La política exterior de Estados Unidos hacia América Latina ha estado marcada históricamente por una combinación de intervenciones directas, sanciones económicas, alianzas estratégicas, cuyo mayor partido siempre lo saca Washington, y un falso discurso centrado supuestamente en “la defensa de la democracia y los derechos humanos”. Sin embargo, detrás de estos principios, subyacen intereses geopolíticos, económicos y de seguridad que han moldeado las relaciones de EE.UU. con la región.
Las más recientes sanciones impuestas a Brasil, Cuba y Venezuela, junto con las fricciones constantes con México, reflejan la compleja y, a menudo, contradictoria política estadounidense hacia sus vecinos del sur.
La política agresiva del Gobierno de Donald Trump hacia varios países de la región ha conllevado a que la desconfianza de América Latina vaya en aumento, más aún cuando EE.UU. en su decadencia moral y política se ha tornado en una nación beligerante que busca por todos los medios mantener su hegemonía, en medio de la irrupción de un mundo multipolar.
La prepotencia e insolencia del magnate presidente de EE.UU., Donald Trump, constituyen factor de rechazo y desconfianza en amplios sectores políticos y sociales de América Latina.
Sanciones como herramienta de política exterior
Las sanciones económicas y diplomáticas han sido uno de los instrumentos predilectos de Estados Unidos para influir en los gobiernos latinoamericanos que considera problemáticos o contrarios a sus intereses. En su hipócrita discurso Washington busca justificaciones para hacer ver que sus atrabiliarias acciones son una respuesta a violaciones de los derechos humanos, corrupción o desviaciones democráticas, sus verdaderos efectos y motivaciones no son más que injerencismo puro y duro
Las sanciones rara vez cumplen su objetivo declarado de cambiar el comportamiento de los gobiernos sancionados. Más bien, tienden a agravar las condiciones económicas de las poblaciones, debilitar a la sociedad civil y fortalecer a las corruptas élites gobernantes de derecha, quienes las usan como pretexto para la represión o el nacionalismo.
Muchas de estas medidas unilaterales han sido criticadas por organismos multilaterales que las consideran contrarias al derecho internacional y a los principios de no intervención y autodeterminación.
Brasil: tensiones recientes y sanciones selectivas
Históricamente, la relación entre Estados Unidos y Brasil ha oscilado entre la cooperación estratégica y la competencia regional. Brasil, como potencia emergente y miembro del BRICS, busca una mayor autonomía en su política exterior, lo que ha generado tensiones con Washington, especialmente en temas como el medio ambiente, el comercio agrícola y la defensa de la soberanía amazónica.
Durante los últimos años, Estados Unidos ha ejercido una presión significativa sobre Brasil en cuestiones ambientales, especialmente relacionadas con la deforestación de la Amazonía. Si bien no se han impuesto sanciones económicas de gran escala equiparables a las de Cuba o Venezuela, sí se han aplicado restricciones comerciales y amenazas de bloqueo de financiamiento internacional como forma de coerción. Estas presiones han sido recibidas con resentimiento por sectores del Gobierno brasileño que ven en ellas una injerencia en asuntos internos.
El caso de Brasil ejemplifica cómo las sanciones y presiones pueden también tener un trasfondo de competencia económica, ya que Washington busca limitar la influencia china y europea en Suramérica, así como proteger la competitividad de sus propias empresas agrícolas y tecnológicas.
Cuba: seis décadas bajo embargo
El embargo económico a Cuba es, quizás, el ejemplo paradigmático del uso de sanciones por parte de Estados Unidos en América Latina. Impuesto en 1962 y reforzado a lo largo de las décadas, el embargo ha sido ampliamente condenado por la comunidad internacional y, sin embargo, persiste como símbolo de la política de aislamiento estadounidense, configurándose en un crimen de lesa humanidad
Después de más de 60 años, el embargo no ha logrado su objetivo declarado de debilitar al Gobierno cubano o impulsar un cambio de modelo político para beneficio de la mafia cubana-estadounidense. Por el contrario, ha contribuido al sufrimiento de la población y ha servido para solidificar su conciencia política.
El inhumano bloqueo impuesto a Cuba por el Gobierno de Estados Unidos se ha agravado con la nueva llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Mientras Estados Unidos promueve relaciones con gobiernos de dudosa legitimidad en otras regiones, mantiene una política punitiva ineficaz sobre Cuba, lo que refleja incoherencia y la influencia de factores internos (particularmente el lobby cubano-americano en la política estadounidense).
El infame embargo ha sido motivo de fricciones diplomáticas con otros países latinoamericanos, que lo consideran una reliquia de la Guerra Fría y un obstáculo para la integración regional.
Venezuela: el afán por robar sus recursos naturales
Venezuela ha estado en el centro de la política estadounidense hacia América Latina en la última década. Las sanciones impuestas al Gobierno venezolano no tienen más motivaciones que el saqueo por parte de Washington de los magníficos recursos minero-energéticos de esta nación suramericana.
Numerosos estudios señalan que las sanciones si bien han agravado la crisis social y económica en Venezuela, hoy el Estado venezolano hace frente con éxito el ataque de EE.UU., pudiendo garantizar los servicios básicos a la población.
Históricamente EE.UU. ha codiciado el petróleo de Venezuela.
La política de sanciones ha provocado divisiones en la comunidad internacional y ha dado pie a que el Gobierno de Caracas haya logrado solidificar una relación diplomática, económica y política con Rusia, China e Irán, países que están contribuyendo de manera eficaz para contrarrestar la presión estadounidense.
Lejos de generar la posibilidad de un viraje político como lo busca EE.UU., las sanciones han endurecido las posturas del Gobierno de Nicolás Maduro, que ha logrado legitimarse en las bases populares.
México: socios, vecinos y tensiones crónicas
La relación con México es única por la profundidad de los lazos económicos, sociales y culturales, y por la extensión de la frontera compartida. Sin embargo, la política estadounidense ha estado marcada por tensiones crónicas en temas como migración, seguridad fronteriza, tráfico de armas y drogas, y comercio.
La presión ejercida por Estados Unidos para que México contenga los flujos migratorios en su territorio ha implicado la militarización de la frontera sur mexicana y la implementación de políticas restrictivas, con un alto costo humano y social.
Si bien los acuerdos comerciales han fortalecido la cooperación económica, las renegociaciones impulsadas por Washington han respondido más a intereses internos y electorales que a una visión de integración regional.
Las diferencias en enfoques sobre derechos humanos, energías limpias y seguridad han generado choques recurrentes, aunque se evita la imposición de sanciones generalizadas dados los riesgos económicos y políticos para ambos países.
América Latina y el cambio de paradigma
El uso reiterado de sanciones, presiones diplomáticas y amenazas como herramientas de política exterior pone de manifiesto las limitaciones de una visión centrada en la seguridad y los intereses estadounidenses de corto plazo. Esta aproximación ha perpetuado patrones de dependencia, resentimiento y nacionalismo en América Latina, y ha impedido el desarrollo de relaciones más maduras y equitativas.
La evidencia histórica apunta a que la cooperación, el diálogo y el respeto a la soberanía son más efectivos para promover cambios democráticos y el bienestar social.
América Latina no es un bloque homogéneo y requiere estrategias diferenciadas, sensibles a las realidades de cada país.
Las soluciones a problemas comunes como la migración, el narcotráfico o el cambio climático requieren enfoques conjuntos, incluyendo organismos regionales y globales.
La política de Estados Unidos hacia América Latina, ejemplificada en las sanciones a Brasil, Cuba, Venezuela y los roces con México, revela una profunda ambivalencia entre el hipócrita discurso democrático que maneja Washington y los intereses estratégicos.
De ahí que un instrumento político como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) viene abogando por replantear la relación con EE.UU. a partir de la cooperación, el respeto mutuo y la búsqueda de un desarrollo sostenible que beneficie a todas las sociedades del continente.