Siria silenciada: Discursos despoblados y capacidades negadas

Muchos países árabes dependen del imperialismo usamericano; en particular las monarquías del Golfo y Egipto.

Los discursos dominantes sobre Siria en Occidente están básicamente errados, por lo cual deberían desecharse en favor de alternativas “nuevas y emancipadoras”, escribe Yassin al-Haj Saleh.

Dedicado a Kelly y Steve.

En Occidente -y, en consecuencia, en todo el mundo- hay hoy tres discursos dominantes sobre Siria (y Oriente Medio en general). El primero es geopolítico; el segundo culturalista o civilizador; y el tercero podría llamarse antiimperialista de arriba abajo.

Al analizar los tres, junto con las formas en las que el régimen sirio de Bashar al-Asad y sus seguidores se benefician de ellos, este artículo tiene como objetivo descubrir un patrón estructural-discursivo más profundo respecto a la destrucción de Siria. No hay necesidad de asumir intenciones malévolas o planes de conspiración, pero tampoco se trata meramente de una cuestión de errores no intencionados, errores de cálculo o negligencia. Está en juego una lógica más profunda estrechamente vinculada a las estructuras de los intereses occidentales y las percepciones sobre Siria y Oriente Medio. Sacar esto a la luz también puede ayudar a que Siria y los sirios vuelvan a las discusiones de las que en gran medida nos hemos visto excluidos desde el momento en que comenzó el levantamiento sirio en marzo de 2011, a pesar de nuestro íntimo conocimiento de la opresión, la violencia y la experiencia de vivir silenciados.

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El primer discurso, el geopolítico, es promovido por los Estados, los think tanks y los medios de comunicación dominantes. Se expresa en términos de Estados: presidentes y gobiernos; guerra y diplomacia; enviados especiales de USA, Europa y la ONU; y el “conflicto de Oriente Medio” o conflictos. Durante las últimas tres décadas, el contenido de este discurso ha pasado de la lucha árabe-israelí y el “proceso de paz”, que dominó hasta principios de la década de 1990, a la “Guerra contra el Terrorismo”, que ha prevalecido desde entonces. Esta última es transnacional, pero sus campos de batalla se hallan principalmente en Oriente Medio. En cuanto a “Oriente Medio” en sí, conlleva un significante algo flexible. Siria, Palestina/Israel, Líbano, Jordania, Egipto, Iraq y la Península Arábiga siempre se incluyen dentro de él, pero también puede extenderse a Irán, Afganistán, Paquistán, Turquía y el norte de África. Este “Gran Oriente Medio” apareció después del 11 de septiembre y cubre la mayor parte del mundo musulmán. Es una geografía de la Guerra contra el Terrorismo y de la tortura. La Guerra contra el Terrorismo, que ha reintroducido la tortura donde menos se practicaba, en modo alguno es una guerra; es la tortura misma, librada por los poderosos contra los débiles, sin excepción alguna a esta regla general.

El compromiso principal y permanente de las potencias occidentales en Oriente Medio es con la seguridad, la superioridad y el bienestar de Israel. Después de esto viene la “estabilidad” en la región, que hasta hace poco significaba la seguridad de las rutas petroleras para el Occidente capitalista, y todos los requisitos relacionados con los apoyos a los regímenes gobernantes. En efecto, después de una generación de turbulencias sociales, políticas e intelectuales en su mayoría progresistas después de la independencia (reformas agrarias; educación más extendida; servicios mejorados; una vida más activa para sectores más amplios de nuestras sociedades), el Oriente Medio menor viene experimentando una “estabilidad” letal desde la década de 1970; una estabilidad que ha supuesto un dominio permanente de los regímenes familiares u oligárquicos, y una creciente vulnerabilidad e inestabilidad para los gobernados. Grandes masas de personas han sido constantemente excluidas de esta política de estabilidad, que produjo sus nuevas aristocracias y dinastías lumpen. El padre de Bashar al-Asad, Hafez, fue uno de estos gobernantes “estables”. Se hizo con el poder mediante un golpe militar en 1970 (posiblemente para recompensarse a sí mismo por la humillante derrota en junio de 1967, cuando era ministro de Defensa de Siria). Luego se basó en gran medida en aparatos de seguridad sectarizados para preservar el poder, arrestar, torturar y matar a decenas de miles de sirios de todos los orígenes políticos e ideológicos. Así fue como pudo asegurarse la preciada “estabilidad” en Siria; así como la “pacificación” del Líbano —con luz verde de USA— al intervenir en el pequeño vecino de Siria en 1976; y también para desempeñar un “papel regional” vital, que fue posible solo por el cierre absoluto del campo de juego político dentro de Siria. A través de la política del poder, el régimen pudo acumular cartas de juego rentables, especialmente al patrocinar a actores subestatales en Líbano, Palestina, Iraq y Turquía, todos los cuales demostraron ser activos útiles para el compromiso con otras potencias regionales y acuerdos con las partes más poderosas, especialmente los usamericanos. Quienes estaban dentro de Siria fueron relegados a la invisibilidad total, sufriendo masacres, encarcelamientos y torturas de las que apenas se informaba en el “mundo libre”. Así, Hafez pudo traspasar su cargo a su hijo Bashar, cuyo primer eslogan fue “estabilidad y continuidad” (istiqrar e istimrar), lo que implica que las demandas de cambio político eran intrínsecamente desestabilizadoras. Desde entonces, Bashar ha podido matar a cientos de miles de desafortunados sirios a lo largo de la última década, la segunda de sus veintiún años de gobierno. Cabe señalar que cada una de las revoluciones en Túnez, Egipto, Yemen y Libia impidieron un giro monárquico como el que se produjo en Siria, el mayor retroceso reaccionario en la historia moderna del país.

Este discurso geopolítico es intrínsecamente estatista, por lo que los Estados (y ya no las economías) son la base de la dependencia política, sin tener en cuenta las buenas o malas relaciones con las potencias verdaderamente soberanas en la región y en el mundo. Esto es aún más cierto en la era de la Guerra contra el Terror, en la que se considera que los Estados de Oriente Medio son un muro defensivo contra ese Terror. Los Estados, por tiránicos y bárbaros que sean, son los organismos reconocidos para monopolizar la violencia mortal contra los sectores rebeldes de unos pueblos a los que han deshumanizado. Lo que Aníbal Quijano llamó colonialidad del poder se aplica aquí muy bien, con las religiones (y etnias) tomando el lugar de la raza (y etnias) en América Latina (y África). Un pilar de la percepción dominante de Oriente Medio en Occidente es que las comunidades minoritarias siempre están bajo la amenaza de una mayoría árabe musulmana monolítica, y que es deber de las potencias occidentales altruistas (y de Rusia) protegerlas. ¿Qué pasaría si una oligarquía usara esta misma carta para venderse a sí misma en Occidente, diciendo: “Gobernamos sobre brutos que atacarán a las minorías pacíficas, especialmente a los cristianos, si debilitamos nuestro control sobre sus cuellos”? A juzgar por nuestra experiencia bajo el gobierno de la familia Asad durante más de medio siglo, la demanda de esa narrativa es bastante potente en Occidente. El principio colonial de proteger a las minorías está vivo y coleando una vez más en estos tiempos neocoloniales. Los genocidios y las limpiezas étnicas ya están aquí: en Siria hay un genocidio en curso desde hace aproximadamente una década bajo la cobertura de la Guerra contra el Terrorismo y la protección de las minorías.

Pero aquí nos topamos ya con el discurso culturalista, que en esta era de la Guerra contra el Terror se centra principalmente en el islam. (Entre las décadas de 1950 y 1980, se interesaba más por el nacionalismo árabe y la “mente árabe”). Aparte de las minorías siempre perseguidas, especialmente los cristianos, sus principales temas recurrentes son la primitividad del islam, la división suní-chií, las guerras y odios sectarios primordiales y la inferioridad de la civilización musulmana en comparación con la occidental. La irracionalidad, la violencia y la incompatibilidad con la democracia se consideran los resultados naturales de la civilización musulmana: reducida a la cultura, reducida a la religión, reducida al islam, que a su vez se reduce en su mayor parte al islam suní. El extremismo y el terror son cuestiones de creencias e instrucción religiosa. En resumen, el islam es ahora el “otro”. La función de “otredad” implantada por este discurso triunfa sobre la idea de que posiblemente sea al revés: que el islam, y su instrucción, han sido producidos y reproducidos, recibidos e interpretados, durante décadas de luchas desesperadas y fallidas por el cambio y un futuro diferente. Cuando el presente se ha eternizado mediante un gobierno despótico y el camino hacia el futuro se ve obstaculizado por la eternidad misma, el pasado es el único camino disponible. El islam mismo también se reforma y reconstruye de manera que responda a las demandas de una lucha continua en condiciones imposibles, así como de formas que reflejen esta teología política de la eternización. Por lo tanto, los extremistas tienden a concluir o derivar de una religión que ellos mismos producen. Pero este no es el lugar para profundizar en ese fenómeno (lo hice en un libro reciente en árabe, “Los imperialistas derrotados”, publicado en Beirut en 2019).

El discurso culturalista es rápidamente consumido por el populismo de derechas en auge actualmente en Occidente, en parte como un efecto boomerang de la Guerra contra el Terror. Sin embargo, también representa un patrón de pensamiento más prevalente que se hace evidente dentro de círculos más amplios. La formación excesivamente simplista de este discurso sirve de explicación fácil de fenómenos complejos; también exime a las personas de la ardua tarea de conocer realmente la historia.

El discurso culturalista ha sido siempre poderoso en el Occidente capitalista moderno. El orientalismo, por ejemplo, es mayoritariamente un discurso culturalista. En su famosa tesis sobre el “choque de civilizaciones”, Samuel Huntington se inspiró en Bernard Lewis, el orientalista esencialista por quien Edward Said no escatimó ningún desprecio. Después del 11 de septiembre, el discurso se convirtió en sabiduría común entre muchos en Occidente y, de hecho, en el mundo. El vínculo ontológico entre la religión de los musulmanes, por un lado, y el terror inspirado por la idea del Terrorismo Islámico, por el otro, oculta la historia, la política, la economía política, las guerras, la tortura, la represión, la discriminación, lo oculta realmente todo.

Una característica particularmente interesante del discurso culturalista es el principio de continuidad histórica homogénea. La historia se ve simplemente como el despliegue de un destino envuelto en la esencia de esta o aquella cultura. Cuando Bashar heredó el poder de su padre, fue un evento inherente a “su” cultura allá en Siria. El asesinato de 20.000 personas en Hama en 1982 no tuvo nada que ver con eso. De manera similar, cuando surgió Daesh en 2013, se trató simplemente de otra continuidad dentro del islam. No hay eventos en Oriente Medio; no hay rupturas; no hay comienzos ni finales; no hay sorpresas ni catástrofes; solo continuidades inmensas y estructuras intrínsecas primordiales. Tales nociones van en contra del concepto mismo de historia como un tapiz gigante de interacción entre culturas y entornos cambiantes, una pluralidad de actores relevantes y de capacidad para actuar de innumerables pueblos.

Estos discursos geopolíticos y culturalistas son complementarios en más de una forma. La prioridad geopolítica de la estabilidad recomienda el autoritarismo para los habitantes de Oriente Medio, y la otredad de los culturalistas fomenta la apatía y la indiferencia hacia sus sociedades. Por lo tanto, si bien nuestros Estados no son posiblemente muy buenos, nuestras sociedades son ciertamente malas. La empatía es imposible. La democracia no es para árabes y musulmanes; son esencialmente inadecuados para ello. Históricamente hablando, estos dos discursos son ramas de los discursos nacionalistas e imperialistas empleados por las antiguas potencias coloniales sobre una región de la que el colonialismo apenas ha salido. En la actualidad, el sistema neocolonial de Oriente Medio se basa en tres pilares: la supremacía de Israel y el prolongado drama del pueblo palestino; la incorporación de las monarquías del Golfo al ámbito de la seguridad nacional de USA; y la tortuosa Guerra contra el Terror.

Pensar en la región desde perspectivas tan geopolíticas y/o culturalistas le deja a uno con la noción de que lo que se ve en Oriente Medio es el resultado de dinámicas internas; políticas y culturales en particular. También se sugiere que siempre ha sido así, quizás incluso “desde hace milenios”, en la frase del “cerebral” Barack Obama. De hecho, se puede definir Oriente Medio como un sistema en el que USA, Europa y ahora Rusia, aunque geográficamente distantes, se han convertido en miembros del sistema, con una historia de al menos una guerra importante cada década desde el apogeo de la descolonización; guerras siempre ganadas por el dúo usamericano-israelí, y ahora también por Rusia.

El carácter sistémico de Oriente Medio significa que la mayor parte de lo que se habla sobre la intervención externa no tiene sentido, por lo que deberíamos ir más allá del binario de intervención-no intervención, porque la no intervención simplemente no existe. La cuestión tiene más que ver con la estructura de la región; su historia; y cómo facilitar la intervención de las propias poblaciones de la región en sus propios sistemas políticos. Cuanto más intervengan los habitantes de Oriente Medio en la vida política de sus países, menos perjudiciales resultarán las intervenciones externas.

Aquí, nuevamente, el neosultanato de Asad ha dominado este discurso, y sus ideólogos han estado propagando durante mucho tiempo el culturalismo que explica la política en relación con las mentes de la población, dando casi la impresión de que el régimen es la verdadera víctima de la mayoría gobernada. Hasta la década de 1980, el subdesarrollo se explicaba en el lenguaje de la economía política y las políticas económicas. En la década de 1990 y después, el subdesarrollo pasó a ser considerado como un “atraso” y el registro explicativo se trasladó a la “cultura”, la “civilización” y las “mentes”, restaurando el marco colonial. Esta tendencia debe entenderse como un aspecto de la política despobladora (sobre lo que hablaremos más adelante). Precedió al levantamiento sirio y se propagó con fuerza en los primeros años de Bashar con la neoliberalización autoimpuesta de la economía siria. El giro culturalista es un elemento de la ideología que legitima lo que llamo el “Primer Mundo interior”, o los “blancos sirios”, a los ojos de la “comunidad internacional”, de hecho, el “Primer Mundo”. Los ideólogos del régimen ya no son baazistas ni nacionalistas árabes; son agentes de la colonialidad contemporánea del poder, trasladando el Primer Mundo local al Occidental, viviendo muchos de ellos en Occidente y hablando en inglés u otros idiomas europeos. Por lo general, no elogian explícitamente al régimen (a diferencia de sus homólogos dentro del país). En cambio, solo dicen que todos los que se oponen al régimen son malos: islamistas, extremistas y terroristas. El famoso poeta Adonis, que se ha encargado de reiterar esto una y otra vez desde que comenzó el levantamiento, es solo el ejemplo más conocido.

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El tercer discurso es el antiimperialista, o, en todo caso, cierta variedad del mismo que piensa en el “imperialismo” como algo peculiar del Occidente capitalista, que a su vez es la única fuente de maldad a nivel global. Este punto de vista ha sido adoptado por muchos intelectuales y movimientos de izquierda. Es un discurso sobre las intervenciones imperialistas en Oriente Medio y el apoyo imperialista a dinastías brutales y corruptas y dictadores despiadados. El principal de los poderes imperiales desde la Segunda Guerra Mundial es USA. Esto es muy cierto. Nunca se podría exagerar el papel del imperialismo usamericano en la reducción de Oriente Medio a un “espacio de excepción” (en la terminología de Giorgio Agamben), donde la soberanía de los Estados solo se respeta contra sus súbditos, nunca contra potencias coloniales agresivas como Israel. Muchos países árabes dependen del imperialismo usamericano; en particular las monarquías del Golfo y Egipto. Sin embargo, por alguna oscura y extraña razón, el gobierno dinástico extremadamente brutal y corrupto en Siria no entra dentro de la categoría de estos países. Solo desde la revolución siria, nosotros, demócratas e izquierdistas sirios, hemos empezado a darnos cuenta de los pocos aliados que tenemos entre los izquierdistas antiimperialistas occidentales. Para muchos de estos últimos, nuestra lucha no es más que un complot de “cambio de régimen” imperialista liderado por USA en el que somos herramientas inconscientes, o tal vez conscientes.

Según este discurso, el único actor real es el imperialismo occidental; una noción que recuerda un principio teológico bien conocido en la historia del islam, que sostiene que el único actor real es Dios. El imperialista divino actúa de forma que anula la autonomía de cualquier otro actor; incluso de los gobiernos “soberanos” que se dedican a torturar y matar a sus pueblos. Así, quienes se definen como opositores a esta deidad descartan nuestra lucha por la democracia en Siria porque se percibe que ha sido apoyada por este imperialismo celeste.

¿Pero fue realmente así? Solo fue en agosto de 2011 cuando Obama declaró que Bashar debería dimitir, es decir, unos cinco meses después de que comenzara la revolución, cuando todavía era plenamente pacífica. Declaró esto porque pensaba que la ola revolucionaria progresaba constantemente, que el régimen de Asad caería inevitablemente y quería demostrar que, por una vez, USA se preocupaba por los movimientos populares en la región. Había dicho algo similar sobre Hosni Mubarak de Egipto apenas dos semanas después del estallido de la revolución en El Cairo.

Más tarde, el imperialismo usamericano hizo todo lo posible para evitar dañar al régimen de Asad después de que violara la “línea roja” química de Obama. El régimen, que acababa de matar a 1.466 de sus súbditos utilizando armas prohibidas, fue recompensado con la participación en la política sobre un futuro al que había estado negando cualquier acceso a sus súbditos. Había matado ya a 100.000 de ellos en ese momento, por la razón de que buscaban apropiarse de la política: reunirse en espacios públicos; hablar de temas públicos; y protestar pacíficamente (todo lo cual estuvo estrictamente prohibido por el régimen durante décadas). Da la casualidad de que la inspiración para el acuerdo químico entre los imperialistas usamericanos y rusos provino de los israelíes. Asad se salvó, a diferencia de al menos medio millón de sirios. Mientras tanto, en Occidente, muchos antiimperialistas se felicitaron por movilizarse contra… ¿contra qué exactamente? Ciertamente no contra la guerra, que aún continúa, más de nueve años después.

En cambio, aplaudieron su oposición a castigar a un matón que había cometido crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad, que utilizó armas prohibidas internacionalmente contra civiles. No olvidemos nunca que las efímeras intenciones de castigar al régimen no fueron de ninguna manera porque estuviera asesinando sirios —Dios no lo quiera— sino porque rompió una “línea roja” trazada por los poderosos. Hubo, y todavía hay, una posible discusión sobre la legitimidad y conveniencia de disuadir al régimen químico, pero la inconsistencia de la izquierda occidental en esto es impactante. Simplemente no vieron a las personas que luchaban por sus derechos básicos. Nunca hemos visto movilizaciones contra la matanza de sirios, ni siquiera solidaridad simbólica. Un año después del sórdido acuerdo químico, USA intervino en Siria, después de todo, contra el Daesh, sin que esto provocara ninguna protesta del movimiento contra la guerra. Al año siguiente, los iraníes invitaron a los rusos a que ayudaran a proteger el régimen genocida. Después de eso, no pasó mucho tiempo antes de que Turquía ocupara partes del norte de Siria haciendo uso de una justificación muy israelí: necesidades de seguridad. Irán ya había estado allí desde 2012; una situación tolerada por la administración Obama como un precio justo por el acuerdo nuclear que buscaba con Teherán. Mientras tanto, Israel, por supuesto, ha estado ocupando suelo sirio desde 1967. Ninguno de estos Estados ha estado haciendo nada en Siria más que guerra, guerra y más guerra.

Esta teología antiimperialista de arriba abajo, además de estar extremadamente centrada en Occidente, se vuelve imperialista al negar la autonomía de nuestra lucha de su propia batalla interminable e inexistente contra el imperialismo. En esta negación se asemeja al comunismo soviético, que adoptó el mismo enfoque perjudicial para las luchas en Oriente Medio después de la Segunda Guerra Mundial, un hecho que paralizó al comunismo árabe. No hay ninguna razón plausible para esperar resultados diferentes de este antiimperialismo imperialista. Vale la pena recordar aquí que el Partido Comunista Sirio experimentó una grave división a principios de la década de 1970, precisamente sobre la cuestión de la dependencia versus la independencia frente a la Unión Soviética en aquel momento. Unos años después de la escisión, los defensores de la independencia estaban en la cárcel; sucedió que yo era uno de ellos, que en aquel momento era estudiante universitario. Los seguidores de Moscú en aquellos días son hoy seguidores del régimen, y lo han sido durante todo el último medio siglo. Su líder pasó el cargo a su viuda después de su muerte a mediados de la década de 1990, y ella se lo pasó a su hijo cuando murió en 2012.

Esto no significa que el comunismo dinástico sea el único elemento que defiende al régimen con pretextos antiimperialistas. El régimen también instrumentaliza sus antiguas credenciales nacionalistas árabes cuando es necesario. Es trágicamente interesante presenciar cómo un régimen dinástico y absolutista denuncia los complots imperialistas y todo ello mientras gobierna el país con métodos coloniales de tortura, de divide y vencerás, de excepciones permanentes y acumulación primitiva, y convierte al país en un protectorado de dos potencias ultranacionalistas: Rusia e Irán.

Es la fijación de los antiimperialistas por la alta política lo que ha hecho posible este uso reaccionario del antiimperialismo contra la lucha siria por el cambio. La alta política es esencialmente incompatible con las luchas sociales porque relega al subalterno a una mayor subalternidad e invisibilidad. Todo sirve para los imperialismos y sus derivados.

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¿Tienen estos tres discursos algo en común? Sí: todos están despoblados (tomo prestado el término de Kelly Grotke). No hay gente en ellos; ni nombres; ni historias; ni comunidades; no hay clases; no hay sociedad, ni activistas políticos, ni intelectuales, ni activistas de los derechos humanos, ni mujeres y hombres que luchan por la vida. Éramos completamente invisibles, inexistentes de hecho. Esta despoblación hace que los tres discursos sean una continuación de los discursos y prácticas del régimen de negar a los sirios tanto los derechos como la capacidad y voluntad para actuar. Los discursos despoblados son una combinación natural para el uso de armamento despoblador, como el sarín y el cloro, las bombas de barril y el fósforo blanco, contra la población civil siria.

Los tres discursos también son deterministas, incluso fatalistas. Solo cambia el determinante: la geopolítica; la cultura o civilización; y el imperialismo divino, respectivamente. El determinismo es producto de la ignorancia sobre la pluralidad, la diversidad y la complejidad de las sociedades de Oriente Medio. La historia de las luchas desesperadas por la justicia y la libertad de tantas personas en Siria y la región es igualmente ignorada, o solo se recuerda de forma selectiva.

Los tres discursos despoblados en tres niveles: político, ético y epistemológico niegan la capacidad y voluntad de los sirios que luchan por la democracia y la justicia social.

Se niega la capacidad política al relegar las luchas sirias a choques primordiales, irracionales, infrapolíticos e infrahistóricos de sectas y creencias, y eso cuando no se ve simplemente a los sirios como marionetas de potencias extranjeras. No se percibe a los sirios como personas que luchan por la libertad y el cambio político en su país. Se considera que su historia no va de democracia, justicia social y dignidad humana. Se trata de un “cambio de régimen”, un fanatismo religioso o una guerra por poderes. El auge del islamismo nihilista después de la guerra del régimen contra la revolución se ha utilizado contra los sirios para hacernos indignos de simpatía o apoyos, en lugar de considerar ese auge como el resultado más probable de una junta dinástica que lleva décadas matando políticamente (politicidio) al pueblo y despoblando la política. Da la casualidad de que la ideología religiosa fue en parte un lenguaje y un simbolismo que ayudó a muchos a reunirse, cooperar y poseer la política; es decir, para defender su capacidad política, aunque esa necesidad básica siempre ha sido inmediatamente sacrificada y traicionada por estructuras organizativas extremadamente elitistas y un imaginario imperialista: yihad, conquista e imperio. Los islamistas, especialmente los yihadistas, sufren menos por la ausencia de vida política que nosotros, los izquierdistas y los demócratas. De hecho, son los más aptos para sobrevivir en condiciones de politicidio a largo plazo. La religión es la política de una sociedad sin política, diría un Marx musulmán. Quienes más sufren son los izquierdistas, demócratas y laicistas cuya condición misma de supervivencia es el espacio público, o al menos los espacios privados seguros. Hemos sido diezmados una y otra vez desde la década de 1970.

Agregaría que la fascinación morbosa desde hace años de los medios occidentales por el Daesh da la impresión de que la salvaje organización estaba satisfaciendo una necesidad real: estaba impulsando la máquina de la “otredad” para que funcionara a plena capacidad. Ese fue realmente el juego del Daesh.

La negación de la capacidad ética no es menos obvia cuando el régimen químico es tratado como un mal menor que el islamismo nihilista, el Daesh y al-Qaida, que son el mal mayor. Siempre es desagradable comparar males (y sufrimientos) de esta manera, pero cuando la entidad responsable del 90% de las muertes en Siria es un “mal menor” que los responsables de alrededor del 5%, solo podemos concluir que nuestras vidas y muertes son irrelevantes para quienes sostienen este punto de vista. Ésta es la posición de los fascistas occidentales, que son partidarios acérrimos de Asad, dicho sea de paso. Los tres discursos también comparten la incapacidad de defender el derecho de la gente común a decir qué es bueno y qué es malo para ellos.

Se niega igualmente la capacidad epistemológica. He tenido la infeliz oportunidad en varias ocasiones de presenciar que no somos nosotros -activistas e intelectuales sirios- las principales fuentes de información y análisis sobre nuestra lucha. En el mejor de los casos, somos fuentes de citas; raramente de análisis o teoría. ¿Quieren saber sobre Siria? ¡Lean a Patrick Cockburn! ¿Quiere demostrar que no hay gente buena en Siria? Lean a Robert Fisk, el periodista incrustado y amigo cercano de las agencias de seguridad, de la mujabarat, de los matones de Asad. ¿Quieren saber algo sobre la masacre química de agosto de 2013? Lean a Seymour Hersh. Para asegurarse de que los Cascos Blancos son terroristas, creados y apoyados por el imperialismo, lean a Max Blumenthal y sigan a Rusia Today. ¿Quieren conocer los cinco mejores libros sobre la lucha siria? Bueno, pues ninguno de sus autores es sirio, según Nikolaos van Dam, el pionero de lo que podría llamarse el “principio del determinismo sectario” cuando explica la política siria a las audiencias occidentales (el difunto “izquierdista” Fisk compartió este “método científico” con van Dam). Parece que los sirios no pueden representarse a sí mismos ni hablar por sí mismos. La causa de lo subalterno parece ser subalterna en sí misma: es necesario que otros hablen por ellos. Y lo ideal es que sean europeos o usamericanos.

O.K. Pero, ¿por qué entonces apenas puede encontrarse un solo libro, o artículo interesante, o incluso un artículo escrito por estas personas sobre Siria? ¿Por qué la literatura occidental sobre Siria está plagada de simplificaciones excesivas, y por lo general carece del más mínimo toque humano? ¿Por qué Chomsky ha fallado en el transcurso de una década a la hora de escribir un artículo corto sobre Siria diciendo algo significativo? ¿Por qué es imposible para nuestros hermanos antiimperialistas responder, cuando se les pregunta sobre Siria: “¡No lo sabemos! El país estuvo aislado del resto del mundo durante muchas décadas, por lo que tal vez tengamos cosas que aprender de los propios sirios, ¡y deberíamos preguntarles a ellos! ¡Trabajemos junto a ellos para que podamos comprender mejor el mundo que compartimos!”

Para poder responder a estas preguntas, hay también responder a otra: ¿Qué significa esta completa negación de capacidades? Mi respuesta contiene una única palabra: racismo. Mencioné anteriormente que el mal menor, en la típica visión occidental, es responsable de la muerte del 90% de las víctimas de Siria. Esto va más allá de la negación de capacidad. Aquí ya estamos en el territorio de la racialización y la deshumanización.

El racismo no necesita necesariamente adoptar la forma de exiliar a las personas de la humanidad, pero puede exiliarlas de las humanidades; los métodos y herramientas a través de los cuales estudiamos otras sociedades al igual que hacemos con la nuestra. Los tres discursos deterministas, excesivamente simplistas y teológicos, despoblados y despobladores antes mencionados, no permiten el surgimiento de las humanidades en el estudio de Siria y Oriente Medio. Las humanidades surgen solo al desmantelar estos discursos.

¿Es esta una acusación de que el antiimperialista de arriba abajo está siendo racista? No haré ningún esfuerzo por probar o refutar esto, pero lo que sí creo es que se puede demostrar fácilmente que no les importa la gente común de Siria. No les importa conocer algo sobre la lucha desesperada del pueblo sirio. No les interesa protestar contra una masacre. No pueden encontrar dentro de sí mismos nada para expresar su solidaridad con los prisioneros en condiciones indescriptibles, ni siquiera firmar una declaración condenando a los criminales de guerra en Siria. Esta apatía tiene sus raíces en la estructura misma del antiimperialismo de arriba abajo. Desde sus olímpicas alturas, a menudo sucede que los antiimperialistas de arriba abajo —que no arriesgan nada en absoluto con su lucha etérea contra el imperialismo divino— culpan a quienes tanto han perdido; a quienes, de hecho, ya lo han perdido todo en su lucha por sus derechos básicos; simplemente por no ver el mundo, e incluso su propio país, como lo ven estas luminarias. Al parecer, se necesita una identificación dogmática con el bien universal para que los antirracistas actúen de manera racista. Esta identificación es un fenómeno panoccidental y tiene versiones de izquierda, derecha y convencional.

En respuesta a tanta desdicha, parecería que los activistas e intelectuales sirios deben quedarse en silencio; aplastados por el peso de nuestro arraigado complejo de inferioridad de seres subalternos y por la autoridad de esos monopolizadores del discurso legítimo (los agentes de los tres discursos antes mencionados); o adoptar estas formas de expresión para nosotros mismos, porque ¿quiénes somos para desafiar a autoridades tan importantes? Esto conduce a la autoaniquilación. Algunos de nosotros intentamos tenerlo todo: interpretar nuestra lucha de una manera que agrade a los antiimperialistas de arriba abajo. El intento, hasta donde yo sé, es en vano.

Es un estribillo persistente en Occidente decir que Siria es “complicada”. Lo es. Y esto destruye la identificación y la empatía. La gente huye de la complejidad como de una plaga. Espero que lo escrito anteriormente demuestre la lógica estructural de esta “complejidad”. Es una función de los discursos dominantes, despoblados y antidemocráticos, y del hecho de que Oriente Medio es la región más internacionalizada del mundo; un lugar donde el colonialismo nunca terminó. Es “complicado” porque hay muchos complicadores activos y poderosos.

Sin embargo, desde la perspectiva de las víctimas, la historia no es especialmente compleja: es una historia de dolores inauditos, innumerables tragedias, desesperación infinita y negación absoluta por parte del mundo.

Afortunadamente, hay muchas personas decentes y modestas que son capaces de decir: “No sabemos; trataremos de aprender”, y que se pongan del lado de los que están realmente involucrados en la lucha, en lugar de predicarles desde arriba. Para ese antiimperialismo de base, cuyo punto de partida son las luchas aquí y ahora por los derechos básicos, todavía no hemos desarrollado un discurso completo que pueda enfrentar la destrucción sin precedentes del país y responda a las situaciones cada vez más complicadas de Siria, Oriente Medio, globales y planetarias. Pero creo que estamos en mejor posición para combatir contra el imperialismo luchando contra la “colonialidad del poder” cuando podamos simplemente vivir seguros en nuestro país, hablar sobre asuntos públicos y decir que nuestro líder eterno posiblemente no sea nada bueno. Arriesgaste tu vida si dijiste esto en la “Siria de Asad” de antes de la revolución, e igualmente la sigues arriesgando hoy.

Es una gran tarea para nosotros desarrollar un nuevo discurso emancipatorio, dado que gran parte del mundo está ahora en Siria, y hay tantos sirios dispersos por todo el mundo (algo menos del 30% de la población), pero también podríamos comenzar el proceso. Pensar en Oriente Medio como una unidad analítica donde no se puede separar a Siria de Palestina-Israel, de Iraq y Líbano, de Egipto y el Golfo, de Irán y Turquía, y al mismo tiempo pensar en Siria como un micro Oriente Medio, de hecho un microcosmos del mismo, podrían ser puntos de partida relevantes. La emancipación es cuestión de resistir tres poderes deshumanizantes: regímenes oligárquicos politicidas que difuminan la frontera entre la política y el crimen; el islamismo nihilista, con su combinación de victimismo e ideales y aspiraciones imperialistas; y potencias tanto imperialistas (USA, Rusia, Francia) como subimperialistas (Israel, Irán y Turquía), junto con sus representantes subestatales, todos los cuales comparten la destrucción imposible de la revolución imposible.

La emancipación va también de repoblar nuestros discursos y pensamientos. La política poblada, también conocida como democracia, trata de personas que se representan a sí mismas; que regresan de una ausencia forzada; hablando por sí mismas y afirmando su propia presencia.

Yassin al-Haj Saleh

Original: Worldless Syria: Depopulated discourses and denied agency

Traducido por Sinfo Fernández

Editado por María Piedad Ossaba