La masacre Artesanal del 16 de marzo de 1919 en Bogotá

De esta manera, en el panteón de los héroes del trabajo en nuestro país emergió, junto a la de los luchadores obreros de otras latitudes, la memoria de los que eran considerados los primeros mártires de los trabajadores colombianos.

Memoria histórica

A la memoria de Gabriel Chaves, trabajador artesanal que fue ultimado el 16 de marzo de 1919 en las calles céntrica de Bogotá por la mano asesina de un General del Ejército colombiano, cuyo nombre no merece ser recordado, por su brutalidad y cobardía.

“Fecha inolvidable en la historia del socialismo colombiano será el 16 de marzo de 1919. El germen patriótico de una idea redentora tuvo en ese día su bautismo de sangre, de sangre inocente que entenebrecerá la conciencia de los asesinos y los condenará al castigo formidable del odio y de la sanción inevitable del pueblo.
¿Cómo justificar el procedimiento de matar y herir por la espalda a individuos indefensos que huían ante el ataque del gobierno escudado por la fuerza de las armas? (…)
Los manifestantes fueron a pedir pan y se les dio fuego y plomo; algunos creyeron hallar en la palabra oficial el consuelo y la esperanza y lo que hallaron fue la muerte”.
“Manifiesto del Sindicato Central Obrero a los artesanos de la República”, en La Libertad, abril 3 de 1919.

El 16 de marzo de 1919, un grupo de artesanos y pobladores de Bogotá se congregó frente al Palacio Presidencial para solicitarle al Ejecutivo que reversara su decisión de ordenar la confección en el exterior de un lote de uniformes para el Ejército y le encargara esa obra a los artesanos de la ciudad. En medio de la protesta se dio la orden de disparar contra la multitud y la represión dejó un saldo de 10 muertos, 15 heridos y 300 detenidos.

Este episodio es significativo porque simboliza el cierre de un periodo en la historia social de Colombia, caracterizado por el predominio de los artesanos y de la pequeña producción, y a partir de ese momento se abre un nuevo ciclo, en el que irrumpe el capitalismo, emergen los trabajadores asalariados y se fortalece el sector público. La masacre de artesanos, además, fue un anunció premonitorio de la manera como el Estado colombiano haría uso de la represión para enfrentar al naciente movimiento obrero durante la década de 1920.

Para la reconstrucción y el análisis de este episodio se analizan, en primer lugar, las transformaciones generales que conoció la ciudad de Bogotá, puesto que este es el escenario de los acontecimiento; luego se considera lo relacionado con el rol de los artesanos, cuyo protagonismo social y cultural es evidente en la configuración del movimiento obrero y socialista en Colombia, y, finalmente, se detallan los trágicos acontecimientos del 16 de marzo de 1919, suceso del que se conmemora un siglo.

BOGOTÁ A COMIENZOS DEL SIGLO XX

La ciudad de Bogotá vivió una notable transformación en todos los órdenes en el período transcurrido entre 1909, cuando cae la dictadura de Rafael Reyes, y finales de la década de 1920, cuando el proceso de modernización capitalista la ha convertido en la urbe más importante del país. La transformación de la ciudad se observaba en todos los terrenos, desde el arquitectónico hasta el demográfico. En el plano de la arquitectura la construcción de obras públicas en la década de 1920, con edificaciones que imitaban los modelos europeos o estadounidenses, puso fin al dominio espacial de las iglesias y conventos, que le daban un aire colonial y bucólico a esta mediterránea ciudad. En el terreno demográfico, en un breve lapso de 30 años la población creció en más del 100 por ciento, pasando de unos 86.000 habitantes en 1907 a 224.000 en 19291. En el plano económico y social se apreciaba un gran empuje hacia el capitalismo, como resultado del cual se transformaron las relaciones sociales, las costumbres y la mentalidad. Emergieron los trabajadores asalariados en las obras públicas y en algunas empresas privadas, y se fueron extinguiendo los artesanos, tan importantes en la historia bogotana desde los lejanos tiempos de la dominación colonial española.

En el espacio urbano de la Bogotá de principios del siglo XX quedaron las huellas perceptibles de ese dominio clerical. Bogotá era famosa por ser una ciudad gris, no sólo en términos climáticos, sino sociales y culturales. Las principales actividades que descollaban en la ciudad estaban relacionadas de una u otra forma con la religión católica. Eso se manifestaba en términos arquitectónicos puesto que en el centro de esta pequeña ciudad de 112 mil habitantes (según el Censo de 1912) sobresalían 35 iglesias católicas, 5 conventos y otros espacios propios del culto católico. El 99 por ciento de los bogotanos se declaraban católicos, situación que aunque había que considerar con distancia crítica, si revelaba el peso abrumador de la religión católica entre la población2.

El predominio de esa religión se expresaba también en el gran número de días festivos, consagrados a santos y conmemoraciones religiosas. Buena parte de la prensa y de los libros que se editaban eran confesionales y conservadores. Aquellos periódicos, pasquines u hojas volantes que discreparan de las voces oficiales en materia religiosa eran estigmatizados y perseguidos, tal y como sucedió en 1910 con los pequeños periódicos Ravachol y Chantecler, cuyos directores fueron señalados y perseguidos directamente por las altas jerarquías eclesiásticas, hasta lograr el cierre de las publicaciones y la prisión y posterior destierro de Juan Francisco Moncaleano, director de Ravachol.

Pero este dominio clerical se fue erosionando en pocos años, en virtud del proceso de modernización capitalista que conoció el país en general y Bogotá en particular. En la ciudad aparecieron las fábricas y los primeros núcleos de trabajadores asalariados fueron incorporadas al proceso productivo, se amplió la ciudad y su infraestructura ante el crecimiento demográfico motivado por el aumento de inmigrantes en la década de 1920, aparecieron en escena los tranvías eléctricos después de 1910, que sustituirán a los “tranvías de sangre” (es decir, arrastrados por las estoicas mulas), llegaron los primeros automóviles y se ensancharon las calles y las vías.

Esta modernización no implicó la desaparición de la miseria y los problemas sociales. Antes por el contrario, se hicieron más evidentes, por la diferenciación espacial que se generó entre los barrios de las élites y los barrios de los pobres. Los antiguos campesinos e indígenas recién llegados a la ciudad se apretujaban en los barrios altos o del centro, en medio de la más espantosa miseria y suciedad, ante la carencia de empleo, los bajos salarios cuando tenían un puesto, y la ausencia absoluta de servicios públicos en sus barrios y en las casuchas en las que habitaban. Las epidemias y enfermedades eran el pan de cada día para la población pobre y trabajadora, como se evidenció con la pavorosa epidemia de gripa de 1918, en la que, en pocas semanas, murieron más de mil personas, generándose una crisis de salud y de higiene en la ciudad.

Con la modernización capitalista, se empezó a dibujar no una ciudad sino, por lo menos dos: la Bogotá cosmopolita, aseada, lujosa, en donde habitaban las clases dominantes, ocupando los mejores lugares y con todos los servicios públicos a su disposición; y la Bogotá plebeya, conformada por las mayorías sociales, artesanos, obreros, desempleados, mendigos, mujeres que trabajaban en el servicio doméstico y pobres en general, quienes debían soportar la miseria, la inseguridad, el desaseo, el abandono y carecían de lo más elemental, como el agua potable. Desde entonces, entre estas ciudades existen cada vez menos vínculos, puesto que cada una ha tenido su propia historia.

Los sectores populares fueron protagonistas de la modernización social, cultural y política. Su acción fue vital en el proceso de deslegitimación del dominio clerical y conservador y por la obtención de mejoras en sus condiciones materiales de existencia. Desde este punto de vista, la irrupción de la modernización capitalista en Bogotá, proceso lento y gradual que discurre en las tres primeras décadas del siglo XX, no puede ser entendido sin examinar el protagonismo de los sectores más lúcidos y dinámicos de las clases subalternas.

LUCHAS SOCIALES Y ORGANIZACIÓN POLÍTICA ARTESANAL EN BOGOTÁ (1910-1919)

Durante la segunda mitad del siglo XIX, los artesanos protagonizaron las movilizaciones sociales más importantes de la ciudad, siendo su acción más resonante la que se presentó en 1893, cuando, en plena Regeneración, emprendieron una acción de protesta que se convirtió en la insurrección urbana más importante de la historia colombiana de ese siglo, y que fue aplastada por la Policía Nacional, con un saldo de cerca de un centenar de muertos3.

Sobre este suceso, y sólo a manera de ilustración del alcance de la masacre transcribimos la información que envió Jean Marcelino Gilibert, represor francés que dirigía la Policía Nacional, a sus jefes de París, donde no quedan dudas sobre la brutalidad contra los artesanos de Bogotá:

Tengo el honor de informarle que un intento de insurrección estalló en Bogotá el 15 de los corrientes, luego de un artículo de periódico sobre los artesanos, es decir, los obreros jornaleros, en una palabra sobre los hombres del pueblo. En la primera refriega que tuvo lugar hacia las 6 de la tarde, tres agentes de policía fueron gravemente heridos, pero la masa que vociferaba en las calles Abajo el gobierno, Muerte a la policía, fue contenida por esta última.
A la mañana siguiente, el 16, la insurrección adquirió una vasta y alarmante proporción. El personal de la policía, 500 hombres, tuvo que luchar en diversos puntos de la ciudad y como estaba diseminado aquí y allá por secciones, fue desbordado, hasta el punto que 4 Comisarías fueron completamente destruidas y el personal perseguido y algunos otros maltratados. Un agente murió, veinte resultaron gravemente heridos y muchos otros contusos. La Dirección General, en la cual yo me encontraba con 120 hombres, y la División de Seguridad fueron el objeto de tres vigorosos ataques. Una masa enorme de salvajes, tal es el calificativo que le corresponde, se abalanzó sobre ella con todo tipo de armas y queriendo tomársela. Después de haber empleado todos los recursos de la moderación y para evitar ser masacrados con mis hombres, me vi en la necesidad de ordenar el fuego, porque, debo decirle, todos los agentes están armados de Rémingtons. Fue este acto de energía el que nos salvó y salvó también los archivos del edificio de la Dirección. No conozco el número de heridos, en cuanto a los muertos fueron 21. Durante toda la jornada, y al día siguiente, el terror reinó en la ciudad, la cual fue declarada en Estado de Sitio. Por todos lados, bandas de bestias enfurecidas gritaban: Abajo el gobierno, Abajo la policía, Muerte al francés Gilibert. La tropa salió de los cuarteles y recorrió todos los puntos de la ciudad, procediendo a numerosas detenciones.
En realidad, los agentes de policía que se encontraban aislados en las calles fueron perseguidos con rabia y muchos de ellos se salvaron porque se refugiaron en las casas de gente honesta.
Así como le he dicho más arriba, 4 Comisarías de Policía fueron reducidas a cenizas, lo mismo que la casa del autor del artículo del periódico, la Alcaldía, el Ministerio de Gobierno, la sede de las religiosas del Buen Pastor en la que se encontraban 270 detenidas, un Juzgado de Paz y muchas otras edificaciones. El Panóptico, es decir la cárcel, fue atacada, sin éxito, en varias ocasiones. Un individuo fue condenado a muerte por haber asesinado a un guardián y 300 otros han sido deportados. En una palabra, las cosas adquirieron proporciones alarmantes, felizmente el personal de la policía, vestido de civil, pudo en su mayor parte reunirse en la Dirección y oponer una viva resistencia, lo que enseguida puso fin a todos los desórdenes.
Hoy todo ha vuelto a la más perfecta normalidad y la tranquilidad reina en todas partes. ¿Por cuánto tiempo? No sabría decirlo.
La Policía organizada a la francesa prestó en estas penosas circunstancias eminentes servicios. El Gobierno me ha dirigido las más calurosas felicitaciones y, mediante un Decreto del 18 de este mes, ha aumentado el número de efectivos de la policía de Bogotá de 500 a 10004.

A la mañana siguiente, el 16, la insurrección adquirió una vasta y alarmante proporción. El personal de la policía, 500 hombres, tuvo que luchar en diversos puntos de la ciudad y como estaba diseminado aquí y allá por secciones, fue desbordado, hasta el punto que 4 Comisarías fueron completamente destruidas y el personal perseguido y algunos otros maltratados. Un agente murió, veinte resultaron gravemente heridos y muchos otros contusos. La Dirección General, en la cual yo me encontraba con 120 hombres, y la División de Seguridad fueron el objeto de tres vigorosos ataques. Una masa enorme de salvajes, tal es el calificativo que le corresponde, se abalanzó sobre ella con todo tipo de armas y queriendo tomársela. Después de haber empleado todos los recursos de la moderación y para evitar ser masacrados con mis hombres, me vi en la necesidad de ordenar el fuego, porque, debo decirle, todos los agentes están armados de Rémingtons. Fue este acto de energía el que nos salvó y salvó también los archivos del edificio de la Dirección. No conozco el número de heridos, en cuanto a los muertos fueron 21. Durante toda la jornada, y al día siguiente, el terror reinó en la ciudad, la cual fue declarada en Estado de Sitio. Por todos lados, bandas de bestias enfurecidas gritaban: Abajo el gobierno, Abajo la policía, Muerte al francés Gilibert. La tropa salió de los cuarteles y recorrió todos los puntos de la ciudad, procediendo a numerosas detenciones.

A principios del siglo XX, los artesanos seguían siendo importantes en la estructura económica y social de la ciudad. Según el Censo de 1912 la estructura de la población ocupada en Bogotá, configurada por un total de 28.027 personas, estaba distribuida de la siguiente forma: profesiones liberales, 1455; bellas Artes, 450; artes, oficios y aprendices, 8968; ministros del culto religioso, 272; empleados, 3564; militares, 1530; policías, 645; industria agrícola, 2683; industria ganadera, 62; industria comercial, 3451; industria de transportes, 357; jornaleros, 2895 y servicios domésticos, 16955.

El porcentaje más representativo de la población ocupada era el de los artesanos (artes, oficios y aprendices), lo que indicaba el predominio de una estructura productiva de pequeñas propiedades y de talleres domésticos. Ya era perceptible, desde luego, la aparición de trabajadores asalariados, tanto en el ramo de la burocracia oficial y el sector privado, así como el surgimiento de las primeras unidades fabriles en ramos como la producción de chocolates, cervezas, vidrio, tejidos y cemento. De la misma forma, un importante porcentaje de la población masculina se dedicaba a actividades de servicio doméstico y jornaleros (una categoría bastante ambigua). La población total dedicada a estas actividades debió ser mucho mayor, si se tiene en cuenta que en el Censo de 1912 no fueron incluidas las mujeres. En conclusión, en términos objetivos dentro de la estructura material de la sociedad bogotana de comienzos del siglo XX era indudable la importancia que aún tenían los artesanos como sector social, lo que también se expresaba en términos subjetivos (ideológicos, políticos y culturales), en el notable papel desempeñado en la conformación del movimiento obrero y socialista en Colombia.

Desde comienzos del siglo XX, teniendo en cuenta la estructura social y demográfica de la capital, los artesanos siguieron teniendo un papel protagónico, pero ahora con una particularidad simbólica reveladora: el término artesano empezó a entrar en desuso y comenzó a ser reemplazado por el vocablo genérico de obrero. Aunque en términos culturales, sociales y políticos Bogotá estuviera relativamente aislada de los principales eventos mundiales de la época, la asimilación del apelativo de obrero por todos los sectores políticos (conservadores, liberales, republicanos y socialistas) así como por diversas clases y grupos sociales (clero, artesanos, primeros capitalistas, medianos propietarios), indicaba el impacto internacional de las luchas obreras que se realizaban en distintos lugares del mundo, pero principalmente en Europa. En una forma casi espontánea la palabra obrero representaba todo tipo de actividad productiva, convirtiéndose en un sinónimo de la tradicional denominación de artesano que tanta fuerza había tenido en la cultura política bogotana durante el siglo XIX. Esto no quería decir que esta última denominación hubiera desaparecido del todo, sino que su utilización tendía a ser eclipsada por la de obrero.

Como suele suceder con vocablos genéricos de identificación política, la palabra obrero no tenía un contenido muy preciso, puesto que no hacia referencia solamente a la noción moderna, que define a un grupo de seres humanos desprovistos de medios de producción, que venden su fuerza de trabajo como cualquier mercancía, que producen plusvalía y a cambio reciben un salario en dinero. Es más bien una denominación política o social si se quiere, puesto que pretende enfatizar como elemento definitorio, con respecto a otro tipo de actividades, una acción laboral de tipo material. Esto tenía implicaciones porque consideraba como obreros a artesanos, trabajadores asalariados, campesinos e incluso a los industriales, esta última otra noción igualmente genérica.

Desde luego que la proliferación del término obrero también tenía que ver con una realidad objetiva que se estaba presentado tanto en Bogotá como en algunas regiones del país donde aparecían las primeras fábricas e industrias, propiamente hablando. Esto llevó a un mayor grado de complejidad del pueblo trabajador, en el que coexistían artesanos y trabajadores asalariados, junto con propietarios medianos, industriales y capitalistas. Por esta misma circunstancia, en las tres primeras décadas del siglo XX coexistían en espacios contiguos los artesanos tradicionales (que trabajaban individualmente o con su familia), artesanos con una propiedad ampliada en la que utilizaban trabajo asalariado (algunos llegaron a emplear hasta 30 trabajadores) y grandes manufacturas (como la empresa de cerveza Bavaria, que contaba con unos 500 trabajadores)6.

En su momento los actores sociales (artesanos, trabajadores asalariados e incluso los industriales) se denominaron a sí mismos como obreros, aunque en sentido estricto esa denominación fuera imprecisa. Lo único cierto del caso es que los “verdaderos” artesanos desempeñaron un papel clave, en términos sociales, culturales y políticos en la conformación del movimiento obrero en Colombia, como se puso de presente entre 1909 y 1919.

Jornadas contra la dictadura de Rafael Reyes

La protesta social resurgió en Bogotá en marzo de 1909, en las jornadas de los días 13 y 14 contra la dictadura de Rafael Reyes (1904-1909). En esas jornadas, importantes sectores del pueblo de la capital de la República, ente los cuales descollaron los estudiantes y los artesanos, se manifestaron en contra de la dictadura. Uno de los elementos determinantes de la inconformidad popular radicó en la política internacional de Reyes tendiente a mejorar las relaciones con Estados Unidos, seriamente deterioradas desde 1903, a raíz de la secesión de Panamá, antiguo departamento de Colombia. En esa política de acercamiento a Estados Unidos, el gobierno de Reyes aceptó las imposiciones imperiales, sin que este país reconociese su responsabilidad en la separación del istmo, ni pagara ningún tipo de indemnización a Colombia. Y, para completar, el gobierno colombiano autorizaba a los Estados Unidos a utilizar cualquier puerto nacional, cuando los barcos del imperio lo necesitaran.

Para hacer aprobar estos acuerdos, Reyes convocó la Asamblea Nacional Constituyente en febrero de 1909, en la cual se desarrolló una oposición a los tratados, mucho mayor de la esperada por el dictador7. Del recinto de la Asamblea, la protesta pasó a las calles el 12 de marzo en las horas de la noche, cuando en diferentes lugares de la ciudad grupos de personas gritaban contra el tratado y contra el “Tirano” Reyes, situación que fue respondida por piquetes de policía que acudían rápidamente para disolver las manifestaciones y conducir a la cárcel a los participantes8.

Durante los dos días siguientes se acentuaron las protestas en toda la ciudad, con la participación activa de estudiantes de la Universidad Nacional y de El Rosario, que pedían la renuncia de Reyes y rechazaban los tratados con Estados Unidos y Panamá. Ante la radicalidad de la protesta, Reyes presentó su dimisión, pero el día 14 reasumió el poder, por muy poco tiempo –hasta el 7 de junio-, implantando el Estado de Sitio y encarcelando a algunos dirigentes políticos, a los que señalaba como los responsables de los movimientos de protesta.

En la memoria popular de los bogotanos el 13 de marzo de 1909 se convirtió durante algún tiempo en una fecha digna de recordación. Tan importante fue que a las pocas semanas de la renuncia definitiva de Rafael Reyes y su partida del país se empezó a publicar un periódico que portaba por título El 13 de marzo, se escribieron libelos en los que en forma increíble en un medio tan provincial y aislado del mundo y de las grandes corrientes del pensamiento universal como el de Bogotá, se citaba a Marx y Engels para analizar lo sucedido en esa memorable fecha, y durante algún tiempo la ocasión fue evocada como una efemérides importante en la historia de la ciudad9.

Con la protesta popular de las jornadas de marzo terminaron muchos de años de aparente pasividad de la población bogotana y se recuperó la capacidad de protesta y movilización de los sectores artesanales y de otras capas de la sociedad capitalina. En el trasfondo de la primera protesta urbana del siglo XX en Bogotá, se dibujaba un sentimiento antiestadounidense, el cual sería evidente pocos meses después con el boicot al tranvía, propiedad de la empresa norteamericana The Bogotá City Ralway Company.

Primeros intentos de organización artesanal

Teniendo en cuenta esa mezcla de intereses entre industriales y obreros, identificados aparentemente por el trabajo material, no fue extraño que se realizara un primer intento de organización de los trabajadores, que asumió la denominación de Unión Nacional de Industriales y Obreros a comienzos de 1911 y que a las pocas semanas se proclamara la fundación de un nuevo partido, con el elocuente nombre de Partido Obrero.

En última instancia, existía un propósito directo de ciertos sectores de la industria y del incipiente capitalismo, por alcanzar la protección del Estado, lo que se expresaba a través del naciente Partido Obrero. Desde luego que este no era obstáculo para que en su conformación participaran diferentes sectores sociales, económicos y políticos, entre los que figuraban individuos que desde ese momento enarbolaban concepciones socialistas, como Pablo Emilio Mancera, Marco Tulio Amorocho y otros.

Desde su proclamación como Partido Obrero, esta organización tuvo que afrontar la arremetida ideológica de liberales y conservadores con el objetivo de arrastrarlos hacia sus filas en época de elecciones, y el 20 de julio de 1911 soportó una primera prueba de fuego -en el sentido literal de la palabra- puesto que algunos de sus miembros fueron víctimas de la violencia policial, en una jornada trágica que dejó varios muertos. Ese día, para la celebración de una de las fiestas patrias se organizó un desfile de los gremios más importantes de la capital, una cabalgata y una corrida de toros10. Los toros resultaron muy malos y la gente empezó a protestar y a silbar a los dueños del encierro. Un grupo de personas desentabló parte del escenario y la policía acudió al lugar, trabándose una batalla campal entre la multitud y los policías. A las afueras del Circo de Toros la gente gritaba “Mueras y abajos a la policía”. De repente numerosos agentes de policía atacaron con armas de fuego a la población inerme e indefensa, con un saldo de 9 muertos y 10 heridos. Ante el asesinato a mansalva, la gente quiso vengar a sus copartidarios pero la intervención del Ejército impidió una sublevación del pueblo bogotano y protegió los cuarteles de la policía, donde se ocultaron presurosamente los responsables del aleve ataque11. Inmediatamente, la Unión efectuó una campaña para recolectar fondos encaminados a enterrar a las víctimas, solidarizarse con sus familiares y atender a los heridos, pues todos los afectados eran del Gremio Obrero. Estableció, además, la Cruz Roja Obrera para atender a los heridos y contusos12.

Los liberales, por su parte, pensaban que los obreros no necesitaban de un partido propio, pues sus reivindicaciones esenciales estaban comprendidas en el programa liberal, y sobre todo en la fracción encabezada por el caudillo Rafael Uribe Uribe, que desde 1904 había proclamado el “socialismo de Estado”, para organizar un Estado interventor y proteccionista de la industria y del trabajo nacionales13. Los liberales, encabezados por Uribe Uribe, lograrían su propósito de cooptar a la Unión de Industriales y Obreros, lo que se puso de presente en diciembre de 1913 cuando en la elección de su Directorio Electoral dominaron los liberales.

En ese mismo año algunos sectores plantearon nuevamente la necesidad de preservar la independencia y diferenciar a los obreros y los partidos tradicionales, pues su política no favorecía para nada a los trabajadores14. Esto se concretó en la fundación de la Unión Obrera en mayo de 1913, cuyos estatutos eran muy similares a los de la Unión de Industriales y Obreros, pero se diferenciaban claramente en cuanto a la composición de sus miembros: quedaban excluidos los industriales y se señalaba a algunos capitalistas explotadores como antagonistas de los obreros. Así mismo, se evidenciaba una distancia clara con la religión católica y sus creencias, que eran consideradas como una cuestión individual de los socios pero que no comprometía oficialmente a la asociación obrera15.

En las elecciones de octubre de 1915 tres obreros alcanzaron a ser elegidos para el Concejo de Bogotá, pero en secreto (es decir, sin tener en cuenta para nada a esos obreros) los liberales y los conservadores se confabularon para nombrar el personal en los diversos puestos administrativos de la capital. Este hecho socavó la creencia de los líderes obreros en la política tradicional y preparó el camino para una siguiente fase, abiertamente socialista, entre 1916 y 191916.

Los intentos de organización que se plasmaron en la conformación de la Unión Obrera no significaban que todo el artesanado se hubiera identificado plenamente con ella o incorporado a la misma. Un importante sector se vinculó a la Unión Obrera y recepcionó sus consignas sobre el rechazo a la política partidista y su crítica a los partidos tradicionales y a los caudillos; otros sectores desempeñaban sus labores artesanales en entidades públicas trabajando con el gobierno; otros estaban afiliados a sociedades mutuales dirigidas por la iglesia católica y de influencia política conservadora o configuraban grupos de apoyo al partido liberal. Esta diferenciación estaba relacionada con la crisis estructural que afrontaban los artesanos, lo que también suponía una diferenciación en cuanto a sus condiciones de vida y sus inciertas perspectivas hacia el futuro inmediato.

Los artesanos de Bogotá y las primeras influencias socialistas

El primero de enero de 1916 fue creado un nuevo Partido Obrero que lanzó un Manifiesto, cuyos apartes más significativos planteaban una crítica a las colectividades partidistas y por primera vez se postulaba un análisis de la sociedad en términos de clases sociales, ya que la “humanidad sólo se divide en dos clases: la una, que trabaja y sufre hambre y miseria; la otra, que consume y no produce o sea en la primera las abejas laboriosas; en la segunda, los zánganos que se mantienen con el trabajo de estas, entregados a su vida de molicie y disipación”17.

Posteriormente, en varias ediciones de su periódico precisaron y ampliaron algunas de sus características ideológicas. Por ejemplo, con referencia a sus inclinaciones doctrinarias manifestaban su ideario socialista, señalando que

El socialismo que predicamos y sostenemos no es el que toca los límites del anarquismo. No es la violación del derecho de los demás. Algunos individuos han confundido lastimosamente los dos términos y las dos tendencias: la socialista y la anarquista. Y estas dos tendencias están tan separadas en nuestro concepto, como un polo del otro… El Partido Obrero persigue lo único que puede salvar al pueblo trabajador: la unión de todos los gremios en un sólo y poderoso núcleo y el olvido absoluto, perpetuo, creciente, de las denominaciones políticas. Es decir el proteccionismo, el socialismo proteccionista es la más posible generosa acepción de los vocablos. Ese es el programa. Esa es la base del nuevo partido18.

Aunque eran evidentes sus afinidades con el socialismo, sin embargo se negaron a asumir la denominación de Partido Socialista, porque “dada la confusión de los términos ‘socialista’ y ‘anarquista’ causaríamos hasta miedo con una denominación que ni en Europa misma se ha entendido lo bastante”19.

En la prensa del Partido Obrero se empezó a agitar el tema del desempleo, a denunciar la política de los gobiernos conservadores con respecto a Estados Unidos, a propender por la obtención de mejoras en vivienda, acueducto y alcantarillado para los barrios obreros, a realizar denuncias específicas sobre ciertos empresarios y patrones que no pagaban a tiempo a sus trabajadores o los trataban mal y a impulsar escuelas obreras nocturnas20. El Partido Obrero fue el primero en considerar la situación de la mujer y en defender la huelga como un instrumento adecuado de lucha para obtener mejoras económicas y sociales21.

La composición del Partido Obrero era predominantemente artesanal, como quedaba registrado por la profesión desempeñada por cada uno de los miembros de su Directorio en el que figuraban albañiles, aurigas, carpinteros y ebanistas, encuadernadores, expendedores de carne, latoneros, relojeros, tipógrafos y zapateros22.

El Partido Obrero proclamó en un principio su abstención electoral, pero en 1917 terminó apoyando a la Unión Republicana, lo que lo sumió nuevamente en la órbita de los partidos y de la política tradicional. Este hecho, al parecer, le resto posibilidades de acción política entre el pueblo trabajador, porque mostró lo difícil que era mantenerse al margen de las contiendas políticas convencionales, sobre todo en el plano electoral. Tras la crisis práctica de este segundo Partido Obrero, surgió en escena en Bogotá un Sindicato Nacional Obrero, que adoptó, a finales de noviembre de 1918, lo que denominó un Programa Socialista, en el que asumió como principios fundamentales: la igualdad de los derechos y obligaciones para todas las clases sociales; educación de las masas obreras, que les permitieran conocer sus derechos; lucha económica en el terreno sindical para obtener beneficios económicos; apoyo mutuo de todos los afiliados; mantenimiento de la paz pública, puesto que la guerra sólo beneficiaba a los caudillos y a los partidos23.

Este Sindicato Nacional Obrero, junto con una efímera Confederación de Acción Social, convocó a los trabajadores para que se organizaran por gremios, en la perspectiva de organizar un Congreso Obrero de carácter nacional para el primero de mayo de 1919. Ese encuentro efectivamente se realizó y de allí surgió el Partido Socialista. Tanto la fundación de este partido como la masacre del 16 de marzo de 1919, marcarían el declive del protagonismo de los artesanos en la historia de Bogotá.

LA MASACRE DEL 16 DE MARZO EN LAS CALLES BOGOTANAS

Como continuador de la prolongada hegemonía conservadora en agosto de 1918 llegó a la presidencia de la República el gramático Marco Fidel Suárez, que pertenecía a la más tradicional y retrograda tendencia conservadora. Ascendía a la primera magistratura apoyado por los principales jefes gamonales de las regiones y por las altas jerarquías eclesiásticas. Al contrario de anteriores elecciones presidenciales, la candidatura Suárez fue combatida por el liberalismo en bloque y por importantes sectores del conservatismo, fracciones políticas que aunque representaban intereses de los gamonales no contaban con el apoyo del clero. Esta oposición se configuró en la campaña electoral de 1918 y durante la administración de Suárez aprovecharía el menor resquicio para debilitar el régimen del gramático antioqueño.

Esta situación política de permanentes pugnas internas entre las fracciones de los dos partidos era acompañada de una efervescencia social, con dimensiones nacionales desde 1918. Campesinos de la Costa Atlántica, jornaleros del enclave agrícola de la zona bananera, obreros del río Magdalena y de los puertos costeros, indígenas en el Cauca, Tolima y la Sierra Nevada de Santa Marta, realizaron durante ese año importantes movilizaciones que colocaron en primer plano la diversa y compleja problemática social que había sido bloqueada durante muchos años por la hegemonía clerical y conservadora. Pero, después de 1917, como un eco de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Rusa, la cuestión social -como se le empezó a denominar en la época- emergió con una fuerza inesperada.

El gobierno de Suárez recurrió a la represión como método para acallar la protesta social, considerando que los diversos tipos de conflicto no se originaban en problemas internos del país, sino que eran resultado de las tácticas usadas por los bolcheviques para desestabilizar los gobiernos de América Latina. Con este argumento, se pretendió deslegitimar la protesta popular y atemperar los ánimos de la vociferante oposición bipartidista. Además, esa política era indispensable para los propósitos del gobierno colombiano de atraer al capital extranjero y de reanudar relaciones con Estados Unidos. Todo este contexto político y social incidió en el desenlace de los sucesos del 16 de marzo de 1919.

Desde comienzos de 1919 los círculos gubernamentales iniciaron los preparativos para festejar el primer centenario de la Batalla de Boyacá, efemérides que se conmemoraba el 7 de agosto de ese año. El gobierno consideró que para hacer más “patriótica” la fecha, el Ejercito Nacional debería ser engalanado con uniformes y botas confeccionados en el extranjero. En los primeros días del mes de marzo se hicieron públicas las gestiones adelantadas por el Ministerio de Guerra, para comprar en los Estados Unidos unos ocho mil uniformes completos con destino al ejército colombiano24.

En esos momentos, tanto el país como la capital de la República soportaban pésimas condiciones sociales y económicas. Bogotá había sido agobiada recientemente por una fuerte epidemia de gripa y, además, los sectores artesanales sufrían los rigores del desempleo, tanto por la expansión del capitalismo como por una competencia ruinosa con mercancías extranjeras. En estas condiciones, para los trabajadores se constituía en todo un desafío la disposición oficial de comprar trajes en el exterior, en razón de lo cual decidieron organizar una marcha de protesta.

Entre los organizadores de la marcha se encontraba Alberto Manrique Páramo, un individuo que desde las páginas de la Gaceta Republicana empezó a difundir el pensamiento socialista, promoviendo continuamente la movilización popular mediante la denuncia de los graves problemas que padecían los artesanos, los obreros y la población pobre en general. En las páginas de ese diario a comienzos de 1919, poco antes de los trágicos sucesos del 16 de marzo, se hacían llamados como este: “Al Pueblo: Tenéis derechos que exigir… Organizaos para algo práctico, para haceros respetar, para tener techo, trabajo y pan”25.

Desde el 2 de marzo los activistas populares Juan de Dios Romero y Carlos Melguizo dictaron conferencias y publicaron comunicados para denunciar el carácter antipopular de la medida oficial y el despilfarro de los cien mil pesos oro que la disposición implicaba. Desde las páginas de la Gaceta Republicana, y de otros periódicos como La Libertad, se empezó a utilizar una terminología directa sobre el capitalismo, nunca antes empleada en la historia colombiana de ningún movimiento político ni gremial.

En los días previos a la marcha, en la prensa popular se escribían consignas desusadas en el lenguaje político colombiano, haciendo llamados de este tipo:

Obreros:
De nada vale tener derecho de comer, si no se come.
Es inútil tener derecho a beber, si no se bebe.
De nada sirve tener derecho a ser libre, si no se es.
Hace falta el hecho, en vez del derecho26.

Para protestar contra la decisión gubernamental y para exigir que la elaboración de esos uniformes y botas fuera encomendada a artesanos locales, se organizó desde el 13 de marzo una marcha de protesta, que se realizaría el día 16, y cuyo objetivo último era hablar con el presidente de la República para urgirlo a derogar el consabido decreto que lesionaba los intereses de los artesanos. Los organizadores de la marcha expresaron su intención de efectuar una movilización pacífica, limitándose a solicitar la derogatoria del decreto citado, “observando el mayor orden y respeto que se debe al Primer Magistrado de la Nación, ante quien se verificará”. Detalle significativo, pues luego de los sucesos del 16 de marzo, el gobierno repetiría hasta la saciedad que la protesta no era de carácter pasivo sino que pretendía generar un “motín contra el orden social”. Como respuesta a la agitación del mes de marzo, un día antes de la marcha, el 15, el gobierno emitió un decreto aplazando la medida inicial, aunque eso si advirtiendo que aquella no había sido caprichosa sino que estaba basada en criterios económicos pues al comprar en el exterior se concedían plazos mientras que las compras a los artesanos nacionales había que pagarlas de contado. La derogatoria fue decretada el sábado 15 en las horas de la tarde. Nadie, ni siquiera la prensa, se enteró de la contra-orden. El gobierno de Suárez era tan torpe que no realizó acción alguna para que esta información fuera conocida por los directamente interesados y a éstos tampoco les parecía convincente la disposición del Ejecutivo. De ahí que la marcha siguiera programada para el día siguiente. Para completar, casi al tiempo con la derogatoria, el Ministerio de Gobierno emitió un comunicado en el que desautorizaba la manifestación por considerar que estaba siendo organizada y financiada por los bolcheviques. Esta declaración tampoco impidió que la marcha se realizara como estaba programada27.

A pesar de las declaraciones sobre el carácter pacífico de la protesta, el gobierno le dio una connotación militar al suceso. Como lo recuerda Juan de Dios Romero, protagonista directo de los acontecimientos relatados, “la manifestación se verificó en un ambiente de aparente cordialidad por parte del gobierno, pero entre tanto el Ministerio de Guerra armaba a la tropa. En la torre de la iglesia de San Agustín como un símbolo del abrazo entre la iglesia y el Estado asomaba la boca escueta y oscura de un inmenso cañón emplazado estratégicamente. Y en la iglesia contigua al palacio… también se emplazaban piezas de artillería”.

Desde horas de la mañana del domingo 16 se inició la organización de la marcha hacia el palacio presidencial con el despliegue de vistosos carteles y anuncios elaborados por los trabajadores que invitaban a sus compañeros a unirse a la manifestación de la tarde, y desde el mediodía empezaron a congregarse los obreros y artesanos en la Plaza de los Mártires, sitio de partida de la manifestación. A las tres de la tarde empezó la marcha, al frente de la cual sobresalía una vistosa bandera blanca que tenía dibujados algunos símbolos del trabajo. Pese a la intensa lluvia que caía sobre el centro de la ciudad, en la plaza de Bolívar se congregaron unos 4000 manifestantes. Alberto Manrique Páramo, uno de los promotores de la marcha, en arenga improvisada afirmó:

Ayer tarde el señor Presidente de la República, por miedo tal vez a esa fuerte y poderosa corriente popular, resolvió aplazar el envío de las comisiones que debían partir a los Estados Unidos, a adquirir el vestuario del ejército -robándonos así el pan a vosotros y a vuestros hijitos- y da como única razón de tal aplazamiento la penuria actual del fisco. De modo que mañana 17 de marzo bien puede decir el señor Presidente: ya no hay penuria fiscal, que partan los oficiales del ejército a los Estados Unidos y vosotros quedareis miserablemente burlados, dependiendo tan solo de la voluntad y el capricho de quien no se preocupa por el bien de las clases pobres y trabajadoras. Vosotros vais, pues, a pedir no el aplazamiento sino la derogatoria absoluta del malhadado decreto, concedidos por gentes llenas de odio a vosotros y a vuestra clase28.

El orador recalcó que la manifestación era pacífica, pidió que no se realizara ningún acto que pudiera agredir a las autoridades civiles o militares y terminó vivando al Ejército y a la Policía, mientras la multitud gritaba vivas al socialismo, al pueblo soberano, a la Gaceta Republicana y algunos pocos vivaban al partido liberal29.

Cuando Alberto Manrique Páramo hubo terminado su arenga, la multitud se dirigió al Palacio de la Carrera. Allí, Marco Tulio Amorocho, vocero de los manifestantes, expresó al Presidente que los artesanos solicitaban la derogatoria inmediata del conflictivo decreto. Seguidamente, el Presidente Suárez inició la lectura de su discurso. Por el ruido de la lluvia, los murmullos de los manifestantes y la pésima oratoria del Primer Mandatario, nadie oía sus palabras. Los manifestantes lo recriminaban, exigiéndole que hablara más duro. Enojado Suárez abandonó el balcón y decidió reunirse aparte con los representantes de los artesanos. Allí en privado, confirmando sus pésimas condiciones de orador, torpemente leyó el discurso que no había podido pronunciar minutos antes y prometió a los dirigentes obreros que realizaría obras en su beneficio con el fin de crear nuevas fuentes de empleo30.

La gente seguía impaciente en la calle, esperando la reaparición del Presidente, pero éste no se daba por aludido. En su lugar, un subalterno intentó leer el discurso presidencial tratando de calmar a la multitud. Contrariamente, esto caldeó más los ánimos de la gente. El espontáneo orador fue abucheado y prosiguieron las exigencias de ver y escuchar al primer mandatario. Los propios comisionados se hicieron presentes para calmar a los manifestantes, pero no lo lograron. Ante esto, Manrique Páramo pidió al Presidente de la República que autorizara el ingreso de otros representantes de los artesanos, ante lo cual Suárez procedió a inculparlo como responsable de lo que estaba aconteciendo, amenazándolo con iniciar un proceso judicial en su contra por estas acciones. En vista de las amenazas de Suárez, Manrique Páramo salió del Palacio, seguido de Amorocho y de los otros delegados de los artesanos. La multitud enardecida por el rechazo presidencial, gritando “Abajo el Presidente”, “Viva la Revolución”, “Viva el Socialismo”, “Viva el bolchevismo”, envió algunas piedras hacia los ventanales donde estaba el Presidente, rompiendo unos cuantos vidrios. Inmediatamente la Guardia Presidencial disparó en forma indiscriminada contra la inerme multitud, utilizando un cañón debidamente emplazado en la puerta del Palacio. Como resultado de esta acción criminal de la Guardia Presidencial murieron varias personas y quedaron numerosos heridos. (Ver: Caricatura No. 1).

Caricatura No. 1

Viñeta alusiva al comportamiento del Ejército durante la jornada del 16 de marzo. Bogotá Cómico, No. 82, marzo 22 de 1919

Ante el aleve ataque de la tropa, la multitud huyó hacia la Plaza de Bolívar y allí junto a la sede del Ministerio de Guerra, algunas personas le pidieron al General Pedro Sicard Briceño, que detuviera la masacre. Al frente del grupo que reclamaba se encontraba el artesano Gabriel Chaves. Se trabó una discusión verbal y sin que mediara razón alguna Sicard Briceño desenfundó su arma de dotación oficial y disparó contra Gabriel Chaves, quien moriría horas después. Poco antes de fallecer, en el hospital de la Hortua, el propio agredido confesó que había sido abaleado de manera directa por el General Sicard, sin justificación de ninguna clase31. (Ver: Caricatura No. 2). Como parte de la parafernalia macondiana propia de la historia colombiana, se debe mencionar que según Sicard, él disparó al suelo para ahuyentar a Chaves y a los artesanos con quienes estaba discutiendo32.

Caricatura No. 2

Caricatura del General Pedro Sicard Briceño, uno de los responsables de la masacre de artesanos. Bogotá Cómico, No. 82, marzo 22 de 1919.

Casi simultáneamente se produjo otro ametrallamiento de la tropa contra la población en la esquina de la carrera 7 con calle 8. El resultado final de la jornada trágica: 10 muertos y 15 heridos. Para darse cuenta de la composición social de la protesta, la profesión de algunas de las personas asesinadas se constituye en un indicador significativo: Rafael Mora, de 22 años, sastre de profesión; Nepomuceno Velásquez, peón de hacienda; Juan C. Orjuela, de 30 años, artesano; Onoria Rojas, “mujer del pueblo de aspecto humilde”; Gabriel Chaves, artesano; Samuel Rodríguez, de 70 años, albañil; Timoteo Piñeros, albañil; Luis Reyes Barrera, estudiante de secundaria33.

Tras conocerse la muerte de algunos de los artesanos, la multitud se dio a la tarea de atacar distintas esferas del poder económico. Un grupo atacó a más de 20 almacenes, algunos de los cuales fueron saqueados, mientras que otro grupo, para hacer más difícil la acción represiva de las tropas, interrumpió el servicio eléctrico en las horas de la noche, cortando los cables en la por entonces distante población de Bosa, ubicada en el suroccidente de la capital34. Durante toda la jornada, la policía detuvo a más de 300 manifestantes.

El día 20 y 21 en distintos lugares de la ciudad aparecieron letreros pintados con carbón en los que se decían cosas de este estilo: “Puñal y dinamita”, “El pueblo tiene hambre”, “Suárez es un bruto”, “Piedra al palacio y a Suárez”35. El día 20 fue enterrado el artesano Gabriel Chaves, quien había sido brutalmente asesinado por el Ministro de Guerra. A su entierro asistieron unas mil personas. En la ceremonia fúnebre hablaron varios oradores en nombre de los obreros y del socialismo. En esos discursos, plenos de dolor e indignación, la acción del 16 fue calificada como un atentado contra el pueblo trabajador, señalándose que una “insidiosa mentira oficial” estaba en marcha para tergiversar los hechos. Según la versión del policía de civil que se encontraba infiltrado entre los obreros que asistían al cortejo fúnebre, el discurso más radical fue el del representante del socialismo, quien terminó su alocución con estas palabras:

Para luchar contra el actual gobierno despótico y vengar la sangre inocente de los honrados compañeros… sólo hace falta que unos cuantos se hallen dispuestos a salir de este mundo de imbéciles y armados con el látigo en una mano y la bomba de dinamita en la otra que mata más de cien soldados con fusiles criminales, nos arrojemos virilmente sobre los victimarios irresponsables. Sobre nuestras cenizas lloverán las bendiciones de los libres36.

Si tal fue el tono del discurso, ese no era muy común entre los artesanos y los socialistas – recuérdese que en nuestro medio la influencia anarquista fue mínima. Un discurso de esta naturaleza en la cultura política de izquierda de la época era más bien excepcional, y respondía a una visión muy personal del asunto, además bastante influida por la sangrienta e innecesaria represión gubernamental. En la historia de Colombia desde finales del siglo XIX este tipo de discurso, que en tiempos normales no se escuchaba, emergía en momentos críticos cuando se atentaba contra la vida y los valores de los artesanos, como había sucedido en 189337.

La prensa conservadora y las autoridades departamentales, al unísono, se dieron a la tarea de denunciar la actitud agresiva del “populacho”, el carácter subversivo y “bolchevique” de la protesta, el “motín socialista y revolucionario” que se fraguó el 16 de marzo y la existencia de supuestos manifiestos revolucionarios, todo para exigir mano dura y castigo contra los organizadores de la manifestación artesanal pero, en últimas, para legitimar la masacre38. En el mismo sentido, para justificar el proceder homicida de la tropa, el gobierno emitió un comunicado en el que atribuía la responsabilidad de los sucesos a “provocadores” anarquistas y bolcheviques que habían organizado, dirigido y participado en el -según la versión oficial- “amotinamiento”. Y en uno de sus apartes, el gobierno, presidido por un gramático -lo que supuestamente debería reflejarse en la precisión de las palabras usadas en los comunicados-, llegó al extremo de afirmar cínicamente que “grupos de anarquistas y socialistas trataron de tomarse el palacio de la Carrera y la guardia del Palacio para contener a los amotinados disparó al aire, resultando de allí un muerto y un herido”39. ¡Maravilloso el reino de un gramático, donde los disparos al aire causan muertos y heridos! (Ver: Caricatura No. 3).

Caricatura No. 3

Critica sarcástica a la inverosímil versión oficial sobre los sucesos del 16 de marzo, según la cual la tropa disparó al aire para contener los disturbios y no contra la multitud. Bogotá Cómico. No. 82, marzo 22 de 1919.

Al mismo tiempo, la versión oficial del gobierno de Suárez fue presentada por su Ministro de Gobierno, quien el 17 de marzo afirmó:

Ayer, después de una larga preparación por medio de conferencias públicas, socialistas y anarquistas, publicaciones subversivas, y de tratar de sustraer al Ejército y a la Policía a la obediencia, con pretexto de que se les estaba dejando morir de hambre, preséntose una muchedumbre compuesta de algunos obreros y de numerosas personas de las últimas (sic) capas sociales ante el palacio presidencial, anunciándose con los gritos de Viva el Socialismo, Viva el Partido Socialista40.

Desde luego, esta apreciación falaz no tiene en cuenta la voz de las propias víctimas, ni de los organismos a los cuales ellas estaban vinculadas, en este caso el Sindicato Central Obrero, participante en la marcha de protesta del 16 de marzo. Creemos que ya es hora de escuchar el testimonio que nos dejo esta organización artesanal, para recuperar la memoria de las víctimas y desmentir a sus asesinos.

El Sindicato Central Obrero entregó su versión de los acontecimientos, que la historia oficial (de la vieja y de la “nueva”) no ha considerado nunca. En su comunicado, el Sindicato Central Obrero comenzaba por señalar que “en estos momentos de expectación y de tristeza, cuando de manera oficial se declara la existencia del anarquismo y del bolchevikismo (sic) para desvirtuar la organización obrera, cuyo desarrollo es incontenible, precisa hacer conocer del público las bases de dicha organización, su objetivo y los hechos que la Historia deberá recoger sin imparcialidades ni inexactitudes”41. Continuaba señalando que

conocedor ya de los procedimientos de reivindicación obrera puestos en práctica en los países civilizados, va contra el comunismo y el anarquismo, principios que requieren una mayor perfección humana, y acepta el socialismo científico preconizado entre mil expositores y economistas por Bebel, Jaurés, Fernando Naudier, Hamon Chirac, Faguet, Pablo Iglesias, Janet, Louis Bertrand, Bakounine, C. Marx, Enrique Malesta, Lavelaye, Lacy W Holmes, Backie, Sidney Weebb, etc, quienes estiman esa doctrina como redentora y moralizadora para la humanidad42.

Enfatizaba que las acusaciones de anarquistas hechas a las organizaciones obreras independientes no tenían fundamento alguno, y mencionaba los siguientes hechos para desmentirlas:

1° En la escritura social consta que el Sindicato tiene por objeto: el establecimiento de una caja de ahorros para los obreros, con reconocimiento de intereses a favor de los depositantes, quienes son considerados como miembros de la institución; la fundación de cooperativas de consumo y restaurantes obreros, para facilitar a los trabajadores los víveres a precio módico; la adquisición de terrenos y construcción de casas baratas para obreros, transmisibles por el sistema de amortización; el establecimiento de un monte de piedad para contrarrestar la usura; el apoyo mutuo de los congregados; el seguro de vida y de enfermedad; la educación popular y la acción ante el Estado para obtener la efectividad de las garantías a que tiene derecho los cofrades. ¿Será este un programa anarquista?
2° El Sindicato ha llevado ya al terreno de la práctica el establecimiento de la Caja de ahorros, a la cual ingresan personas de diversas opiniones religiosas y políticas; la fundación de un Restaurante obrero que se inauguró con un banquete gratuito para los artesanos; el establecimiento de dos cooperativas de consumo y el de un monte de piedad que ha favorecido a todos, desde los más ardientes turiferarios del régimen actual hasta los humildes jornaleros que apenas alcanzan a desayunarse con el exiguo producto de su trabajo (…) ¿Podrá llamarse anarquista esta labor filantrópica?
3° En el Sindicato figuran como socios honorarios, desde hace dos años entre otros, personajes de la talla de D, Jorge Holguin, actual designado para ejercer la Presidencia de la República; D. Simón Araujo, Ministro de estado en las administraciones Restrepo y Suarez; D. Jesús del Corral, actual Ministro de agricultura y comercio; D Francisco J Fernández y D Enrique Lievano, acaudalados comerciantes y D Lorenzo Cuellar, caballero distinguido, muy obrerista y sostenedor del actual régimen. (…) ¿Pertenecerán esos señores por el hecho de haberse identificado con nuestras aspiraciones, a una sociedad anarquista?
4° En el Reglamento del Sindicato se habla de la necesidad de combatir la política militante que ha significado para el obrero, arruinarse, perecer o quedar herido en las luchas fratricidas o servir de escala para que ejerzan acción en su contra, como legisladores o magistrados, los individuos que se han ungido con su voto; el Sindicato ha buscado la solidaridad social, bajo una bandera independiente, para sustraer a los trabajadores de la influencia perniciosa y ruin de sus enemigos. ¿Será esta conducta la que merece el epíteto de anarquista?
5° En su deseo de constituir un centro directivo que representara las tendencias de las sociedades y gremios, el Sindicato Central no vaciló en iniciar y sostener la Confederación obrera. Primeramente, con el concurso del Dr. Eduardo Carvajal, contribuyó a la formación de un directorio provisional que se denominó Confederación de Acción Social; en acuerdo con ese centro dirigió circulares a las sociedades y gremios dichos para constituir lo que se llama hoy la Asamblea Obrera, de cuyo seno habrá de surgir el verdadero Directorio Ejecutivo que encausará la corriente socialista en el país. Estos actos hechos en bien de la organización obrera ¿podrán considerarse como anarquistas?
6° Por último, era deber del Sindicato apoyar a las demás organizaciones obreras en su plausible anhelo de hacer una manifestación al Presidente de la República, pidiendo no quitar el trabajo a los operarios colombianos para darlo a los extranjeros, acto que exacerbó la paciencia presidencial. ¿Incurrió el Sindicato por invitar a los obreros en punible anarquismo?43

En su comunicado, el Sindicato Central Obrero señalaba con perspicacia que las acusaciones del gobierno obedecían “tan solo al deseo de impedir la ejecución y desarrollo del programa de reivindicación social que requieren la mala situación del pueblo trabajador, la acción nociva de los poderes constituidos y los progresos del partido socialista en los países cultos”. La acción oficial no tenía otra finalidad que justificar su “procedimiento y aniquilar el derecho de petición colectiva”, razón por la cual “el gobierno no tiene inconveniente en crear responsables donde no los hay, para absolver a los verdaderos autores del crimen cometido en seres inermes e inocentes”. Como para que no hubiera duda de sus aseveraciones, agregaba que el Sindicato “está dispuesto a que una comisión nombrada por la junta que se dirigió al Presidente de Colombia en demanda de justicia, practique una inspección en sus archivos, revise sus reglamentos y acuerdos, tome nota de sus miembros y califique su conducta, para apreciar de manera imparcial y serena, nuestra actuación como defensores de los obreros”44.

Algunos sectores de la prensa, próximos o simpatizantes con la movilización de los artesanos, señalaron con toda razón, que desde que se había iniciado la labor socialista, “se han interpuesto obstáculos que hacen deducir con algún fundamento que hay una coalición de los elementos adversos encaminada a destruir por completo la tendencia justa a las reivindicaciones obreras (…)”45. Precisamente, el 16 de marzo de 1919 se había implementado el uso indiscriminado de la fuerza por parte del Estado colombiano para contrarrestar cualquier manifestación de protesta, y desde ese instante empezó a ser usado el imaginario anticomunista y antisocialista para estigmatizar las luchas de los trabajadores, con el prurito de que eran la expresión de los intereses de la subversión mundial, en esos momentos personificada en el “engendro bolchevique”.

Para ratificar el punto de vista de los artesanos, que con toda razón responsabilizaban al gobierno conservador del aleve crimen, resulta de interés citar la apreciación del Representante Diplomático de Francia en Bogotá, un testimonio representativo si se tiene en cuenta que este tipo de funcionarios son, en términos generales, favorables a los gobiernos de turno. El mencionado Diplomático manifestó:

La tropa que con un poco de calma hubiera evitado la efusión de sangre no pudo controlar sus nervios y disparó inmediatamente sobre la multitud, la cual habría podido ser disuelta con un simple piquete de caballería. Los alrededores del Palacio fueron rápidamente despejados, pero la represión que se tornó contagiosa se propagó por las calles adyacentes y por la espalda fue fusilada una veintena de personas, la mayoría transeúntes o curiosos que no tenían nada que ver con la manifestación. Está comprobado que los manifestantes no efectuaron ningún movimiento ofensivo y que la tropa disparó unilateralmente sobre la gente que huía. Muchas personas dignas de confianza habrían sido testigos de verdaderos asesinatos. Uno de nuestros compatriotas, particularmente me ha manifestado que con sus propios ojos vio al General Sicard Briceño descargar su revólver a quemarropa sobre un inofensivo obrero de apellido Chaves, que ha expirado algunos días después y cuya muerte ha sido atinadamente explotada contra el Gobierno. Todas las personas imparciales afirman que la manifestación era anodina y que, al reprimirla, la autoridad enloquecida ha desplegado una brutalidad desproporcionada. Los obreros más exaltados simplemente vociferaban sin ninguna idea subversiva y los malhechores que se han aprovechado de los disturbios han saqueado ciertos almacenes y residencias constituyendo los únicos individuos peligrosos que la Policía y el Ejército han perseguido adecuadamente46.

El 20 de marzo, distintos políticos de los partidos tradicionales emitieron un inusual comunicado en el cual, condenando la violencia oficial, afirmaban:

En guarda de los más sagrados derechos e intereses de la sociedad, en su aspiración hacia una vida libre y civilizada… protestamos contra los autores del derramamiento de sangre; nos solidarizamos en la defensa de la causa de los inocentes, clamamos, porque se imparta una inflexible justicia. Habremos de preservar… para que queden aislados y repudiados a los ojos del país, y en la conciencia nacional, los responsables de la sangre vertida47.

Encabezaban la lista de las decenas de firmantes dos nombres que se harían famosos en la política nacional años después: el joven agitador conservador Laureano Gómez (Presidente de la República entre 1950 y 1953) y el periodista liberal Eduardo Santos (Presidente de la República entre 1934 y 1938), disfrazados en estos momentos con piel de antiestadounidenses por su aparente oposición a la política pro-yanqui de Suárez, pues en ese momento se agitaba en público el tema de las concesiones petroleras y del tratado Urrutia-Thompson, mediante el cual Estados Unidos le daba al país 25 millones de dólares como indemnización tardía por la separación de Panamá del territorio colombiano, declaraba su pesar por ese hecho y, lo que más le importaba, disponía lo necesario para apropiarse del petróleo nacional.

En los meses subsiguientes a los trágicos acontecimientos del 16 de marzo, la oposición al gobierno los empleó para enfilar sus baterías contra el “presidente paria” (como en sus “Sueños de Luciano Pulgar” se autodenominaba Suárez). Esa coyuntura de marzo de 1919 fue el comienzo del desprestigio absoluto de su gobierno. Aunque a Suárez para nada le importaron ni los muertos ni las peticiones de los artesanos, pues ¡en diciembre de ese mismo año fue aprobada la compra de uniformes para la policía en Inglaterra! Los hechos de aquel luctuoso domingo fueron utilizados habilidosamente por los políticos bipartidistas que desde un comienzo se habían opuesto a la administración conservadora. Fueron esos mismos dirigentes los que, jugada tras jugada, consiguieron por fin la caída de Suárez en 1921.

Con relación a los trabajadores, la masacre de 1919 se convirtió en una referencia simbólica de sus luchas, ya que en forma frecuente evocaban el recuerdo de los mártires de aquel luctuoso domingo 16 de marzo en las calles bogotanas. Así, en la celebración del Primero de Mayo de 1919, y en los años siguientes, uno de los puntos centrales del programa obrero lo constituía la visita al cementerio para recordar y rendirles un homenaje de clase a los artesanos asesinados, depositando coronas de flores en sus tumbas, en especial en la de Gabriel Chaves. De esta manera, en el panteón de los héroes del trabajo en nuestro país emergió, junto a la de los luchadores obreros de otras latitudes, la memoria de los que eran considerados los primeros mártires de los trabajadores colombianos.

Bogotá Cómico, No. 86, abril 19 de 1919.

Notas

    1. Germán Mejía Pavoni, Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá, 1820-1910, Pontificia Universidad Javeriana – Instituto de Cultura Hispánica, Bogotá, 1999, p. 230, tabla 8. El dato de 224.000 habitantes en 1929 proviene de Ernest y Walter Rothlisberger en su testimonio que aparece en Carlos Martínez (Editor), Bogotá. Reseñada por cronistas y viajeros ilustres, Escala Fondo Editorial, Bogotá, s.f, p. 15.
    2. Censo general de la República de Colombia, levantado el 5 de marzo de 1912, Imprenta Nacional, Bogotá, 1912, pp. 191-199.
    3. Ver Mario Aguilera Peña, Insurgencia urbana en Bogotá. Motín, conspiración y guerra civil 1893-1895, Colcultura, Bogotá, 1997; David Sowel, “The 1893 bogotazo: Artisans and Public Violence in Late Nineteenth-Century Bogotá”, en Journal of Latin American Studies, 2, mayo de 1989, pp. 267-282.
    4. Jean Marcelino Gilibert, “Informe del director nacional de la policía a la dirección de la seguridad de Francia”, Bogotá, enero 25 de 1893, Colombie, Affaires Diverses, Volumen 3, 1890-1895, s.f.
    5. Censo General, op. cit.
    6. David Sowell, Artesanos y política en Bogotá, Ediciones Pensamiento Crítico, Bogotá, 2006. pp. 29 y ss.
    7. Medófilo Medina, La protesta urbana en Colombia en el siglo XX, Ediciones Aurora, Bogotá, 1984, pp. 25-26; Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos Colombianos 1900-1924, Universidad de Antioquia, Medellín 1976, pp. 118-119.
    8. Policía Nacional, Dirección General, “Parte de novedades ocurridas el 12 de marzo de 1909”, Archivo General de la Nación (AGN) Despacho Presidencia de la República DPR, Caja 75, Carpeta 40, f. 232 (v/a).
    9. Ver: El 13 de Marzo; Francisco Posada, La revolución del 13 de marzo de 1909 considerada desde los puntos de vista político y económico, agosto 21 de 1909, s.d. Allí se citaba a Marx y a Engels para enfatizar la idea que el 13 de marzo el país había asistido al comienzo de una “gloriosa revolución” que debía ser considerada como lo hacían aquellos dos autores en términos de economía política (mencionando la famosa afirmación del célebre prólogo de Marx a la Contribución de la crítica de la Economía Política), pp. 7 y ss.
    10. El programa festivo aparece en El Proteccionista, julio 16 de 1911.
    11. La Época, agosto 5 de 1911.
    12. El Día Noticioso. Diario Popular de la Mañana, julio 22 y 25 de 1911.
    13. Rafael Uribe Uribe, “Socialismo de Estado”, en El pensamiento político de Rafael Uribe Uribe, Colcultura, Bogotá, 1974, pp. 16-55.
    14. El Crucero, noviembre 30 de 1913, diciembre 7 de 1913, enero 4 de 1914
    15. La Unión Obrera, mayo 1 de 1916.
    16. Ibíd., p. 318.
    17. Ibíd.
    18. “Nuestro Ideal”, en El Partido Obrero, enero 29 de 1916.
    19. El Partido Obrero, marzo 4 de 1916.
    20. Ver: El Partido Obrero, enero 22, febrero 12, febrero 26, marzo 18 y abril 15 de 1916.
    21. Sowell, , pp. 233-237.
    22. El Partido Obrero, mayo 13 de 1916.
    23. La Libertad, noviembre 30 de 1918.
    24. “Carta del Ministro de los Estados Unidos en Colombia sobre los sucesos del 16 de marzo”, marzo 22 de 1919, en Records of the Department of State Relating to Internal Affairs of Colombia…, Rollo 1, f. 430.
    25. Citado en Vista fiscal sobre los sucesos del 16 de marzo, Imprenta Nacional, Bogotá, 1919, p. 3
    26. Citado en Vista Fiscal, p. 38.
    27. Marcelino Arango, “Circular, 14 de marzo de 1919”, en Documentos relacionados con los sucesos del 16 de marzo de 1919 en la ciudad de Bogotá, Imprenta Nacional, Bogotá, 1920, p. 1.
    28. Citado en El Porvenir, abril 3 de 1919.
    29. Vista fiscal, 3; La Época, abril 3 de 1919.
    30. El texto del discurso de Suárez aparece en Documentos relacionados…, 4-7.
    31. Archivo General de la Nación, Fondo Ministerio de Gobierno, Sección Primera, T. 816. [AGN, FMG, S. 1].
    32. Vista fiscal, pp. 6-7
    33. Villegas y J. Yunis, op. cit., p. 334.
    34. Vista fiscal, op. cit., p. 8.
    35. “Parte diario de la policía”, AGN, FMG. S.1., T. 816, fs. 62-63. 36.
    36. Ibíd., f. 63.
    37. Aguilera Peña, op. cit., pp. 263 321.
    38. La Época, marzo 28 de 1919, El Porvenir, marzo 21 y 22 de 1922. Una recopilación de todas las manifestaciones de apoyo al gobierno de Suárez, los cuales como una letanía repiten que lo sucedido el 16 de marzo fue resultado de un complot socialista, anarquista, revolucionario y bolchevique fue publicada por el propio gobierno de Suárez. Ver: Documentos relacionados…, pp. 18-181.
    39. Marcelino Arango, “Circular extraordinaria”, en Documentos relacionados…, p. 7.
    40. Ibíd.
    41. “Manifiesto del Sindicato Central Obrero a los artesanos de la República”, en La Libertad, abril 3 de 1919.
    42. Ibíd.
    43. Ibíd.
    44. Ibíd.
    45. La Libertad, abril 12 de 1919.
    46. Ayme-Martin, “Manifestation ouvrière du 16 mars contre le gouvernement”, Amérique Latine 1918-1940, Colombie, Correspondance Politique, Situation Intérieure, Volumen 11, 1918-1922, folios 36-40.
    47. El Tiempo, marzo 20 de 1919.

Renán Vega Cantor para La Pluma, 20 Marzo de 2019

Editado por María Piedad Ossaba

►DESCARGAR PDF