Las trece rosas

Las trece jóvenes republicanas tenían entre 18 y 29 años, fueron detenidas y torturadas para luego ser conducidas a la cárcel de mujeres de las Ventas y fusiladas en el cementerio del Este de Madrid

Ayer,  parece una eternidad agosto de 1939, nos viaja hasta los libros de historia, esa historia de dolor, agresión y sangre. La memoria vuela prevenida en busca de los hechos corrompidos, rescata del horno y sus cenizas todo aquello que nunca pudieron borrar. Las trece rosas regresan como estandarte de lucha y sin pedir pidiendo. A nosotros nos toca levantar por siempre la bandera del equilibrio humano. A veces los himnos y las canciones van más lejos que los recuerdos. [Nota de La Pluma].

Las trece rosas fueron fusiladas por ser demócratas, ése fue su delito. Hoy hace 82 años de aquel 5 de agosto de 1939, cuando una de ellas, Julita Conesa, de 19 años, escribió una carta de despedida a su madre, que terminó con una frase que podría tomarse como un epitafio:Que mi nombre no se borre en la historia.
 
Que no se borre su memoria, ni la de Julita Conesa, ni la de las doce jóvenes que la acompañaron a la tapia del cementerio de la Almudena de Madrid, ni la de cada víctima de cada juicio sin garantías cuya sentencia firmó el dictador.
 
 
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🌹La madrugada del 5 de agosto de 1939 fueron fusiladas en el cementerio de la Almudena de Madrid trece jóvenes mujeres:
Carmen Barrero Aguado, Martina Barroso García, Blanca Brisac Vázquez, Pilar Bueno Ibáñez, Julia Conesa Conesa, Adelina García Casillas, Elena Gil Olaya, Virtudes González García, Ana López Gallego, Joaquina López Laffite, Dionisia Manzanero Salas, Victoria Muñoz García y Luisa Rodríguez de la Fuente.
“Las Trece Rosas”.
 
Este hecho terrible tuvo una gran repercusión tanto en España como fuera, y para entender lo que pasó es importante repasar el contexto histórico.
Al acabar la Guerra Civil (1936-1939) que enfrentó a los habitantes de España y a varias potencias extranjeras, que combatieron en suelo español para apoyar a uno de los dos bandos, el 1 de abril de 1939, una organización juvenil de izquierdas contraria a Franco (las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), quisieron organizarse clandestinamente para rechazar la ocupación de Madrid, que había sido la última ciudad en ser conquistada.
Sus líderes fueron descubiertos y encarcelados.
Entonces se buscó a aquellas personas que tenían cualquier contacto (aunque fuera indirecto) con personas de la organización, para reprimirles.
 
Las trece jóvenes republicanas, tenían entre 18 y 29 años, fueron detenidas y torturadas para luego ser conducidas a la cárcel de mujeres de las Ventas de Madrid.
Dada la represión feroz del final de la guerra, en la cárcel había muchas más reclusas de las que el edificio había sido diseñado para acoger de forma digna, así que se las hacinó allí como a animales en espera de una sentencia.
 
Entonces, el 27 de julio de 1939 un explosivo acabó con la vida de un alto cargo franquista, su hija y la del conductor del vehículo mientras circulaban por la carretera.
Y aunque no se sabía con claridad quién era el culpable del ataque, el régimen se sintió desafiado y se decidió castigar a personas que formasen parte de grupos contrarios al régimen, se tuvieran o no se tuvieran pruebas de su culpabilidad .
 
Los indicios señalaban que había sido obra de algún grupo de antiguos soldados Republicanos, o de huidos —no era la primera vez que se producía un atentado contra un vehículo en marcha en los alrededores de Madrid—, pero el régimen decidió atribuirlo a una supuesta ¨red comunista de grandes dimensiones¨.
 
El 3 de agosto de 1939, el fiscal del Consejo Permanente de Guerra concluyó y sentenció a muerte a 56 personas: las culpabilizaba como “responsables de un delito de adhesión a la rebelión”.
Entre ellos había 43 hombres, conocidos como los 43 Claveles, y 13 mujeres, que pasarían a la historia como Las Trece Rosas.
 
Estas mujeres fueron elegidas al azar de entre las reclusas que se encontraban en ese momento en la cárcel de Las Ventas de Madrid.
A ellas se le sumó Antonia Torre Yela, la Rosa número 14, que fue condenada el mismo día que el resto, pero no fue fusilada hasta el 19 de febrero de 1940 a causa de un error de registro.
 
En el momento de ser fusiladas, nueve eran menores de edad.
 
Muchas de estas mujeres desempeñaban varios oficios: había varias modistas, una pianista, una secretaria y una sastre.
Antes de morir, se les permitió escribir una breve carta de despedida.
 
La carta de Julia Conesa dedicaba sus palabras en especial a su madre y fue una de las frases más emblemáticas de este hecho histórico:
«Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia».
 
 

Pilar Rodríguez-Castillos

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La corta vida de trece rosas

Fue uno de los episodios más crueles de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este. Su historia sigue viva hoy en forma de libros, teatro, documentales y cine.

Foto de archivo de Las 13 Rosas.EPV

Fue uno de los episodios más crueles de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este. Su historia sigue viva hoy en forma de libros, teatro, documentales y cine.

“Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar… Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre de la historia”. Fueron éstas las últimas palabras que dirigiría a su familia una muchacha de 19 años llamada Julia Conesa. Corría la noche del 4 de agosto de 1939. Hacía cuatro meses que había terminado la Guerra Civil. Madrid, destruida y vencida tras tres años de acoso, de bombardeos y resistencia ante el ejército sublevado, intentaba adaptarse al nuevo orden impuesto por el general Franco, un régimen que iba a durar cuatro décadas.

En el ambiente de ese verano de posguerra -tristísimo para unos y glorioso para otros-, se mezclaban las ruinas de los edificios y la pobreza de sus pobladores con las dolorosas secuelas físicas y psicológicas de la contienda. Y, sobre todo, abundaban ya la propaganda y la represión. El día a día de la capital estaba marcado por las denuncias constantes de vecinos, amigos y familiares; por la delación, los procesos de depuración en la Administración, en la Universidad y en las empresas; por las redadas, los espías infiltrados en todas partes, las detenciones y las ejecuciones sumarias. En junio habían comenzado, incluso, los fusilamientos de mujeres. “Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos. España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino…”, voceaban las radios de Madrid. “Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino”, advertía Franco en sus discursos.

Lola Huete Machado

Periodista, psicóloga y trotamundos. Casi tres décadas ya en el diario EL PAÍS, donde fui redactora del Tentaciones original y reportera de EL PAÍS SEMANAL

Fuente: El País

 

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Editado por María Piedad Ossaba