Francisco de Miranda, precursor de las independencias de la América Latina
Un libro de Carmen Bohórquez. Libro libre

En realidad, el Francisco de Miranda más importante es aquel que se vio a sí mismo como ciudadano de Venezuela y de la América del Sur en su conjunto.

Prefacio

El drama de un precursor es el de ser un incomprendido: sus contempo-ráneos no entienden su mensaje. En cuanto a sus lejanos descendientes, éstos terminan por olvidar al hombre cuyas ideas forman ya parte del patrimonio común.

La gloria del Libertador Simón Bolívar (1783-1830) ha eclipsado la de su compatriota, el revolucionario Francisco de Miranda (1750-1816). Probablemente era inevitable. Pero la imagen del discípulo ha contri-buido también y sobre todo, a enturbiar la del maestro. No obstante, es necesario reconocer igualmente que la faceta aventurera y novelesca de éste ha contribuido a multiplicar las ambigüedades y las incertidumbres. El famoso juicio de Bonaparte: «Un Quijote que no está loco», le calza como un guante, y no obra mucho en su favor el que se le atribuya el mérito de haber recibido los favores íntimos de la emperatriz Catalina de Rusia.

Tratemos de resumir su biografía. Súbdito del rey de España, nacido en Venezuela, se hace militar. Luego de haber participado como soldado español en la guerra de independencia de los Estados Unidos, deserta de este ejército. De seguidas, dedica lo esencial de su vida adulta a viajar, desde los Estados Unidos a Rusia, pasando por Turquía, Suecia, etc. Su brillante cultura y un don de gentes excepcional le abren todas las puertas, en tanto que el gobierno español intenta infructuosamente hacerlo arrestar. Miranda trata de interesar, a su turno, a Inglaterra y a Francia en la independencia de su patria. Sin embargo, ambas potencias piensan más en utilizar a este hombre para lograr sus propios designios que en trabajar en favor de la libertad. Convertido en general de la Revolución Francesa, conoce el fracaso y la prisión. Posteriormente, falla dos veces en su intento de liberar su patria por las armas. De regreso en Caracas, a los sesenta años, luego de cuarenta de ausencia, Miranda representa quizás una figura emblemática, pero difícilmente logra dialogar con los revolucionarios locales. Finalmente, será derrotado sin brillo por la contrarrevolución española y morirá en prisión. Si su encanto fue irresistible en los salones; sobre los verdaderos campos de batalla, debió enfrentarse a obstáculos de todo tipo.

El Miranda general francés tiene su nombre grabado en el Arco de Triunfo de l’Etoile (París). En 1924, es tema de una obra clásica Miranda y la Revolución Francesa, publicada en francés por el venezolano Caracciolo Parra Pérez; obra que fue reeditada en Caracas en 1989, con ocasión del Bicentenario de la Revolución. A pesar de esto, no se puede decir que este personaje sea conocido y reconocido en Francia. Los parisienses de su tiempo lo llamaban «el peruano», tal vez porque veían a la América española a través de Les Indes Galantes de Rameau (1735). Más extraña-mente aún, la venerable Biografía universal de Michaud (1823) continúa haciéndolo nacer en Perú y le atribuye un imaginario acuartelamiento en Guatemala. Nuestros diccionarios actuales son menos fantasiosos, pero ponen el énfasis en sus fracasos y no se ocupan de aprehender la medida del personaje.

En realidad, el Francisco de Miranda más importante es aquel que se vio a sí mismo como ciudadano de Venezuela y de la América del Sur en su conjunto. Aunque nos legó archivos considerables y ha sido objeto de numerosas obras, han sido fundamentalmente los acontecimientos de su vida personal y política los que han retenido la atención, sin que, por otra parte, se hayan disipado todos los misterios. Carmen Bohórquez, profesora de filosofía, graduada en varias universidades, en su país, en los Estados Unidos (Ann Arbor, Michigan) y en Francia (París III-Sorbonne Nouvelle), se dio cuenta de que el pensamiento político de Miranda no había sido estudiado como se merecía. Por ello, con una resolución y un método del cual sus amigos son testigos, se dedicó al análisis de la inmensa bibliografía existente tanto en Venezuela como en Europa, hasta culminar con la defensa en París de una tesis de doctorado. Al hacerlo, logró disipar ciertas oscuridades biográficas, en particular, las relaciones de su héroe con la francmasonería. Tratar válidamente este tema implicaba seguir paso a paso todas las etapas de la vida de este.

El «Precursor» no llegó jamás a exponer su pensamiento de manera sistemática, pero fue el primero, o el principal entre los primeros, en reunir firmemente voluntad de independencia y republicanismo, en mantener un discurso identitario suramericano, y todo ello con conciencia conti-nental. En su concepción, el nombre de Colombia, del cual es creador, debía designar a la América del Sur en su totalidad. Para esta época, la mayor parte de los criollos se contentaban con una posición defensiva que tomaba como blanco a los «peninsulares», a los nativos de España que venían a apoderarse de los buenos puestos administrativos, así como de las ricas herederas.

Con mucha finura, Carmen Bohórquez analiza las etapas de la formación de esta conciencia americana en un suramericano que fue el único en lograr participar, con las armas en la mano, en las tres grandes revoluciones que se sucedieron en ese medio siglo. Y en cada oportunidad, combatiendo del lado de la libertad. Este libro no disimula la ficción de un discurso binario que ve en la tiranía española la fuente de todos los males y en su aniquilación, la superación de todos los obstáculos a la felicidad de los americanos. La generación a la que pertenece Miranda no tenía casi conciencia de todo lo que le debía a España como tal, e incluso a la España de la «Ilustración» que se va desarrollando al lado de la antigua, aún dominada por el símbolo de la Inquisición. Es así como esta buena filósofa pone en evidencia las contradicciones de un pensamiento según el cual «el pueblo es fuente de inspiración y, al mismo tiempo, el gran enemigo a temer». A Miranda, que es blanco, le cuesta conciliar las diversas herencias culturales. Paradigmas de la libertad, los indios de carne y hueso no son llamados en lo inmediato a convertirse en actores políticos. En tanto que frente a la terrible cuestión de la esclavitud de los negros, el bloqueo es total.

Pero Carmen Bohórquez sabe mostrar de manera convincente los mé-ritos excepcionales de Miranda como difusor de ideas. Hombre de la Ilustración que compara sin cesar autores y sistemas políticos, Miranda ha leído todo y ha visto todo. Su cultura, sus conocimientos son excep-cionales, sobre todo, aunque no únicamente, en el campo de lo estric-tamente político. Y estos tesoros no los guarda sólo para sí. Desde 1785 escribe en la prensa anglosajona. Difunde luego el texto profético de un jesuita exiliado, Viscardo. Más tarde, publica un periódico en español en Londres, El Colombiano. Se hace de una inmensa biblioteca y permite que la disfruten numerosos hispanoamericanos. Su influencia es notable, por ejemplo, sobre el joven Bernardo O’Higgings, el padre de la patria chilena. De hecho, su rol de propagandista es imposible de cuantificar.El historiador François-Xavier Guerra ha acuñado esta fórmula: «La vida de Miranda es como un resumen de la época de la Ilustración y de aquella de la Revolución, con sus cualidades y sus contradicciones». Este libro será entonces una excelente evocación del viejo continente en esa época, al tiempo que constituye una introducción muy necesaria a la realidad de ese Nuevo Mundo al que nos cuesta tanto ver sin los anteojos europeos.

Marie-Cécile Bénassy

Profesora de la Universidad París III

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