Trump y un tinto con glifosato

Y a todas estas, le llega la reconvención del dueño del balón (a propósito de las “cabecitas” y “treintaiunas” que le gusta exhibir al chocarrero mayordomo de la finquita gringa). Le va tocar, con el fiscal, tomarse el tintico con glifosato.

“El que manda manda”. Una frasecita que solían repetir los propietarios de viejas factorías y la suavizaban con palmaditas en el hombro a los trabajadores y, de vez en cuando, con alguna “bonificación”. Pero que quedara claro. El dueño del patio trasero, con sus monigotes y otros peleles, es el que tiene la razón (casi siempre sinrazón) que da el poder. Eso pasa, digamos, con el patroncito Trump. Acaba de regañar a su súbdito, el mismo que, hace un poco más de mes y medio, se prestó para la abortada caída de Maduro y hacer un ridículo en la frontera.

“Pachito (Francisco Santos), el cartero de Trump”: viñeta de Voces, sept. de 2018

Ya se sabe. En este extenso “backyard” que desyerban los “criollos” para satisfacer los dictados de la gringada se han cultivado el servilismo y la postración. Desde hace décadas, Washington rumia, pasta, pone y quita presidentes, promueve golpes de Estado, se apodera del mercado interno, impone tratados leoninos de libre comercio… Y da, claro, sus “ayuditas”, a veces disfrazadas, por ejemplo, de Plan Colombia; en otras, con marines y bases militares. Y, eso sí, arrodillando a sus cortesanos y otros acólitos.

Por estos breñales, tan ricos en biodiversidad, en yacimientos, en recursos múltiples, desde los tiempos de la política exterior del “Respice Polum”, de Marco Fidel Suárez, por no decir desde antes, se han pulido los entreguistas y vendepatrias. Ha habido entre distintos mandatarios una vocación de furcias. Se han vendido, por no decir regalado, al patrón norteño en sus distintas versiones de halcón y paloma. Y todo para que el dueño de la Casa Blanca les dé una sobadita de espalda y por algunos dólares los ponga como señoritas de burdel.

Hace menos de dos meses, Trump le sonreía al “buen muchacho” o “buen tipo” (este calificativo es del magnate-presidente estadounidense) y le decía que había que volver al glifosato y que él, tan avezado en rodilleras y besamanos, tenía que ser más adelantado que sus predecesores. Mejor dicho, le sugirió que tenía que cuidar bien esa parte del patiecito trasero del imperio que es Colombia, la misma que, hace años, otro habitante de la White House confundió con Bolivia.

Y entonces, como la Corte Constitucional “corchó” al presidente colombiano en torno a los usos del glifosato para erradicar los cultivos ilícitos, y como desde la neocolonia siguen saliendo cargamentos de cocaína hacia el gran mercado de los Estados Unidos, el “trompa” se emputó con el subdesarrollado empleadito. “Hay más drogas saliendo de Colombia ahora mismo que antes de que (Duque) fuera presidente”.

Ah, y aquí hay que hacer una breve digresión. El glifosato, que según el fiscal general de Colombia no es cancerígeno “y hace el mismo daño que el café y las carnes rojas”, ha recibido otra condena en los Estados Unidos. La corporación Monsanto (ahora unida con Bayer), que produce el herbicida, ha ocultado a propósito los riesgos del glifosato. Un jurado acaba de responsabilizarla “por sus 40 años de conducta delictiva corporativa”. El caso es que, como en EE. UU. el herbicida tiene cuestionamientos de fondo por su comprobada producción de cáncer, hay que mandarlo para estos pueblitos de “indios y negros”.

Volviendo al cuento, el tirón de orejas, o el pellizco del capataz al peón, armó una pataleta en algunos sectores de la derecha colombiana. El uribismo, caracterizado servidor de los intereses pronorteamericanos (ah, como para recordar no más, Colombia fue el único país de América Latina que apoyó la invasión estadounidense a Irak), les endilgó la culpa del narcotráfico al antecesor de Duque y a Venezuela. Por supuesto, no hubo ningún cuestionamiento a la injerencia estadounidense en los asuntos internos colombianos y cositas así.

El reclamo del mandón se enmarca en una situación de tropiezos que ha sufrido el “buen tipo”. Su impopularidad va en crecimiento porque sus medidas, desde la reforma tributaria, su lambonería (entendible, se dirá) ante Washington, el infortunado Plan de Desarrollo (o subdesarrollo y calcado del de Santos), sus objeciones a la Jurisdicción Especial de Justicia, el aumento de crímenes de líderes populares y sociales, lo ponen en entredicho.

Al Gobierno se le vienen más protestas contra sus despropósitos. No es solo la minga indígena, sino que se aproximan más demostraciones y repulsas del magisterio, los cafeteros, los transportadores y otros sectores. El descalabro de su intervencionismo para sacar a Maduro y apoyar al proestadounidense Guaidó llenó a Duque de tribulaciones y otras penas.

Y a todas estas, le llega la reconvención del dueño del balón (a propósito de las “cabecitas” y “treintaiunas” que le gusta exhibir al chocarrero mayordomo de la finquita gringa). Le va tocar, con el fiscal, tomarse el tintico con glifosato.

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Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 2 de abril de 2019

Editado por Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي