Los desafíos

Menos aún se sale del atraso mediante las políticas neoliberales de las décadas recientes que en modo alguno responden a necesidades propias, pues no son más que ajustes a las nuevas necesidades del capital internacional en el marco de la presente y violenta Tercera Revolución Industrial

Cualquier proyecto político que signifique superar el atraso, las formas actuales de la dependencia y la pobreza de las mayorías sociales en Latinoamérica y el Caribe supone afrontar enormes desafíos que van más allá de cualquier proyecto simplemente reformista, es decir que tan solo se proponga disminuir la enorme deformación estructural de sus economías, las formas primitivas de su orden político y la superación de la sensación, consciente o inconsciente de inferioridad frente a las culturas del Occidente avanzado –las metrópolis- y que convierte el sentimiento nacional en una suerte de caricatura casi siempre grotesca de los elementos que expresan la comunidad nacional.

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Todos estos desafíos deben estar debidamente considerados en una agenta de desarrollo efectivo, un desarrollo que supere las simples reformas de los gobiernos populares y que en la práctica  no es otra cosa que la siempre deseada revolución, es decir, un cambio radical (que vaya a las raíces) de todas las instancias en las que se desenvuelve la vida cotidiana, ligadas profundamente al pasado y determinantes del futuro. No existe una clase dirigente burguesa capaz de llevar a cabo esta empresa porque de hacerlo afectaría de lleno sus propios intereses de clase parasitaria, dilapidadora y ladrona, cuya suerte depende en tantas formas precisamente de la actual manera de estar vinculados orgánicamente con las metrópolis. Otros deben entonces asumir la tarea de la emancipación nacional.

Los reformismos del pasado, los denominados “desarrollismos”, cumplieron sin duda un papel positivo en muchos aspectos pero solo consiguieron cambiar las formas de esa dependencia: ya no se importan tantas mercancías de escaso valor agregado, ahora se producen en casa, en muchas ocasiones por empresas extranjeras o en alianza de éstos con empresarios nacionales. Menos aún se sale del atraso mediante las políticas neoliberales de las décadas recientes que en modo alguno responden a necesidades propias, pues no son más que ajustes a las nuevas necesidades del capital internacional en el marco de la presente y violenta Tercera Revolución Industrial. Neoliberales son, en lo fundamental, prácticamente todos los gobiernos de la  región, así que en ausencia de un agente social que asuma los desafíos del desarrollo en las filas de la burguesía criolla, corresponde a las clases subalternas encontrar quién de entre los suyos puede asumir tal reto histórico y, de manera particular, qué forma de organización está en condiciones de asumir el papel de vanguardia del proceso.

Naturalmente que los interrogantes tradicionales de qué clase, qué partido, qué formas de participación de las mayorías sociales y sobre todo cómo asaltar los cielos, ni pueden desentenderse del pasado (que deja tantas lecciones en todos los sentidos) ni menos aún fallar en la búsqueda de soluciones nuevas, efectivas y sobre todo eficaces. El desafío supondría al menos satisfacer las siguientes tareas:

Impulsar un proyecto de desarrollo económico que suponga superar la condición de simples proveedores de materias primas y mano de obra barata a los mercados metropolitanos, o sea, imponerse la tarea de superar los actuales desequilibrios estructurales y llevar a cabo –en las condiciones de hoy-  la industrialización/modernización que jamás se realizó o se hizo a medias. Algunos de los objetivos de esa industrialización serán los clásicos (fabricación de bienes de producción, sobre todo) pero igualmente un empeño decidido en alcanzar el dominio de las nuevas tecnologías (cibernética, nanotecnologías, nuevos productos, energías alternativas, etc.) para establecer un vínculo de naturaleza diferente a la actual con el mercado mundial y así ganar un nicho particular en ese complicado tejido económico.  Nada de esto significa que desaparezcan las crisis cíclicas del sistema capitalista ni las contradicciones inherentes a la naturaleza del sistema, pero sin duda que no solo mejorarían notoriamente las condiciones de vida de las mayorías y darían al país más autonomía y posibilidades reales de ejercer la soberanía nacional, sino que un tal desarrollo de las fuerzas productivas será requisito indispensable para la construcción de un orden nuevo, no capitalista, cuyos perfiles por ahora no serán más que especulaciones, en el mejor sentido del término.

Un tal proyecto supone cambios drásticos en muchos aspectos. En el consumo, por ejemplo, las nuevas prioridades que enfaticen en el ahorro pueden tener impactos incómodos sobre todo para los sectores medios (y algunos asalariados) que ahora gozan de ciertos beneficios y privilegios si se les compara con las mayorías pobres de estos países. Hará falta un compromiso general, democráticamente alcanzado para generar un propósito nacional de suficiente entidad que permita al menos a una generación asumir los cambios en el consumo, aceptar las normas de una nueva disciplina laboral acorde a los desafíos y sobre todo que no resulte presa fácil tanto de las muchas medidas de acoso y bloqueo exterior (totalmente opuesto a estos proyectos emancipadores) como de las actuaciones internas de todos aquellos que siempre se han beneficiado de la dependencia y del atraso y de los –no pocos, por desgracia- que terminan identificándose con la clase dominante en detrimento de sus propios intereses. Ya se sabe, no faltan nunca quienes añoran las cadenas…

De entre esas mayorías sociales a las cuales un cambio de estas dimensiones interesa sobremanera, sin duda que las masas asalariadas (las tradicionales y las modernas, que ya son mayoría) constituyen el núcleo decisivo para ganar en las urnas, y resultan indispensables en cualquiera de las demás alternativas que se impongan, sobre todo por su movilización y apoyo cotidianos en cada centro de trabajo, en cada institución educativa, en cada barrio y vereda, o sea, allí en donde las gentes hacen a diario un nuevo país o – como hoy- lo padecen. El sujeto dirigente –la vanguardia en términos tradicionales- puede ser un partido o un frente amplio de partidos y organizaciones que demuestren capacidad sobre todo para recoger las experiencias, formular el programa, indicar los cambios tácticos en el desarrollo de los acontecimientos, interpretar los signos del inmediato acontecer y elaborar la consigna adecuada; vanguardia para marchar al frente superando el viejo dilema de no estar demasiado adelante en consignas y propuestas,  perdiendo el contacto con las mayorías sociales, ni mucho menos rezagadas de ellas, que son en última instancia las verdaderas creadoras del proceso.

No hay nada definitivo al respecto y el pasado solo es una referencia a tomar siempre con sentido crítico. En este continente hasta quienes encarnan las formas más duras de la represión, los militares, en no pocos casos han protagonizado cambios muy importantes y han salido de los cuarteles para romper el nudo gordiano del atraso y la opresión nacional. Basta recordar a generales como Plutarco Elías Calles y Lázaro Cárdenas en México, Jacobo Árbenz en Guatemala, Juan Velasco Alvarado en Perú, Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Omar Torrijos en Panamá y más recientemente, Hugo Chávez en Venezuela.

Juan Diego García para La Pluma, 20 de noviembre de 2018

Editado por María Piedad Ossaba