De los blacamanes vendedores de específicos y prometedores del oro y el moro, se pasó, sin solución de continuidad, a la adoración por el mal gusto, a las cuatrimotos de vereda, a la repartición sin ascos de coimas y gabelas para cambiar “articulitos” constitucionales, a la denominada “cultura mafiosa”. La misma del “usted no sabe quién soy yo”, la del enriquecimiento rápido “a como dé lugar”, la de “aniquilar al otro” para acceder al poder y la de las fascinaciones por lujos y consumos a ultranza. Y hasta por ponerse tetas y nalgas de artificio.
De los vendedores de milagros, como el Blacamán garciamarquiano, nos trasladamos a la presencia del “patrón”, al que hay que adorar, aplaudir, no contradecir y endiosar. Y así, ricos y pobres, prendieron incienso a la “chabacanidad” y la ordinariez. Hubo tiempo para las bambas, los enlucimientos, la joyería extravagante y la resolución de cualquier incidente menor a punta de bala. Y otros días para la exhibición de la vulgaridad en sus más deshonrosas presentaciones.
Las “carangas resucitadas” irrumpieron en la política y en las condecoraciones oficiales, y el “todo vale” se erigió en lema moral. El mafioso llegó a los altares, se despaturró en los salones de clubes exclusivos, penetró en las esferas que antes se llamaban impolutas y contaminó el comportamiento de populachos y élites blanqueadas. El dinero, el rey del bailongo, obtuvo nuevos roles en el concierto social y había que conseguirlo como fuera, no sea que nos quedáramos al margen y clasificáramos dentro del dicho de “quién lo manda a ser güevón”.
De los carteles de Medellín y de Cali nos mudamos a los de las toallas higiénicas, la salud, los pañales, la industria farmacéutica, la construcción, los bancos, los contratistas de obras públicas… Se traficó con influencias, notarías, puestos públicos. Y cuando alguno no accedía a los chantajes o las “untadas”, entonces se le sacaba del camino. De un momento a otro, la promoción inusitada de la trampa, la falsificación, el facilismo, la “ley del menor esfuerzo”, en fin, se constituyeron en mecanismos para el ascenso socioeconómico, el arribismo en su expresión más pútrida y sin cortapisas.
La cultura mafiosa alteró los sentidos y el cerebro. Se manifestó en pequeños y grandes conglomerados. Y sigue tan campante en los métodos politiqueros, en el clientelismo, en las maneras de estafar al ciudadano, en los discursos demagógicos. Está en los modos de ser del policía y del delincuente. Igualó por lo bajo a presuntos estadistas y dueños de emporios financieros. Estableció en la barriada, en la empresa, en la calle, aquella sinrazón de “quien no está conmigo está contra mí”. Y, así, con la aplicación de la fuerza, saca de circulación a los que no están de acuerdo.
El narcotráfico, además de mercados ilegales, de establecer una cultura de la violencia, de empañetar nuevos ricos, lo irrigó todo. Todo lo contaminó. Quizá su punto de inflexión haya sido el asesinato del ministro Rodrigo Lara, en 1984. Para entonces, el poder arrasador del tráfico de estupefacientes, como el de un Atila tropical, ya había hecho trizas la ética y las “buenas costumbres”. Por donde pasaba, dejaba secos los cerebros y las pautas de comportamiento establecidas por poderes que lo precedieron y que, tal vez, fueron una de sus causas. ¿Cómo incidieron las viejas estructuras en la creación del monstruo?
La narcocultura se apoderó de todas las plazas. El fútbol, la mercadería de artes, los nombramientos oficiales, las listas electorales, las campañas políticas, las fuerzas militares y de policía, todo ha sido permeado. Llegaron nuevos inquilinos y se tomaron toda la casa, como en un cuento de Cortázar.
Como lo plantea en una investigación el profesor Óscar Mejía Quintana (La cultura mafiosa en Colombia y su impacto en la cultura jurídico-política), es posible que aquellos rasgos identitarios establecidos desde la Regeneración, como el autoritarismo, el tradicionalismo y el pensamiento conservadurista, hayan incidido en el posterior nacimiento de una aberración que aún nos mantiene en vilo. El país del “Sagrado Corazón”, con una elitización de las “virtudes”, terminó en manos de demonios y numerosos endriagos. Y así vamos.
De las desviaciones más degradantes de la tal cultura ha sido la puesta en el pabellón de los héroes de “carteludos” capos y otros bandidos. Y los ayudan en la faena productores de narconovelones y de series sin sentido crítico. Ah, y ni hablar de las conductas de los “patricios”, de los estadistas y personalidades del poder metamorfoseados en patanes y promotores de la narcocultura. El asunto trasciende aquello de “te doy en la cara, marica” y pasa por Odebrecht, fiscalías, magnates, ministerios… Más que la marabunta, o la selva, a Colombia se la tragó la cultura mafiosa.
Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 27 de febrero de 2019
Editado por María Piedad Ossaba
Reinaldo Spitaletta (Colombia). Comunicador Social-Periodista de la Universidad de Antioquia y egresado de la Maestría de Historia de la Universidad Nacional. Presidente del Centro de Historia de Bello. Docente-investigador de la Universidad Pontificia Bolivariana. Es columnista de El Espectador, director de la revista Huellas de Ciudad, coproductor del programa Medellín al derecho y al revés, de Radio Bolivariana y corresponsal del sitio La Pluma.
Galardonado con premios y menciones especiales de periodismo en opinión, investigación y entrevista. En 2008, el Observatorio de Medios de la Universidad del Rosario lo declaró como el mejor columnista crítico de Colombia. Conferencista, cronista, editor y orientador de talleres literarios. Ha publicado más de doce libros, entre otros, los siguientes: Domingo, Historias para antes del fin del mundo (coautor Memo Ánjel, 1988), Oficios y Oficiantes (relatos, 1990), Reportajes a la literatura colombiana (coautor Mario Escobar Velásquez, 1991), Café del Sur (coautor Memo Ánjel, 1994), Vida puta puta vida (reportajes, coautor Mario Escobar Velásquez, 1996), El último puerto de la tía Verania (novela, 1999), Estas 33 cosas (relatos, 2008), El último día de Gardel y otras muertes (cuentos, 2010), El sol negro de papá (novela, 2011) Barrio que fuiste y serás (crónica literaria, 2011), Tierra de desterrados (gran reportaje, coautor Mary Correa, 2011), Oficios y Oficiantes (edición ampliada con nuevos relatos), 2013; Viajando con los clásicos (ensayo, coautor Memo Ánjel), 2014.
En 2012, la Universidad de Antioquia y sus Egresados, lo incluyeron en el libro titulado “Espíritus Libres”, como un representante de la libertad y de la coherencia de pensamiento y acción.
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Reinaldo Spitaletta: Écrivain, professeur universitaire de communication et journaliste colombien, historien de formation, correspondant de La Pluma, Medellin.