La resistencia afroamericana a la vacuna COVID-19 refleja un problema más amplio

Le débat autour du vaccin oscille entre l’inconnue que constitue le risque de contamination et ce que l’on sait de l’histoire médicale des Afro-Américains.

En marzo, cuando el espectro de la pandemia se cernía sobre la ciudad y largos tramos de Broadway lucían tan desolados como el lecho de un arroyo seco, el Departamento de Policía de Nueva York comenzó a aplicar un mandato de cumplimiento de las medidas de distanciamiento social. Entre el 17 de marzo y el 4 de mayo, según informó el Times, la policía hizo cuarenta arrestos por violaciones de distanciamiento social; treinta y cinco de los arrestados eran afroamericanos. Desplegada para luchar contra un virus, la policía de Nueva York presentó el mismo tipo de cifras sesgadas que resultan en su lucha contra el narcotráfico. La COVID-19 ha sido la crisis definitoria del año. Pero el número de arrestos con sesgo racial – como las cifras con sesgo racial asociadas con infecciones, hospitalizaciones y muertes— sugieren que nuestro problema permanente sigue siendo las disparidades que malogran la sociedad en la que se introdujo el virus.

Sandra Lindsay, enfermera de cuidados intensivos del Centro Médico Judío de Long Island en Queens, Nueva York, fue la primera usamericana en ser vacunada contra el coronavirus, recibiendo la primera dosis conocida de la vacuna Pfizer-Biontech el 15 de diciembre. Las conversaciones sobre la vacuna oscilan entre la probabilidad desconocida de contraer el virus y la historia médica conocida de los afroamericanos. Fotografía de Mark Lennihan / Getty

Las desigualdades abundan en la narrativa de esta pandemia. Negros y latinos han perdido sus puestos de trabajo de manera desproporcionada en la recesión debida a la COVID, a la vez que son quienes con más probabilidad realizan los tipos de trabajo que se consideran esenciales, lo que explica, en parte, las mayores tasas de infección, hospitalización y muerte que se registran entre estas poblaciones. Por ésta y otras razones similares, el hecho de que el lunes Sandra Lindsay, una enfermera negra que trabaja en el Centro Médico Judío de Long Island, se convirtiera en la primera usamericana en recibir la vacuna de Pfizer, y que le fuera administrada por la Dra. Michelle Chester, una doctora negra de Northwell Health, estuvo cargado de significado. Sólo el 42% de los afroamericanos están dispuestos a recibir la vacuna, a pesar de que tienen más probabilidades que los usamericanos blancos de infectarse con el virus y morir por esta causa. El mes pasado, la NAACP[1], junto con otras dos organizaciones, publicó un informe titulado “Vaccine Hesitancy in Black and Latinx Communities” (Indecisión ante la vacuna en las comunidades negra y latina), en el que se establecía que sólo el 14% de los afroamericanos encuestados “confiaban mayor o completamente” en la seguridad de la vacuna. El miércoles, la madre de Trayvon Martin, Sybrina Fulton, que el mes pasado se presentó como candidata a comisionada del condado de Miami-Dade en Florida, publicó sus dudas en Instagram, preguntando: “Realmente quiero confiar en los científicos, pero ¿por qué han producido con tanta celeridad una vacuna para la COVID-19 pero no para el cáncer o el SIDA?”

De manera destacada, los votantes republicanos son otro grupo que expresa un escepticismo significativo sobre la vacuna. En una encuesta de Gallup realizada en octubre, menos de la mitad se declaraban dispuestos a ser vacunados, en comparación con el 69% de los demócratas. Donald Trump ha sido un factor impulsor entre ambos grupos, aunque por razones muy diferentes. A principios de este año, una encuesta de Washington Post-Ipsos reveló que el 83% de los negros piensa que Trump es racista, mientras que el informe de la NAACP señalaba que sólo el 4% de los negros confía en el Gobierno. Esa desconfianza aparentemente se refleja en las percepciones acerca de la vacuna. Los republicanos, por su parte, al haber sido “alimentados” con una dieta constante de curas de matasanos, pseudociencia y desinformación por parte de la Casa Blanca, han sido condicionados para desconfiar de gran parte de los aspectos científicos asociados con la pandemia, y también de muchos de los científicos que han estado trabajando para ponerle fin. Esta dinámica puede variar un poco después de que el viernes el vicepresidente Mike Pence fuera vacunado en vivo por televisión. Sin embargo, el resultado neto de todo lo que ha precedido a este evento será algo a lo que nos hemos acostumbrado a regañadientes este año: más gente morirá innecesariamente.

“Estudio secreto de Tusekegee: autopsia gratis, entierro gratis ¡más un bonus de 100 dólares!”
Viñeta de Lou Erikson, The Atlanta Constitution, julio de 1972

Sin embargo, para la América negra, la historia se extiende mucho más allá de Trump. En septiembre, cuando Walter Kimbrough, el presidente de la Universidad de Dillard, una institución históricamente negra de Luisiana, anunció que se había ofrecido como voluntario para un ensayo de una vacuna y animó a sus estudiantes a hacer lo mismo, Internet explotó con referencias al experimento de Tuskegee. En ese programa médico de cuatro décadas de duración, que comenzó en 1932, se hizo creer a cerca de 400 varones afroamericanos enfermos de sífilis que estaban recibiendo tratamiento, cuando en realidad no lo estaban recibiendo, a fin de que los médicos pudieran seguir el curso de la enfermedad. En los casi cincuenta años transcurridos desde que se descubrió el experimento, se ha convertido en un punto de referencia central para comprender la relación de los afroamericanos con el sistema médico.

Placa conmemorativa de Henrietta Lacks en Clover, Virginia

La historia de Henrietta Lacks –una mujer negra que murió en 1951 de cáncer cervical, y cuyas células cancerosas habían sido recogidas sin su consentimiento con fines de investigación por el Johns Hopkins Hospital, replicadas, enviadas a laboratorios de todo el mundo, y luego vendidas comercialmente– se convirtió igualmente en un símbolo de explotación médica. Esa historia, narrada en obras como “Medical Apartheid” de Harriet Washington y “Killing the Black Body” de Dorothy Roberts, es, en parte, lo que ha obstaculizado los esfuerzos por reclutar voluntarios afroamericanos para las pruebas, y ahora obstaculiza los esfuerzos por vacunar a los afroamericanos.

En este contexto, las conversaciones sobre la vacuna oscilan inevitablemente entre la probabilidad desconocida de contraer el virus o sucumbir a sus efectos y la historia médica conocida de la población afroamericana. Esta preocupación no está confinada por la disciplina, por lo que el enfoque coercitivo de la policía de Nueva York esta primavera, y los acontecimientos que desencadenaron los meses de protestas de Black Lives Matter este verano, también contribuyen a un escepticismo más amplio sobre la buena fe, si no la ciencia misma, del sistema en el que existe. El lunes, Thomas Fisher, un médico negro de la Universidad de Medicina de Chicago, especialista en urgencias, me dijo que “nuestra gente se está enfermando, pero se le está presionando para que repartan comida y conduzcan Ubers, y cosas así, sin equipo de protección individual”. Y añadió: “Es difícil imaginar que no se vayan a reflejar probablemente también estas mismas desigualdades con la distribución y la inoculación de esta vacuna”.

Kizzmekia Corbett

Un resultado de todo esto ha sido que muchos afroamericanos que no han rechazado rotundamente la vacuna están adoptando una actitud de cautela, “esperar a ver”, que, a corto plazo, ralentizará el progreso hacia la inmunidad de grupo y dará al virus más tiempo para circular en los lugares donde ya ha sido más mortal. Otro resultado es que el éxito del esfuerzo de vacunación dependerá en gran medida de la credibilidad de las personas asociadas a él. Por eso hay tanto interés en la Dra. Kizzmekia Corbett, una inmunóloga afroamericana que fue instrumental en el desarrollo de la vacuna de Moderna, que el viernes pasado la FDA autorizó para su uso de emergencia en adultos. También es la razón por la que las iglesias negras han empezado a patrocinar foros sobre vacunación. El martes, el reverendo Matthew Watley, pastor principal de la iglesia metodista-episcopal Kingdom Fellowship, de Silver Spring (Maryland), moderó un debate en línea sobre el tema con el objetivo de abordar las preocupaciones de su congregación entre otras. “El objetivo es que, en última instancia, las vacunas se hagan en nuestras iglesias”, me dijo. “Tenemos que llevar todo esto a donde está nuestra gente”. En medio de las protestas de la derecha y de algunos centristas sobre la “política identitaria”, la situación en la que nos encontramos ahora confirma, una vez más, que la identidad es, de hecho, política. Resolveremos el enigma de la COVID mucho antes de que resolvamos las razones por las que, y para quién, se volvió tan mortal.

NdT

[1] National Association for the Advancement of Colored People (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color)

    

Jelani Cobb

Original: African-American resistance to the COVID-19 vaccine reflects a broader problem

Traducido por S. Seguí

Traduciones disponibles : Français 

Fuente: Tlaxcala, 26 de diciembre de 2020

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