No me parece neutral don Quijote. Tomó partido por la justicia, buscó “desfacer” agravios y “enderezar tuertos”, se alineó del lado de los derrotados, combatió la perversión y como hombre libre se dispuso siempre a defender ese don precioso, que cuesta tanto alcanzarlo: la libertad. Tal vez lo que quiere decir el poder, cuando pide neutralidades, es que haya zalamerías, que el periodista, el escritor, el ciudadano, sea un lambón, un servil, un turiferario. Y que si va a inmiscuirse en política, sea la de ellos. El neutral es el seguidor ciego. Así lo quieren.
Don Quijote « De La Mancha y sin Sancho ». Ilustración de Iván Erre Jota bajo licencia CC BY-SA 2.0. Flickr.
Quizá lo que el poder pregona entre líneas cuando llama a escritores y periodistas, a que sean neutrales, es a que se prosternen, a que su actitud sea la del consentimiento, la del apoyo a la tropelía oficial. Si quieres estar de mi lado, parece insinuar, no me cuestiones, no me ataques. Alábame. O, si no se puede llegar a tanto, calla… Sea neutral y ganará avisos oficiales. Y hasta alguna medallita. O, por qué no, una moneda presidencial.
Al poder le encanta la zalamería. Que le soben saco. Que le limpien los zapatos. Y ven una contrariedad en aquellos que los indisponen, que les sacan “los trapitos al sol” y los ridiculizan. No me gusta ese reportero, ese escritor. Ni ese ciudadano que protesta y defiende sus derechos. Hay que neutralizarlos, dice el poder. Y vaya usted a saber que otras acepciones le dan a aquello de “neutralizar”. Acaso habrá que desaparecerlos, como ha sucedido en las más despiadadas dictaduras.
Se sabe, o por lo menos se sospecha, que al poder, cualquiera que este sea, no le agrada que haya escritores, periodistas, ciudadanos, que tomen partido contra las inequidades y los desafueros. Ha pasado, y no está por demás recordarlo, cuando a la dictadura argentina, la de Videla y compañía, le chocó tanto que un periodista hubiera publicado una carta abierta denunciando los crímenes de los militares: miles de desaparecidos. Y entonces, a proceder. Hay que borrar a ese tal Rodolfo Walsh.
Ilustración Fula
No me suena que la literatura sea neutral. Ni la Ilíada ni la Odisea lo son. Tampoco, por solo recordar dos o tres casos, de miles, no eran neutrales Dickens ni sus novelas. Tampoco Albert Camus. Y menos Kafka. No vengan, señores del poder, con pendejadas a decir que la literatura, como el periodismo, debe ser neutral. No les luce la payasada. Ni siquiera están a la “bajura” de su ignorancia ni de su imbecilidad.
John Reed, el periodista excepcional de la Revolución rusa. Ilustración Fernando Vicente
Qué tal un John Reed, el reportero de la historia, neutral frente a la revolución agraria de México, o en sus Diez días que estremecieron el mundo. O neutral un Julius Fucik frente a la invasión nazi a su país, frente a la tortura, frente al entreguismo y sumisión de los figurines de su patria, arrodillados ante el fascismo. La neutralidad es inacción. Es concesión. Es otra manera de la aprobación a la injusticia, a las censuras, a la indignidad.
Por estos días en que en Colombia, o, de otra forma, por las posturas del régimen duquista frente a escritores que no son del gusto ni del embajadorcito en España ni del gobierno (o desgobierno) del pelele, ha vuelto a escena la discusión sobre la neutralidad. En el derecho internacional, como se sabe, es la no participación de un país en la guerra, como sucedió, por ejemplo, con Suiza en la Segunda Guerra Mundial. Pero otra cosa es en asuntos del conocimiento, la ciencia, la filosofía, las artes. En estos ámbitos, la neutralidad es más un defecto que una virtud. Es una carencia. Y una complicidad.
Y aquí viene a cuento el “Soy un caso perdido”, poema de Benedetti: “que en mis cuentos soy parcial / y tangencialmente me exhorta / a que asuma la neutralidad, / como cualquier intelectual que se respete”. Y relata cómo por su parcialidad, porque tomó partido contra la infamia, lo deportaron, lo amenazaron, lo exiliaron. Cómo mantenerse neutral, dice, ante episodios como Tlatelolco, Playa Girón, La Moneda… Que en los tiempos actuales sería callar ante tantas miserias y desbarajustes nacionales e internacionales.
Decía Kapuscinski, otro reportero de la historia, nada neutral, que hay que mantener un compromiso frente a las injusticias. El periodista debe hablar de lo que no se habla, de lo que se margina, de lo que se oculta, de lo que el poder no quiere que se revele. “Es importante que no te contagies de esa enfermedad terrible que es la indiferencia”, anotaba el autor de Ébano y de tantos otros grandes reportajes.
Qué rico es para el poder que el ciudadano, el escritor, el periodista se agache, sea un esclavo voluntario, un lacayo, un “neutral” (del latín neuter: “ni uno ni otro”). El neutral es un obediente. Ah, y volviendo con Benedetti y su poema, advertía que continuaría escribiendo literatura no neutral, aunque trate de “mariposas y nubes y duendes y pescaditos”.