Visita a un laboratorio chino en medio del debate por la bioseguridad. Lo que aprendí ayuda a explicar el conflicto sobre los orígenes de la COVID-19

Hubo otra carta abierta para pedir una investigación transparente y objetiva, esta vez de un grupo de destacados expertos.

Debemos dejar que la ciencia y la evidencia prevalezcan, aun reconociendo que la ciencia, al igual que otras disciplinas, está conformada por intereses opuestos.

Un médico del Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades le hace un gesto a un colega en su laboratorio de Pekín el 16 de abril de 2013
(Foto: STR/AFP vía Getty Images)

Vivía en Shanghai cuando, en 2013, surgió un nuevo virus de la gripe aviar. El brote comenzó en febrero, poco después del Año Nuevo Lunar, cuando un hombre de 87 años y sus dos hijos se presentaron en un hospital local con fiebre y otros síntomas. A principios de marzo el anciano había muerto, lo que llevó a un usuario chino anónimo de las redes sociales a especular sobre las extrañas circunstancias que rodearon su fallecimiento. Los censores eliminaron rápidamente la publicación.

Los funcionarios de Shanghai dijeron inicialmente que el hombre había muerto por complicaciones de rutina, pero, a finales de mes, las afirmaciones del gobierno habían dado paso a una admisión preocupante: el Ministerio de Salud chino notificó a la Organización Mundial de la Salud la aparición de un nuevo virus de la gripe aviar llamado H7N9. El número de muertos aumentó a siete y los casos se extendieron a las provincias que rodean Shanghai. Los expertos en salud pública perdieron el sueño por la preocupación de que el mundo estuviera al borde de una pandemia.

El H7N9 resultaría ser una amenaza menor en comparación con el SARS-CoV-2, el coronavirus que causa la covid-19, pero el camino que adoptó le resultará familiar a cualquiera que haya seguido las noticias durante el último año. Los casos iniciales en China fueron seguidos por censura y secretismo, dando lugar a una persistente sospecha alrededor tanto del gobierno como de los científicos chinos.

Recuerdo esa trayectoria vívidamente porque fui la corresponsal principal en China de la revista Science durante el brote de H7N9. Muchas veces, durante el año pasado, en medio de una cobertura mediática oscilante y a menudo engañosa sobre la búsqueda de los orígenes del SARS-CoV-2, he pensado en una historia en particular que escribí en 2013.

Elaboré el perfil de una investigadora de la gripe que estaba ayudando a las autoridades a contener la propagación del H7N9. Aunque se convirtió en la persona clave del brote, se vio inmersa en el centro de una controversia científica por un experimento que había realizado con otro virus de la gripe aviar. Ese trabajo implicó corregir los patógenos para estudiar cómo podrían volverse más contagiosos, un tipo de estudio que a menudo se agrupa bajo la clave de “ganancia de función”. Los defensores de tales experimentos argumentaron que una mejor comprensión de cómo se transmiten los virus de una especie a otra podría ayudar a los expertos en salud pública a prevenir los brotes naturales. A los críticos les preocupaba que, en lugar de ayudar a la salud global, su investigación pudiera desencadenar una pandemia.

Eso fue antes de que el trabajo de la ganancia de función se convirtiera en el estofado tóxico que es la política usamericana, antes de que se mezclara con los sentimientos sobre el expresidente Donald Trump y el ex secretario de Estado Mike Pompeo, el racismo y el antirracismo y la fe en la ciencia. Antes, los republicanos creían en unos cuantos políticos que afirmaban, erróneamente, que la pandemia había sido definitivamente causada por una fuga de laboratorio, y los demócratas creían en algunos científicos que les aseguraban, también erróneamente, que tal cosa era definitivamente imposible.

Sin duda, la investigación de la ganancia de función era política incluso en 2013, pero solo dentro de la comunidad científica. (La etiqueta amplia de “ganancia de función” puede aplicarse a investigaciones menos arriesgadas, pero los críticos se preocupan principalmente por la investigación que implica hacer que los patógenos se vuelvan más transmisibles, de forma tal que podrían representar un riesgo para los seres humanos). Entender ese debate es clave para comprender cómo y por qué los principales medios de comunicación han trazado un cambio tan abrupto, desde definir las especulaciones sobre la filtración de laboratorio como una teoría de la conspiración a abrazarla con entusiasmo y de forma prematura.

Cuando los primeros rumores sobre un nuevo virus se filtraron a las redes sociales chinas en 2013, me encontraba en casa con una recién nacida. Regresé pronto de la baja por maternidad para cubrir la información sobre la nueva cepa y pronto volé a Harbin, una ciudad en el noreste de China, para entrevistar a la principal experta en gripe aviar del país, Chen Hualan. Como mi bebé era muy pequeña, me llevé conmigo a ella y a mi pareja.

Como directora del Laboratorio Nacional de Referencia de la Influenza Aviar del Instituto de Investigación Veterinaria de Harbin, Chen supervisaba los esfuerzos de experimentación en animales para el H7N9. Como muchos virus anteriores, incluidos el Ébola, el MERS y el primer SARS, el H7N9 saltó naturalmente de los animales a las personas. Los llamados desbordamientos naturales a menudo suceden en áreas densamente pobladas donde las personas viven cerca de los animales. (Esa frecuencia es una de las razones por las que muchos científicos sospechan que el SARS-CoV-2 tiene un origen natural). Con el H7N9, el probable culpable eran los mercados avícolas. Quería hablar con Chen sobre los primeros días del brote, cuando su laboratorio se apresuró a secuenciar y analizar cepas de H7N9 aisladas de pollos y palomas.

Pero también quería preguntarle sobre otras investigaciones suyas. Poco antes de mi viaje, ella y sus colegas habían publicado un artículo en Science que detallaba un experimento de ganancia de función masiva con conejillos de indias. Había implicado intercambiar segmentos de genes de H5N1 con los del virus porcino H1N1, y luego infectar a los conejillos de indias con los virus híbridos. Su equipo descubrió que podían hacer que el virus pasara de un animal a otro cambiando un solo gen. Los conejillos de indias sustituían a los humanos.

Incluso cuando China se encontraba en medio de un brote con un origen claramente natural, a los críticos les preocupaba que una investigación arriesgada sobre patógenos pudiera dar lugar a otro peor. Pero eso fue hace ocho años, antes de que el discurso sobre tal investigación tuviera implicaciones geopolíticas.

Al llegar a Harbin, nos registramos en un hotel de estilo neoclásico con vistas al parque Stalin. Mi pareja y mi bebé se quedaron allí mientras yo me trasladaba al laboratorio de la gripe aviar, que en ese momento estaba ubicado en un extenso complejo construido antes de la Revolución Comunista China de 1949.

Harbin, un puesto de avanzada en el norte que va a la zaga de las ciudades más desarrolladas de China, no es un lugar lógico para un laboratorio donde los científicos trabajan con patógenos altamente peligrosos, pero en China, como en otras partes del mundo, las decisiones sobre dónde ubicar dichos laboratorios no siempre están motivadas por preocupaciones de bioseguridad. En este caso, Harbin se había convertido en un centro de investigación a través de una mezcla de azar y ampliación gradual de actividades. El noreste de China es una región agrícola tradicional con mucho ganado. Décadas antes, las necesidades de los agricultores habían convertido a Harbin en un centro de investigación veterinaria. Con el tiempo, la ciencia veterinaria dio paso a un laboratorio centrado en los animales que se clasificó como nivel de bioseguridad P3 o BSL-3. En 2018 el Instituto de Investigación Veterinaria de Harbin se trasladó a un nuevo campus con un laboratorio BSL-4, el nivel más alto de bioseguridad. (El otro laboratorio BSL-4 en China se encuentra en el Instituto de Virología de Wuhan, el instituto en el centro de la hipótesis de fuga de laboratorio del SARS-CoV-2).

Chen Hualan en el Laboratorio Nacional de Referencia de Influenza Aviar en Harbin, China, el 15 de junio de 2013
(Foto: Mara Hvistendahl)

Chen hablaba con suavidad y era una persona muy agradable. Me mostró las partes del edificio que no requerían bata u otro equipo de protección y me preguntó por mi bebé. Me dijo que cuando comenzó su investigación en la década de 1990, los virólogos de China tenían problemas incluso para obtener cepas en las que trabajar. Después de resolver ese problema, se enfrentaron a otros desafíos. “Cuando conseguían un virus, lo metían simplemente en el congelador”, dijo sobre los científicos chinos en los primeros tiempos. “La gente no sabía cómo investigar con virus. Puede que no les guste oírme decirlo, pero es la verdad”.

Chen se trasladó a USA para realizar un trabajo postdoctoral en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Atlanta, bajo la dirección de la renombrada científica de la gripe Kanta Subbarao. Tres años más tarde le ofrecieron un puesto en China al frente del laboratorio en Harbin. Chen sintió que las condiciones de la investigación estaban cambiando y que el país se convertiría en un lugar interesante para la investigación de la gripe.

Durante las décadas siguientes, su corazonada se confirmó. China se convirtió en un sitio de experimentos de vanguardia y grandes subvenciones presupuestarias. Los investigadores trabajaban en estrecha colaboración con científicos de otras partes del mundo y publicaban sus hallazgos en las principales revistas. Para el control de las enfermedades infecciosas, que requiere una red global que rastree los brotes emergentes, esa colaboración era fundamental.

Pero a medida que aumentaba el perfil internacional de la ciencia china, se vio acosada por las controversias que plagaban a la ciencia en otras partes del mundo.

El artículo de Chen sobre el H5N1 y los conejillos de indias se publicó en mayo de 2013, cuando el H7N9 aún se propagaba por el sur de China. Más de una docena de investigadores habían trabajado en el estudio, que utilizó 250 conejillos de indias, 1.000 ratones y 27.000 huevos de gallina infectados. Su objetivo era determinar qué cambios posibilitaban que el virus H5N1 se propagara de manera más eficiente. Después de intercambiar el gen único, averiguaron que un animal infectado podía transmitir el virus a uno sano en una jaula contigua a través de las gotitas respiratorias.

Esto provocó toda una tormenta. En comentarios que aparecieron en las páginas del Daily Mail, el expresidente de la Royal Society del Reino Unido, Lord Robert May, calificó el estudio de “terriblemente irresponsable”.

Las críticas vinieron también de dentro de China. Cuando se publicó el artículo, “los científicos de China se quedaron bastante conmocionados”, me dijo en ese momento Liu Wenjun, subdirector del Laboratorio Clave de Microbiología e Inmunología Patógena de la Academia China de Ciencias. “Este virus artificial podría causar un gran problema en China. La gente está realmente preocupada por la bioseguridad”.

Chen dijo que toda su investigación había sido transparente y que, tras el revuelo, el Ministerio de Agricultura de China envió a dos personas al laboratorio para asegurarse de que los virus se almacenaban correctamente. Su equipo también había desarrollado vacunas impactantes contra las enfermedades aviares. Ella sintió que las críticas no tenían base, dijo, y agregó que May, que era un ecologista teórico, no entendía su trabajo.

Los virólogos que habían hecho investigaciones similares tenían una visión completamente diferente del trabajo de Chen. Hablé con cinco de ellos. Uno objetó el diseño del experimento, pero los otros utilizaron términos como “ejemplar” y “muy respetable”. Ron Fouchier de Erasmus MC en Rotterdam, Países Bajos, me dijo que había soñado con hacer exactamente el mismo experimento que Chen, pero que no pudo debido a varias limitaciones. “No cuento con una sola subvención para poder permitirme trabajar con 13 personas durante dos años para producir un artículo, sin que importe lo excelente que sea”, escribió en un correo electrónico. Yoshihiro Kawaoka de la Universidad de Wisconsin-Madison también habló muy bien de Chen y me dijo que su laboratorio era de vanguardia.

Pero Fouchier y Kawaoka no eran del todo neutrales sobre el tema. Habían sido objeto de críticas por experimentos similares. Los estudios que habían realizado sobre una versión potencialmente trasmitida por el aire del H5N1 provocaron una protesta mundial en 2011 cuando se filtraron las noticias de los experimentos antes de que publicaran sus resultados. En 2014, los estudios, incluidos los de Chen, Fouchier y Kawaoka, impulsarían a los críticos a formar el Grupo de Trabajo de Cambridge, que pidió que, en espera de una revisión exhaustiva, se detuviera la investigación sobre los patógenos que pudieran causar una pandemia.

El trabajo del Grupo de Cambridge impulsó a los Institutos Nacionales de Salud de USA (NIH, por sus siglas en inglés) a imponer una moratoria sobre ciertos tipos de investigación de ganancia de función ese mismo año. Tres años más tarde, los NIH levantaron la prohibición y la reemplazaron por un marco más indulgente. En aquel entonces, se tenía la sensación de que los virólogos no podían controlarse a sí mismos, que era necesario regular su trabajo. Pero, para ciertos sectores de la izquierda política, a raíz de la pandemia esa noción se ha vuelto herética.

Hasta hace bien poco, la sugerencia de que un virus pudiera escaparse de un laboratorio no tenía correlación con las creencias políticas de uno. El primer virus del SARS se escapó de los laboratorios varias veces, incluidas al menos dos del Instituto Nacional de Virología en Pekín. Se cree que un brote del H1N1 en 1977 en la Unión Soviética y China fue causado por científicos soviéticos que experimentaban con un virus vivo en un laboratorio. Varios de los principales laboratorios usamericanos han sufrido también importantes violaciones de seguridad, incluso en los CDC (siglas en inglés de los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades).

Antes de la pandemia, la prensa científica cubría regularmente esos riesgos. En un artículo de 2017 sobre la apertura del Instituto de Virología de Wuhan, Nature expresó su preocupación por la bioseguridad. Science planteó también la noción de una fuga de laboratorio a principios de la pandemia de la covid-19 en un artículo que debatía también sobre un escape natural.

Entonces fue cuando el influyente zoólogo y experto en enfermedades infecciosas Peter Daszak entró en la refriega. La organización EcoHealth Alliance de Daszak ha distribuido fondos de subvenciones del gobierno de USA en el Instituto de Virología de Wuhan, y ha trabajado en estrecha colaboración con los investigadores de allí. Organizó a un grupo de científicos para escribir un comunicado, publicado en The Lancet en febrero de 2020, en el que denunciaban la propagación de “rumores y desinformación” sobre los orígenes de la pandemia. “Nos hemos unido para condenar enérgicamente las teorías de la conspiración que sugieren que la COVID-19 no tiene un origen natural”, escribió el grupo. Al descartar aparentemente la posibilidad plausible de un accidente de laboratorio junto a proposiciones extravagantes sobre las armas biológicas, la carta ayudó a silenciar el debate sobre el asunto.

El discurso se volvió aún más tenso más tarde esa primavera, cuando Trump culpó de la pandemia al laboratorio de Wuhan sin citar evidencias.

En la cobertura que siguió de los medios, algunos periodistas consideraron al parecer que su deber era informar acríticamente sobre lo que dijeron los investigadores, como si los científicos fueran un contrapunto neutral de Trump. Vox citó extensamente a Daszak en una explicación que desacredita la hipótesis de la fuga de laboratorio.

Daszak terminó en los comités de orígenes de la OMS y Lancet, que están investigando las causas de la pandemia de coronavirus. Preside el comité de The Lancet. El otoño pasado, Jamie Metzl, investigador principal del Atlantic Council que forma parte del comité asesor de la OMS sobre la edición del genoma humano, escribió al editor de Lancet, Richard Horton, para señalar el conflicto de intereses de Daszak. Añadió que respetaba el trabajo de Daszak y escribió: “No estoy sugiriendo en absoluto que haya hecho nada equivocado, solo que una de las posibles historias sobre los orígenes lo incluye a él”.

Metzl dice que el editor de The Lancet no respondió. “Yo era un poco ingenuo en aquel entonces y no podía imaginar que tomarían una decisión tan mala a sabiendas”, me dijo. Como señaló Metzl, un conflicto de intereses no sugiere de ninguna manera culpa. Pero los vínculos de Daszak alimentaron las sospechas online y frustraron a los expertos en bioseguridad que esperaban respuestas reales.

Miembros del equipo de la OMS que investiga los orígenes de la covid-19 llegan al Instituto de Virología de Wuhan el 3 de febrero de 2021
(Foto: Hector Retamal/AFP vía Getty Images)

Tras el viaje del comité de la OMS a China, Metzl ayudó a dirigir un grupo de científicos que escribió una carta abierta para pedir una investigación más extensa sobre los orígenes del SARS-CoV-2. A esa carta le siguió otra después de que el comité concluyera, tras un recorrido circunscrito por Wuhan y un análisis de datos selectivos, que era “extremadamente improbable” que se hubiera producido una fuga de laboratorio.

Varios de los firmantes de ambas cartas eran científicos franceses. Jacques van Helden, profesor de bioinformática en la Universidad de Aix-Marseille, me dijo que la discusión sobre los orígenes de la pandemia ha estado menos polarizada en Francia, y señaló que Trump había contaminado el tema en USA. “Sospecho que esto podría incluso haber llevado a una parte de la comunidad científica usamericana a evitar abordar la cuestión”, dijo, “porque expresar la posibilidad de que el virus podría ser consecuencia de una fuga de laboratorio se habría percibido como un apoyo a Trump”.

Hubo otra carta abierta para pedir una investigación transparente y objetiva, esta vez de un grupo de destacados expertos. Entre los firmantes se encontraban el biólogo evolutivo Jesse Bloom del Fred Hutchinson Cancer Research Center, el microbiólogo de la Universidad de Stanford David Relman y el epidemiólogo y microbiólogo de la Universidad de Harvard Marc Lipsitch, quien años antes había fundado el Grupo de Cambridge que presionó a favor de restricciones en la investigación de la ganancia de función.

Incluso el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha dicho que la hipótesis de la fuga de laboratorio “requiere de nuevas investigaciones”. Vox agregó una nota a su explicación señalando que “el consenso científico ha cambiado”.

Pero el momento de corrección en el que estamos ahora es peligroso a su manera. Todavía no hay evidencias directas que respalden una fuga de laboratorio, y muchos científicos que no tienen interés en el resultado dicen aún que es más probable que se trate de un origen natural. El consenso científico, de hecho, no se ha desplazado hacia el origen del laboratorio. Pero algunos expertos, con la combinación arriesgada de falta de experiencia y una agenda determinada, han argumentado que una fuga de laboratorio causó la pandemia, y caso cerrado. Bari Weiss, la excolumnista del New York Times que pasa la mayor parte de su tiempo despotricando contra la cultura de la cancelación, publicó recientemente una entrevista con Mike Pompeo, quien le dijo que las evidencias “apuntan en una única dirección, que esto ha sido un escape de laboratorio”, aunque agregó: “No puedo entregarte la prueba”.

Los expertos más honestos dicen simplemente que no conocen el origen. “No estamos adoptando una posición de defensa de que un escenario sea más probable que otro”, dijo Bloom, el biólogo evolutivo, en una sesión de preguntas y respuestas publicada por su instituto. “Como científico, es importante transmitir claramente que existe incertidumbre científica, especialmente porque se trata de un tema candente”.

Hay vitriolo por todos lados. Alina Chan, una bióloga molecular del Broad Institute que aboga por una investigación más completa de la hipótesis de la fuga de laboratorio, ha sido acusada de ser una traidora racial. (Chan es canadiense y de ascendencia singapurense). La viróloga Angela Rasmussen, defensora del origen natural, ha sido hostigada brutalmente en Twitter. El Daily Mail envió recientemente paparazzi a la casa de Daszak y luego publicó fotos de él llamando a la policía. Los científicos de China también han sido perseguidos. El Instituto de Investigación Veterinaria de Harbin y el Instituto de Virología de Wuhan han eliminado parte de la información del personal de sus sitios web. Hace unas semanas, recibí un correo de odio de alguien que estaba molesto de que hubiera mencionado la primavera pasada la hipótesis de la fuga de laboratorio en un artículo sobre los orígenes, cuando era casi intocable para los medios progresistas, aunque no le daba el crédito pertinente a Trump.

Deberíamos dejar que la ciencia y la evidencia prevalezcan, al mismo tiempo que reconocemos lo que sugerí en mi informe en 2013: que la ciencia, como cualquier otra disciplina, está conformada por intereses en conflicto. Lipsitch, el epidemiólogo de Harvard, subrayó ese punto en un evento de la Brookings Institution con Chan a principios de este mes.

He llegado a la opinión de que no debemos confiar en los científicos más o menos de lo que confiamos en otras personas”, dijo Lipsitch en el evento. “Debemos confiar en la ciencia. Y cuando los científicos hablan de ciencia, debemos confiar en ellos, porque debemos reconocer que están hablando de una manera que se basa en la evidencia. Cuando los científicos expresan puntos de vista políticos o preferencias políticas o incluso afirmaciones sobre cómo es el mundo y no están citando evidencias, no debemos dar a esos científicos una deferencia que no les corresponde”.

En esos momentos, continuó, los científicos no están siendo científicos. “Son personas. Somos personas”.

Mara Hvistendahl

Original: I Visited a Chinese Lab at the Center of a Biosafety Debate. What I Learned Helps Explain the Clash Over Covid-19’s Origins.

Traducido por Sinfo Fernández

Editado por María Piedad Ossaba