Venezuela: Un cierto 11 de abril de 2002

La alianza de una fantástica movilización popular y de los militares leales acaba de lograr un tour de force sin precedentes en América Latina: un contragolpe de Estado inmediato, rápido, decisivo y victorioso. Y nació un nuevo eslogan: «¡Cada 11 tiene su 13!»

A menudo se olvida, pero todo comenzó el 13 de noviembre de 2001. Decidido a “radicalizar la revolución”, el presidente Hugo Chávez firmó cuarenta y nueve decretos-ley, entre ellos la ley de tierras (una reforma agraria), la ley de pesca (para proteger a los pescadores artesanales), la ley de hidrocarburos (que prohíbe su privatización), etc. Con un amplio gesto del antebrazo, los partidarios del capitalismo puro y duro se secaron el sudor de la frente. Entre los “escuálidos” [1] de La Castellana, Altamira, Palos Grandes, Las Mercedes -la Neuilly-Auteuil-Passy de Caracas- se enfurecen: “¡Este tipo es un demagogo, un populista, un loco! En nombre de la organización Fedecámaras, el patrón de los patronos Pedro Carmona decreta: “La mejor manera de protestar es quedarse en casa”. El líder de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), un sindicato más bien “amarillo” en los márgenes, Carlos Ortega, sigue su ejemplo. Hace unas semanas, ya amenazaba: “¡No tardaremos en hacer una huelga general! Bueno, ya está hecho. Tendrá lugar el 10 de diciembre. Es la primera de este tipo en cuatro décadas, durante las cuales los derechos de los trabajadores han sido bastante despreciados [2].

El día 10, como estaba previsto, comenzó la huelga, apoyada por los medios de comunicación. Y no sólo por ellos. La Santísima Inquisición podía contar con un fuerte apoyo de los Estados Unidos. Para los estadounidenses, han sido los apaches, el peligro amarillo, el comunismo, los hombrecitos verdes, Salvador Allende, los sandinistas, Bin Laden. Ahora está Chávez, el venezolano ferozmente independiente. En otras palabras, un tipo que juega al béisbol con Fidel Castro…

Un pequeño pero importante detalle: el 27 de marzo de 2001, ante el Congreso estadounidense, el general Peter Pace, jefe del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos, consideró que en el esquema de poder global, que incluye el control del petróleo, “América Latina y el Caribe son más importantes para Estados Unidos que el Oriente Medio”. Así que, le guste o no, el destino de Venezuela depende de la CCO (Caracas Country Office: la embajada estadounidense), de las discusiones que tienen lugar en la sala 2247 del Rayburn House Office Building (la Cámara de Representantes), de George W. Bush, inquilino de la Casa Blanca, de Langley donde, en medio de una vasta zona boscosa, se levanta la sede de la CIA.

Gran cosa… La huelga del 10 de diciembre fracasó estrepitosamente. Improbable “Lech Walesa tropical”, Ortega no consiguió ni siquiera inmovilizar el transporte público en las grandes ciudades y, para paralizar las empresas, tuvo que ser “ayudado” por la patronal. A pesar de sus llamamientos a los trabajadores, la CTV no representa gran cosa en un país en el que predominan el desempleo y la economía sumergida. Además, todo el mundo sabe que es la institución más corrupta de Venezuela. En cuanto a la oposición… Veinte líderes sin apoyo popular. Con un solo programa: “¿Cómo sacamos al presidente?

Pocos días después de la huelga, 500.000 partidarios del jefe de Estado salieron a la calle para conmemorar el 171º aniversario de la muerte del Libertador Simón Bolívar. A buen entendedor pocas palabras.

Hugo Chávez grabando su programa de televisión “Aló Presidente”, dos semanas antes del golpe.

Ningún ataque importante, pero sí muchas escaramuzas. La oposición está disparando por todos lados. Editoriales, matutinos radiofónicos y los platós de televisión ardían. La acción psicológica es un arma en tiempos de paz. Desde la llegada al poder de los bolivarianos, los principales canales de televisión privados -Venevisión, RCTV, Globovisión, Televen- y nueve de los diez principales medios de comunicación nacionales -El Universal, El Nacional, Tal Cual, El Nuevo País, El Mundo, etc.- han sustituido a los partidos tradicionales, convertidos en nada por las victorias electorales del “Comandante”. El miedo del pueblo invade las conciencias del Estado y del público. El miedo al pueblo invadió las conciencias, la fobia a los pobres devora la razón. Los notables de todo tipo, preferentemente los peores, comienzan a alborotarse muy seriamente.

Un mundo de ejecutivos en viaje de negocios, empresarios, financieros, consultores… Con el paso de los años, PDVSA, empresa petrolera cuyo único accionista es el Estado, se ha convertido en un Estado dentro del Estado. Unos cuarenta altos ejecutivos -los “generales del petróleo”- aplican “su” política e imponen “su” ley. Muy a menudo, sólo hablan inglés entre ellos. Favoreciendo los intereses extranjeros, violan las normas de la OPEP aumentando la producción, vendiendo a pérdida, debilitando la empresa, animando a las empresas extranjeras a volver al país y, desde el gobierno de Rafael Caldera (1994-1999), ampliamente convencidos de los beneficios de la reforma neoliberal, preparan activamente una futura privatización. Había que poner orden en este desorden tan bien organizado. Chávez nombró a un nuevo presidente, Gastón Parra, y a un equipo directivo. Los tecnócratas, alegando que la empresa se había “politizado” de forma intolerable, se negaron a aceptar estos nombramientos y llamaron a la rebelión. Incitada por los medios de comunicación, la “sociedad civil” hizo suya su causa. Desfile de hombres, manifestación de las mujeres el 8 de marzo -rebautizada como la “Marcha de Chanel 5” por los hilarantes chavistas- y manifestaciones en todas las direcciones.

“Chávez, el barrio de Galipán te necesita

El 7 de febrero de 2002, armado con una bola de cristal, el director de la CIA, George Tenet, declaró ante una comisión del Senado estadounidense que la situación en Venezuela “probablemente se va a deteriorar”. Casualmente, ese mismo día, en Caracas, varios oficiales de alto rango exigieron la dimisión del Presidente. Así, en un contexto de constantes idas y venidas entre Caracas y Washington, comenzó lo que pronto se llamaría “el goteo”. El 5 de marzo, bajo los flashes y las cámaras, el “líder obrero” Ortega firmó un pacto nacional de gobernabilidad con el jefe patronal Carmona y los partidos políticos tradicionales, teniendo por objetivo “la salida democrática y constitucional” del Presidente. Los prelados los bendicen. ¡Ah, los prelados! Dios los creó, el Diablo los une. Operaciones como el “concierto de las cacerolas” permiten a las clases medias y medias-altas desahogarse sin peligro alguno, llevando a cabo horas de algarabía que, al fin y al cabo, sólo afectan a los barrios sifrinos del este de Caracas. Y sobre todo los vendedores ambulantes, el ejército de “buhoneros”. De tripas y corazón con el Presidente, pero no han perdido su sentido de los negocios. “Los mercados y los cacerolazos se han convertido en un super negocio. ¡Nunca hemos vendido tantas cacerolas y banderas!

Hablando de regalos: el Departamento de Estado acaba de enviar a dos jóvenes para reforzar la embajada de Estados Unidos en Caracas, un tanto desprovista: el teniente coronel James Rogers y el coronel Ronald Mc Cammon. El 19 de marzo, la embajadora Donna Hrinak fue sustituida por un colega, Su Excelencia Charles S. Shapiro. Uno de esos tipos que siempre están allí cuando y donde se cocina un truco sucio: consejero político en la embajada de Santiago de Chile en 1973; destinado en El Salvador y Nicaragua durante las guerras sucias de la década de 1980.

El 3 de abril, la “meritocracia” de PDVSA decretó la llegada de la “hora cero”. Bloqueó las refinerías, estranguló la producción de gas, provocó un caos artificial y creó la escasez. ¿Qué habría hecho usted en su lugar? El 7 de abril, en su programa de televisión “Aló Presidente”, Chávez despidió en directo a trece altos ejecutivos de la empresa petrolera y anunció la jubilación de doce directivos. Limpio y sencillo. Todo lo que hace es despedirlos, y eso es todo. En directo, con silbidos, como un árbitro que saca tarjetas rojas en un campo de fútbol.

En solidaridad con estos maltratados “trabajadores del petróleo”, los ya famosos duetos Ortega y Carmona convocaron un paro “cívico” de veinticuatro horas para el 9 de abril. El Bloque de Prensa Venezolano (BPV), que acababa de recibir a bombo y platillo al nuevo embajador Shapiro, decidió apoyar el movimiento. A partir de ese momento, las televisiones transmitieron en directo durante horas desde la sede de PDVSA-Chuao, en el este de la capital, donde se celebraron las manifestaciones de la oposición. Prolongada durante veinticuatro horas en la noche del 9 de abril, a pesar de un relativo fracaso, la huelga general se convirtió en “ilimitada” al día siguiente.

PDVSA-Chuao, lugar de concentración de la oposición.

El 10 de abril, en una sala repleta de periodistas, fotógrafos y cámaras, Néstor González González, un general con la cabeza rapada que fue depuesto en diciembre de 2001, denunció la supuesta injerencia de la guerrilla colombiana de las FARC en Venezuela, se declaró en rebeldía, pidió al alto mando que actuara y exigió la dimisión del jefe del Estado. Al final de la rueda de prensa, dice a los periodistas, con una especie de triunfo en su voz: “Ya veréis lo que va a pasar en las próximas horas…”. Y lo ven. Al considerar que la situación era grave, Chávez, que debía viajar a Costa Rica para asistir a una reunión de los jefes de Estado del Grupo de Río [3], suspendió su viaje.

El llamamiento a su derrocamiento se hizo tan evidente que, desde el día anterior, el gobierno aplicó el artículo 192 de la ley de telecomunicaciones: en más de treinta ocasiones (para todas las televisiones y radios), requisó las ondas durante periodos de quince a veinte minutos para hacer oír su posición. Los canales burlaron la medida, dividieron la pantalla en dos partes y siguieron llamando a la insurrección.

En la mañana del día 10, en un editorial sin firma, el diario El Nacional ordenó: “Tomemos la calle”. “La batalla final tendrá lugar en Miraflores”, predecía en la portada. “¡Ni un paso atrás! (“Ni un paso atrás”) responden señales fijas emitidas en Globovisión. “Todos a la marcha”, apoya Venevisión. “Venezolanos, todos a la calle, el jueves 11 a las 10 de la mañana. Trae tu bandera. Por la libertad y la democracia. Venezuela no se rinde. Nadie nos vencerá”.

«la batalla final será en Miraflores»

10 de abril: Vigilia chavista en el municipio Libertador.

10 de abril: manifestación de la oposición, en … automóvil, en el barrio chic de Altamira.

El 11 de abril amanece en Caracas con más de 300.000 manifestantes opositores marchando tranquilamente desde la estación de metro Parque del Este hacia la sede de PDVSA-Chao. El sol brilla con fuerza. Evocando a Chávez, corean sin cesar: “¡Se va! ¡Se va, se va, se va [4]! Otro estribillo, alternado: “¡Se va a caer, se va a caer!” “¡Chávez, fuera! Nosotros somos el pueblo”. – en inglés, es más distinguido.

En Chuao, al final del recorrido autorizado por las autoridades, en la explanada rebautizada como «Plaza de la Meritocracia», se encuentran los dirigentes políticos y diputados de la oposición. De ellos depende quién se destaque más: el alcalde metropolitano Alfredo Peña, los alcaldes de los barrios elegantes de Chacao y Baruta, Leopoldo López y Henrique Capriles Radonski, el gobernador del estado Miranda, Enrique Mendoza. Estrellas de la democracia, subieron al estrado tras esperar su turno de palabra en fila. Aquí está Carlos Ortega. El sindicalista ruge. Pide a los manifestantes que marchen hacia el palacio presidencial de Miraflores. Habla de una «junta de transición». Un exceso de lenguaje o un lapsus, seguramente. A menos que… Pedro Carmona también los invite a marchar a Miraflores «para hacer efectiva la exigencia de la renuncia del presidente». Tras lo cual Ortega le arrebató el micrófono, gritando y vociferando: «¡Chávez, Venezuela no te quiere más! Vete de una vez por todas, ¡no nos gustas, te repudiamos!»

¡A Miraflores! La multitud exulta, la multitud se emociona, la multitud se excita. Por fin llega la hora tan esperada.

Manifestación autorizada, desde el Parque del Este hasta Chuao.
La marcha es seguida por los medios de comunicación en vivo y en directo.

Dispuestos a seguir a cualquiera, con tal de deshacerse del «tirano», la derecha, la derecha de la derecha y la extrema derecha parten hacia el oeste de la ciudad. Todas las televisiones privadas filmaron y transmitieron el avance sin interrupción. En manos del alcalde opositor Alfredo Peña, la Policía Metropolitana no se opuso a la marcha. Por el contrario, abrieron el camino y la apoyaron. Las Uzis y las pistolas de 9 mm de algunos de estos policías no son armas reglamentarias… ¡El viceministro de Seguridad, jefe de la coordinación policial, el general Camacho Kaairuz es parte de la conspiración!

El primero en llamar a los círculos bolivarianos, en la radio y la televisión estatales, al filo de las 12.20 horas, para defender la revolución, fue Freddy Bernal, el alcalde del “municipio” Libertador, el corazón popular de Caracas. Un poco más tarde, envió un mensaje a la oposición: «Señor Ortega, es usted totalmente irresponsable al incitar a la multitud a marchar hacia el palacio sabiendo que hay miles de personas reunidas allí. No busques la confrontación. No cederemos a las provocaciones.»

A primera hora de la tarde, el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, el General Lucas Rincón, también percibió un gran peligro. Las multitudes que bajan de los barrios se concentran en torno a Miraflores. Que las masas de chavistas y opositores entren en contacto sería extremadamente peligroso. Rincón llamó a Carmona. El Patrón de los patrones no respondió. Rincón comunica a los líderes de la oposición. «La marcha fue autorizada en una ruta específica, desde el Parque del Este hasta Chuao. ¿Hay reglas o no hay reglas en este país? ¿Hay leyes o no las hay?» Rincón llama a Ortega. Ortega contesta. Rincón apela al sentido común: “Súbete a un vagón, a un andén y, por favor, explícales que la marcha se detiene ahí.» El sindicalista habló sin dudar, como si hubiera preparado su respuesta: «¡General, va a pasar a la historia! Ha llegado el momento de hacer historia: ¡encarcele al Presidente!»

La oposición llegó a menos de cien metros de Miraflores y decenas de miles de chavistas, algunos armados con palos y piedras, bajaron a toda prisa, en autobús, camión o a pie, desde los barrios populares para proteger al Presidente con sus cuerpos. «¡Ni un paso atrás!» No pasarán, corean los bolivarianos. Allí, efectivamente, empujados por la Guardia Nacional, la oposición se retiró. Pero, en los alrededores, la confusión llegó a ser total.

Los chavistas bajaron corriendo desde los barrios populares para proteger Miraflores.

 

Frente al Palacio, la manifestación fue contenida por un puñado de guardias nacionales.

Reforzar el impacto simbólico de una multitud pacífica – ¡la «sociedad civil»! – enfrentando a una dictadura, es necesario poder presentar víctimas inocentes en sus filas. Algunos lo pensaron, como el general Néstor González González, el almirante Carlos Molina Tamayo y el contralmirante Héctor Ramírez Pérez, jefe del Estado Mayor de la Marina. Desde su cuartel general en Fuerte Tiuna (un vasto complejo militar y Ministerio de Defensa), coordinan las operaciones. Y envían a la muerte a carne de cañón que, en nombre de la democracia, será la víctima del diabólico plan orquestado desde hace meses.

Al final de la mañana, antes de que la marcha llegara al centro de Caracas, el corresponsal de CNN Otto Neustaldt fue invitado por uno de sus contactos en la oposición a filmar un momento “histórico”. Para ello, «algunas personas» necesitaban un profesional y su equipo. Neustaldt aceptó. En el lugar se encontraba Héctor Ramírez Pérez y un grupo de oficiales y almirantes. Confirmaron que querían grabar una declaración. Neustaldt filmó. De pie, con sus acompañantes alineados detrás de él, Ramírez Pérez declaró: «Hemos decidido dirigirnos al pueblo venezolano para rechazar el actual gobierno y la autoridad tanto de Hugo Chávez como del mando militar.» Se detuvo, reanudó: «Venezolanos, el Presidente de la República ha traicionado la confianza de su pueblo, está masacrando a gente inocente con francotiradores. Mientras hablo, hay muertos y decenas de heridos en Caracas.»

La grabación no satisfizo a Ramírez Pérez, por lo que Neustaldt hizo una segunda toma. ¿Perfecto? ¡BIEN! Neustaldt se quedó con la primera cinta y dejó la segunda para que los oficiales sediciosos la difundieran en un medio de comunicación nacional. Luego se despidió. Pero algo le preocupaba. Cogió su teléfono móvil y llamó a uno de sus colegas que acompañaba la marcha de la oposición. “Hola, soy Neustaldt. ¿Tienen muchos muertos en la manifestación?” Silencio, desconcertado. “¿Alguna muerte? No, ninguno, ¿por qué [5]?

Oposición protegida más que reprimida por la policía en El Calvario.

Miraflores parece un caldero. Durante muchos minutos, Chávez ha reclamado el despliegue del Plan Ávila. Preventivo más que represivo, procedimiento aplicado por el ejército en caso de una alteración del orden público que exceda o corra el riesgo de exceder las capacidades de la policía y la Guardia Nacional. El general Efraín Vásquez Velasco, comandante del ejército, no estaba de acuerdo: no quería correr el riesgo de la «represión», a riesgo de matar «civiles inocentes». El siguiente en la lista, el general Manuel Rosendo, jefe del comando unificado de las fuerzas armadas (Cufan), “gran amigo” del jefe del Estado (pero que ha sido trabajado durante meses por la oposición), ni siquiera contestó a la radio.

En el corazón de la capital, la situación se está deteriorando realmente. Curiosamente, los líderes de la oposición han olvidado que un líder debe dar ejemplo. Carmona, Ortega, Mendoza, Henrique Capriles y Leopoldo López y su corte de periodistas «enviados muy especiales» se han escurrido en silencio. En el momento adecuado. ¿Fueron advertidos? ¿Tuvieron una premonición?

Todos los especialistas lo dirán: un buen disparo y eficaz es una buena arma, una buena munición y un tirador bien entrenado. Un francotirador, por así decirlo. Habrá varios de ellos, encaramados en las terrazas o en los pisos superiores de edificios estratégicamente situados. Sin que esté claro de dónde vinieron los disparos, las primeras cuatro víctimas cayeron en las filas del chavismo, entre la avenida Baralt y el Palacio Federal Legislativo. Rápidamente, una docena de personas resultaron heridas. Luego, tras subir la temperatura a cien grados, los asesinos atacaron a los adversarios con una precisión mortal.

La confusión se hizo total, batalla campal generalizada. Esos disparos venidos de la nada provocaron enfrentamientos entre la policía, los guardias nacionales y los manifestantes. Los transeúntes gritaban y trataban de buscar refugio. La muerte acecha en cada esquina. Se empezaron a contar las víctimas de… “la represión”. Los gritos surgen de todas partes: «¡Chávez, asesino!

Las primeras víctimas de tiradores desconocidos…

Guardia nacional.

A unos cientos de metros de Miraflores, en el puente Llaguno, los manifestantes chavistas lanzan sus consignas: «¡Las calles son para el pueblo!» – agazapados, la primera fila apoyada en la barandilla. Debajo de la estructura, en ángulo recto está la avenida Baralt, a la que no ha llegado ningún opositor. Estaban mucho más lejos, a unos trescientos metros de la estación de metro Capitolio. Sin embargo, elementos de la Policía Metropolitana, armados con armas automáticas, se pusieron a cubierto detrás de dos pesados blindados antidisturbios de silueta y apodo inconfundibles -el Rinoceronte y la Ballena– para subir por la avenida hacia el puente y los bolivarianos.

Una serie de detonaciones precede gritos, miradas atónitas y más disparos. Desde los edificios cercanos, incluido el Hotel Edén, situado a unos sesenta metros en la Baralt, varios francotiradores dispararon a los chavistas con armas automáticas. Desde el centro de la avenida, protegidos por la Ballena y el Rinoceronte, que les abrieron paso, la policía entró en el baile y también los roció. En medio del pánico, la multitud se puso a cubierto en cada extremo del puente. Mientras intentaban localizar a los atacantes, cinco bolivarianos sacaron una pistola, se tiraron al suelo e intercambiaron un intenso fuego con los «francotiradores» y la policía [6].

A partir de entonces, la “«madre de todas las manipulaciones» se articula en varias acciones simultáneas. En vertical, decenas de metros por encima de la escena, desde la terraza del edificio Invegas, un equipo de Venevisión filmó el rodaje. Una performance de primer nivel. ¿Qué hace esa cámara ahí? Más tarde se descubrió que la estación había reservado la terraza el 9 de abril, dos días antes (el recibo de alquiler lo demuestra). Se suponía que nadie sabía en ese momento que la marcha de la oposición, que se desvió a Miraflores al mediodía del 11 de abril, de forma espontánea, sin premeditación, en la emoción del momento, estaría allí o en las cercanías. Ni, por tanto, que hubiera nada que filmar.

Cuando, muy rápidamente, el canal emite las imágenes, sólo vemos a los cinco «pistoleros» bolivarianos. Ni su objetivo, ni el grueso de la multitud de chavistas, que se protegen a ambos lados del puente, a la sombra de los edificios colindantes. «Mira, afirma el comentarista, no hicieron ninguna distinción entre los que manifestaban y los que salían del trabajo, dispararon contra gente inocente mientras se protegían detrás de los muros… Y mira, vaciaron sus cargadores, recargaron sus pistolas automáticas, las volvieron a descargar contra cientos de manifestantes indefensos.» La marcha de la oposición nunca se acercó a menos de 300 metros de este lugar.

«La madre de todas las manipulaciones»: no disparan contra la oposición, que está a varios cientos de metros, sino que se protegen o devuelven los disparos, en un acto de autodefensa, de los disparos de los “francotiradores” y de los golpistas de la policía.

Diez veces, cien veces, con el mismo comentario engañoso, volvemos a ver estas imágenes a velocidad normal y a cámara lenta. La noticia viaja de boca en boca. Los «talibanes» han disparado. «¡Chávez, asesino!» En toda la ciudad, 17 personas murieron y más de 200 resultaron heridas. El objetivo deseado se ha conseguido. A las 6 de la tarde, «conmocionado por el número de víctimas», el general Efraín Vásquez Velasco anunció que el Ejército dejaría de obedecer al Presidente. Casi todo el mando de la Guardia Nacional hizo lo mismo.

Atrincherado en el palacio presidencial, vestido de camuflaje, con una boina roja en la cabeza y una pistola al lado, Chávez intenta recuperar el control de la situación mediante la disuasión. Ahogada por los conspiradores, la cadena de mando del ejército no reaccionó. Cansado, pero hablando con calma y precisión, el Presidente insiste varias veces, dirigiéndose a sus oficiales y a los miembros de su Guardia de Honor armados con FAL 762 y ametralladoras Uzi, dispuestos a morir por él: «No quiero ni un disparo». Chávez se prepara para dirigirse a sus compatriotas en «cadena», un discurso que debe ser transmitido por todas las televisiones y radios del país. A la hora señalada, las 15.45 horas, las cosas no salieron según lo previsto: las cadenas privadas sabotearon el sonido, partiendo la pantalla en dos. Mientras Chávez hablaba, las escenas de violencia, las imágenes de los muertos, de los heridos, de la gente desesperada corriendo de un lado a otro, le quitaban el protagonismo al jefe de Estado.

Enfrentamientos extremadamente violentos.

A partir del final de la “cadena”, una vertiginosa serie de conferencias de prensa de militares y civiles exigen la dimisión del Presidente. El primero de ellos, emitido en todos los canales, tuvo como protagonista al contralmirante Héctor Ramírez Pérez y su arenga (grabada por la mañana por Neustaldt). Entre los militares, reunidos en el quinto piso del Fuerte Tiuna, reinaba cierta confusión. Las palabras «muertos», «heridos» y «represión» se repiten en las conversaciones. «No podemos tolerar el asesinato de civiles indefenso», expresa el general Vásquez Velasco. Algunas personas tienen dudas. Los empujan frente a las pantallas de televisión encendidas por todas partes. «¡Mira!» Miran y ven. Los hechos están ahí, irrefutables, en vivo y en directo. Se reúnen, implícita o explícitamente. Algunos por convicción: el presidente se ha ido de bruces. Otros para no arriesgarse a alterar su avance.

En un zumbido de cámaras y una indecente avalancha de fotógrafos de prensa, Vásquez Velasco, «conmocionado por el número de víctimas», dio un vuelco definitivo a la jornada al anunciar, en compañía de un cuarto de oficiales superiores, que ya no reconoce «ni al actual gobierno ni a la autoridad de Hugo Chávez y del alto mando militar, que han violado los valores, principios y garantías democráticas, y han ignorado los derechos humanos de los venezolanos».

Sin duda, el teniente coronel James Rodgers, jefe de la célula antiterrorista de la embajada estadounidense, y el teniente coronel Mac Cammon, agregado militar, van y vienen entre los oficiales.

Chávez ya no tiene ningún medio de comunicación. La televisión estatal Venezolana de Televisión (VTV) se ha visto obligada a dejar de emitir, al igual que la emisora de radio nacional. Miembros del gobierno se pasean por los pasillos de Miraflores. Los diputados y leales chavistas, algunos armados, están esperando, con el rostro adusto, dispuestos a sacrificarse en el acto, con los puños cerrados. El incesante ir y venir recuerda a la mañana de resistencia que ofrecieron los seguidores de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973 en la Moneda.

Mientras tanto, los conspiradores, entre ellos Pedro Carmona y Carlos Ortega, se han instalado en los locales de… Venevisión. Un montón de personas de la buena sociedad se empujan, se dan codazos, con una botella de whisky en la mano. Al azar: Rafael Poleo (dueño de El Nuevo País) o Gustavo Cisneros, multimillonario de origen cubano, dueño de Venevisión y de un imperio mediático de proporciones globales, Organización Diego Cisneros (70 empresas en 39 países). Cisneros tiene una gran amistad con George Bush (padre). Juegan juntos al golf. En febrero de 2001, el ex presidente estadounidense pasó una semana de vacaciones en la finca del magnate. Esa noche, Cisneros habló dos o tres veces con el secretario de Estado para Asuntos Interamericanos, Otto Reich, un furibundo neoconservador.

Las negociaciones de los oficiales golpistas con Chávez comenzaron a las 8 de la noche. Le enviaron una carta de dimisión para que la firmara. Atrapado en las garras de un dilema, Chávez lucha. Después de algunas comunicaciones, sabe que los generales Raúl Baduel en Maracay, Luis Felipe Acosta en el centro, y los almirantes Orlando Maniglia y Fernando Camejo Arenas lo apoyan. Que incluso en Fuerte Tiuna tiene fuertes aliados: los generales Jorge García Carneiro y Julio García Montoya, tipos duros y decididos. Pero la actual relación de fuerzas no les favorece. Si hay enfrentamientos, no será sólo entre soldados. Los civiles se lanzarán a la lucha.

«Teníamos un arma capital: los medios de comunicación. Y ya que la oportunidad está ahí, quiero felicitarles por ello.» Todavía no es medianoche cuando el vicealmirante Víctor Ramírez Pérez felicita a la periodista ibéyise Pacheco en las pantallas de Venevisión. Veinte minutos antes, al comenzar su entrevista con el grupo de oficiales golpistas que tenía enfrente, no pudo evitar decir, con aire de feliz conspiradora, que hacía tiempo que tenía una relación especial con ellos. Casi al mismo tiempo, entrevistada en directo desde Madrid, otra periodista estrella, Patricia Poleo, extrañamente bien informada sobre el curso futuro de los “acontecimientos espontáneos”, anunciaba a la cadena de televisión española TVE: «Creo que el próximo presidente será Pedro Carmona [7].» Al mismo tiempo, atrincherado en el palacio presidencial, Chávez seguía negándose a dimitir.

Los «golpistas» dan un ultimátum. Amenazan con bombardear Miraflores y los cientos de chavistas que rodean al presidente si no se rinde. Un momento de extrema tensión. Entre una masacre y el don de su vida, Chávez elige. Tanto más cuanto que tenía presente lo que le había dicho por teléfono una voz que respetaba por encima de todas las demás, la de Fidel Castro. «Nuestra causa no necesita otro mártir. Lo que necesitamos son líderes. ¿De qué sirve un líder muerto?» ¿Dimisión? No, en absoluto. «Si la autoridad falla y se va, los “golpistas” no tendrán ningún problema en sustituirte y pretender que su movimiento sea pseudolegítimo. Si te arrestan, se vuelven completamente ilegales. Se convierten en generales traidores. Salva a tu gente y sálvate a ti mismo, haz lo que tengas que hacer, negocia con dignidad, no te inmoles. Ríndete. Déjate llevar, “muchacho”.» ¿Y después? «Su acción no puede durar mucho. Tienes el apoyo de la gente, volverás. Nunca en la historia un presidente con tanto apoyo popular no ha vuelto.»

A las 4 de la mañana del 12 de abril, Chávez se rindió. Mientras se lo llevaban, los ministros que lo acompañaban cantaron el himno nacional, «Gloria al bravo pueblo»”. El jefe de Estado fue encarcelado en el Fuerte Tiuna. Instalado en la quinta planta de la Comandancia General, Héctor Ramírez Pérez está exultante, con un gran traje y guantes blancos: “La situación ha cambiado, tengo el control, llevo seis meses preparando este golpe. Protegido por un guardaespaldas armado como un portaaviones, también hay un civil sentado en un despacho: el jefe de los jefes, Pedro Carmona.

Muchos opositores y periodistas siguen afirmando que Chávez dimitió esa noche. Se equivocan, mienten con fines propagandísticos o simplemente se niegan a aceptar la verdad. Sin embargo, ni el chavista más incondicional puede negar que el 12 de abril, a las 3.20 de la madrugada, el general Rincón, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, fiel seguidor del jefe de Estado, leyó una declaración sumamente concisa que todo el mundo -pues nadie durmió esa noche- pudo ver y escuchar en sus televisores: «Los integrantes del alto mando militar de las Fuerzas Armadas de la República Bolivariana de Venezuela deploran los lamentables hechos ocurridos ayer en la capital. Ante estos hechos, se ha pedido la dimisión del Presidente de la República. Ha aceptado.» Cada veinte minutos, este mensaje ocupó todas las pantallas durante las siguientes treinta y seis horas. ¿Qué pasó realmente?

Los oficiales golpistas siguieron acosando a Chávez. La situación estaba empeorando. No tenía ningún control sobre la situación. Había que hacer algo, pero ¿qué? ¿Renunciar, rendirse, resistir? Fue entonces cuando realmente consideró la primera solución y, con esto en mente, estableció cuatro condiciones para los golpistas: Que se garantice la seguridad física de los hombres, las mujeres, del pueblo y su gobierno; que se respete la Constitución al pie de la letra, es decir, que la renuncia se produzca ante la Asamblea Nacional y que el Vicepresidente de la República [Diosdado Cabello] asuma el poder hasta nuevas elecciones; que se le permita hablar al país en directo por radio y televisión; que le acompañen todos los funcionarios de su gobierno, así como su guardia personal. Y, añadió, «si decido irme, quiero que sea para Cuba». La respuesta llegó: «Perfecto, aceptado.»

Fue entonces cuando, aislado en el Fuerte Tiuna en medio de un ambiente hostil de “golpistas”, el general Rincón, cuyo teléfono móvil llegó a su término y no tenía radio, escribió su texto y, como explicaría ulteriormente, lo leyó ante las cámaras «para evitar la confrontación». Una vez que terminó su alocución, se fue sin decir una palabra.

En los 15 minutos siguientes, los golpistas faltaron a su palabra y comunicaron a Chávez que no aceptarían ninguna de sus condiciones. Antes de enviarle el famoso ultimátum: «¡O te rindes o bombardeamos el palacio!» Chávez habló con «Fidel» y decidió rendirse. Hasta su rescate en la noche del 13 al 14 de abril, y a pesar de las presiones, no aceptó firmar ninguna carta de dimisión.

«Se acabó»- «Chávez se rinde» («Los graves acontecimientos de ayer han precipitado el fin del chavismo»).

« Chávez cayó »

A partir las 6.45 horas del 12 de abril, recibiendo al almirante Molina Tamayo y a Víctor Manuel García, director del instituto de encuestas Ceca, el anfitrión Napoleón Bravo se jactó de haber prestado su casa personal, unos días antes, para grabar el llamado a la rebelión del general González González. Por su parte, García recuerda su papel en Fuerte Tiuna: «Hubo un momento en el que nos faltaron las comunicaciones y debo agradecer a los medios de comunicación su solidaridad, toda la colaboración que nos prestaron para conseguir esas comunicaciones con el exterior y proporcionar las directrices que me indicó el general González González.

Seguidamente de salir al aire, Napoleón Bravo mostró ante las cámaras una hoja de papel cuyo contenido nadie podía ver. «Ustedes se preguntan… ¿Cómo es la renuncia de Chávez? En primer lugar, una carta. Les leeré la carta que firmó. «Con base en el artículo 233 de la Constitución de la República, presento ante el país mi renuncia irrevocable al cargo de Presidente de la República, que he desempeñado hasta hoy, 12 de abril de 2002. Hecho en Caracas el 11 de abril de 2002, año 191 de la Independencia y 142 de la Federación. Hugo Rafael Chávez Frías». Permanentemente, en la parte inferior de la pantalla, las letras brillantes de un anuncio: «Chávez ha dimitido; la democracia ha vuelto».

Ninguna imprudencia: ¡hay que evitar a toda costa que se hable de golpe de Estado! desde las ocho de la mañana, bajo un sol que ya calienta, el embajador estadounidense Schapiro y el embajador español Manuel Viturro de la Torre llegaron a Miraflores para una primera visita de cortesía al «presidente Carmona». Tras un breve repaso de la situación, Schapiro dio un consejo, que también era una orden, en un tono familiar: «Convoquen elecciones en el plazo máximo de un año, para que los dejen en paz con la Carta Democrática de la OEA».

En ese sentido, no hay problema. El secretario general de la Organización de Estados Americanos, el ex presidente colombiano César Gaviria, un «gran amigo», dio por hecha la renuncia de Chávez. Ha convocado una reunión informal del Consejo Permanente para hoy a las 9.30 horas. Y discutió muy seriamente el caso de Jorge Valero. ¿Qué hacer con el representante venezolano? De modo imperioso, Gaviria pidió que no lo invitaran porque «ya que no representa más al gobierno». Difícilmente se puede hacer algo mejor, ¿verdad?

«Un paso adelante», titula triunfalmente El Universal. El periodista Rafael Poleo, que entregó el acta de la primera reunión del Estado Mayor «golpista», se encargó (junto con otros) de redactar el acta fundacional del nuevo gobierno; por la tarde, su hija Patricia Poleo recibió la oferta de la dirección de la Oficina Central de Información por parte del «presidente» Carmona. Este último, de hecho, asumió la magistratura suprema. El decreto de disolución de la Asamblea Nacional, de todos los órganos constituidos y de los gobernadores y alcaldes elegidos en las urnas fue firmado por la patronal, la Iglesia y los representantes de una pseudo “sociedad civil”, y por Miguel Angel Martínez, en nombre de los medios de comunicación. Lo leyó Daniel Romero, secretario particular del ex presidente socialdemócrata Carlos Andrés Pérez y.… asalariado del grupo Cisneros. Ahora, con todo su poder, Carmona puede escuchar al portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleisher, felicitar al ejército y la policía venezolanos «por negarse a disparar contra manifestantes pacíficos» y concluir, sin más, que «los partidarios de Chávez dispararon contra esta gente, y eso llevó rápidamente a una situación que provocó su dimisión.»

Mientras tanto, en un país que llevaba tres años sin deplorar un asesinato político, una desaparición o un encarcelamiento, se desataba la represión contra ministros (Ramón Rodríguez Chacín, Tarek William Saab), diputados y activistas. Se registraron decenas de locales y viviendas, y ciento veinte «chavistas» sufrieron los tormentos de la cárcel. Con el pretexto de que el vicepresidente Diosdado Cabello y los diputados Cilia Flores y Nicolás Maduro se habían refugiado allí – «¡Los vimos llegar en un coche!» -Una horda fascista emprendió el asedio de la embajada cubana. «No van a tener nada que comer, les vamos a cortar la luz y el agua. ¡Tendrán que comerse las mesas! ¡Se comerán las cortinas!» A la cabeza de esta horda imbécil estaban dos individuos de los que no habíamos oído hablar: Henrique Capriles y Leopoldo López.

Chávez fue apresado y encarcelado en Turiamo, y llevado a la remota isla de Orchila. Ciertamente, al principio, el 12 de abril, los barrios populares acusaron el golpe. «¡Coño, han derrocado a Chávez! ¿Qué vamos a hacer ahora?» Mientras circulaban los rumores más disparatados sobre el destino del presidente, alimentados por los medios de comunicación, reinaba un ambiente sombrío de incertidumbre y tensión. «Empezamos a comunicarnos con un montón de redes y a dar instrucciones porque la gente estaba conmocionada”, declararía poco después Freddy Bernal, que se escondió durante el “golpe”. No entendían lo que estaba pasando.» Negándose a ceder al pánico, decididos a no dejarse sumergir por el pesimismo, los ciudadanos volvieron a poner la cabeza en su sitio. Alimentados por la frustración, su orgullo es inmenso. La primera reacción fue visceral: hordas incontroladas y sin control saquearon la ciudad, saqueando y quemando tiendas. Especialmente los comercios que habían participado en la huelga. En todas partes, la gente gritaba: «¡Viva el comandante Chávez!» Gases lacrimógenos, disparos, la represión golpeó: pronto hubo 84 muertos y 300 heridos. En aquel momento la resistencia se organizó.

Bajo el signo de Simón Bolívar, movilización general.

Los teléfonos móviles se transformaron en una radio popular. Las instrucciones se difunden y los «motorizados» se encargan de la coordinación. Los chavistas, con mucho corazón, defienden a su Presidente. Y su revolución. El 13 de abril, por centenares de miles, saliendo de los barrios de Gramovén, La Silsa, El Amparo, Catia, Petare, Vargas, Guarenas, Guatire, 23 de Enero, en todas partes, con boinas rojas, a paso lento o en camiones, como soldados que avanzan hacia la fortaleza enemiga, los electores de Chávez ocuparon las calles y plazas de Caracas, y de todo el país. Un millón de personas en Caracas. Una oleada…

Al final de la mañana, la Guardia de Honor regresó a Miraflores y ayudó a algunos ministros a ocupar de nuevo el despacho presidencial. ¡Un giro dramático de los acontecimientos! Desde el lugar donde estaba prisionero y gracias a la valentía de un pequeño soldado, Chávez logró sacar un mensaje escrito de su puño y letra: «Al pueblo venezolano y a todos los interesados. Yo, Hugo Chávez, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, DECLARO: No he renunciado al poder legítimo que el pueblo me ha confiado. Para siempre, Hugo Chávez, hecho en Turiamo, el 13 de abril.»

Reunidos en Miraflores para celebrar la victoria, intercambiando cumplidos, exultando frente a los cócteles en una histeria de narcisismo social, hinchados de orgullo y ambición, vestidos con sus mejores galas de domingo, los altos mandos del «golpismo», los militares facciosos, los nuevos ministros, los futuros elegidos, los curas indignos, al principio sólo vieron fuego. Pero este fuego, el fuego del infierno, los alcanzó. Miraflores fue rodeado poco a poco por la multitud. Presa de pánico, en medio de un torrente de vómitos y diarreas, los «beautiful people» evacúan el lugar por una salida en la parte trasera del palacio, corriendo como locos.

Siguiendo el ejemplo del general Raúl Baduel, jefe de la 42ª Brigada de Paracaidistas en Maracay, los comandantes leales a la Constitución tomaron el control de todas las guarniciones. Dividido, sin una perspectiva clara, temiendo una reacción incontrolable de la población y enfrentamientos entre soldados, el alto mando perdió el equilibrio. Poco a poco, los comandantes y tenientes coroneles se dieron cuenta de que habían sido engañados.

Sin embargo, sólo a través de la CNN en español -que sólo reciben los abonados al cable- y de las páginas web del diario madrileño El País y de la BBC de Londres, los venezolanos recibieron información. Hacia las dos de la tarde, al anunciar la sublevación de la 42ª brigada de paracaidistas en Maracay, la CNN se asombraba: «Los medios locales no dicen nada.»

En efecto, la «beautiful people», la que ayer reclamaba libertad de expresión, impone una feroz censura. Películas de acción, recetas de cocina, telenovelas, dibujos animados y partidos de béisbol de las grandes ligas estadounidenses ocupan la pequeña pantalla (sólo interrumpida por la emisión de la secuencia en la que el general Rincón anunció la «dimisión» de Chávez).

No fue hasta las 8 de la noche y la reanudación de las transmisiones del canal estatal VTV -reactivado por activistas de medios comunitarios ayudados por militares de la Guardia Presidencial- que el muro de silencio se derrumbó y los venezolanos se enteraron de que la situación estaba cambiando. Tras salir de su escondite en el barrio popular de Catia, y regresar a Miraflores, el vicepresidente Diosdado Cabello asumió el poder hasta el regreso del jefe de Estado. Cuatro helicópteros Superpuma y una unidad de comando de élite volaron hacia La Orchila durante la noche…

A las 4 de la mañana, el presidente legítimo de la República Bolivariana de Venezuela es devuelto «al pueblo».

En Miraflores, todo el mundo se ha dirigido al Salón Ayacucho. Aparece Chávez. Se ha lavado la cara y se ha cambiado de ropa. Con ropa deportiva, un jersey de cuello alto verde y una chaqueta azul «marino, camina hacia la mesa desde la que oficiará. Alguien aplaude. «Pedimos el máximo silencio, porque el Presidente hablará sin micrófono». Chávez gira su silla y se dirige a sus ministros, desconcertado: «¿Se lo han llevado todo? ¿Incluso los micrófonos?» Una carcajada generalizada. En cuanto al silencio, es un éxito. Una primera voz se eleva, luego todas al unísono, al son de «¡se va, se va, se va, se va!» «¡Volvio, volvio, volvio, volvio!»

«¡Ha vuelto, ha vuelto, ha vuelto!»

El silencio vuelve poco a poco. Con un rostro marcado por el cansancio, pero con el ojo negro que sólo brillaba un poco menos que de costumbre, Chávez comenzó su discurso alzando la voz: «A Dios lo que es de Dios, al César lo que es del César, al pueblo lo que es del pueblo …»

Son las 4.40 am. La alianza de una fantástica movilización popular y de los militares leales acaba de lograr un tour de force sin precedentes en América Latina: un contragolpe de Estado inmediato, rápido, decisivo y victorioso. Y nació un nuevo eslogan: «¡Cada 11 tiene su 13!»

Notas:

[1] Escuálido (Gringalets); el apodo que Chávez daba a sus opositores.
[2] Sobre los orígenes del chavismo, véase: https://www.medelu.org/Pour-l-instant
[3] Entonces, el principal foro político de América Latina y el Caribe.
[4] “¡Se va, se va!”
[5] Neustadt relató este episodio el 16 de julio de 2002, durante una conferencia en la Universidad de Aragua, sin saber que estaba siendo grabado. Tras hacerse pública la grabación, amenazado y presionado, Neustadt se retractó el 17 de septiembre, pidió disculpas y calificó sus acusaciones de “error humano”.
[6] Aclaración (no necesariamente superflua dado el “negacionismo” que la oposición venezolana sigue mostrando hoy sobre este episodio): no se trata de un relato de segunda mano; el autor de este artículo estaba en el lugar en ese momento (ver fotos).
[7] Tomado de Maurice Lemoine, “Dans les laboratoires du mensonge au Venezuela”, Le Monde diplomatique, París, agosto de 2002.

Texto y fotos: Maurice Lemoine (Mémoire des luttes)

Ilustración de apertura: 11 de abril de 2002: Chavista

Original: Venezuela: Un certain 11 avril 2002

Traducido por Michel Mujica para La Pluma, 30 de abril de 2022