consecución de la justicia social; el aseguramiento de educación y salud de calidad para todos. Debe primar el amor y el uso responsable del discurso. Advertir, una y otra vez, quien predica violencia recibe tarde o temprano la violencia, quien justifica con falacias la violencia estructural de un modelo económico de explotación y despojo contribuye a su propia tragedia. La apuesta de los oprimidos es por la vida gratificante y plena de todos los colombianos, ningún ser humano puede estar por encima de otro ser humano.
Tigrillo L. Anudo, 18-8-2025