Colombia: La opción es por la vida

Lo que está en juego realmente es la vida, pero no la vida como mera existencia, sino la vida digna…Nos organizamos es para vivir mejor juntos no a costa de los otros.

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En los últimos tiempos se han disparado las encuestas electorales a la par que aquellas que miden la popularidad del presidente Duque. Si algo dejan claro estas encuestas es que el próximo presidente no será del Centro Democrático. Ello, sin embargo, no permite inferir que el próximo presidente representará una propuesta alternativa al modelo económico neoliberal, al poder mafioso, y al estilo autoritario que ha encarnado en los últimos tiempos la ultraderecha uribista.

Anderson Debernardi, Sinfonía Shamanica, Óleo sobre lienzo, 71X 90 cm.

Aunque las encuesta que indagan sobre la intención de voto muestran a Gustavo Petro punteando, los analistas que las interpretan aseguran que el candidato que realmente tiene la opción de ganar las próximas elecciones es Sergio Fajardo como representante del Centro en oposición a los extremos. Lo único original de esta posición política es su ambivalencia y su falta de posición, lo cual se ha identificado de manera falsa como una apertura a la democracia incluyente. La verdad es que de todo se puede ver en el Centro menos una democracia de este tipo; se trata más bien de adoptar una posición indefinida que permita capturar a aquellos que se sienten insatisfechos con el discurso y la práctica de la ultraderecha, pero que aún no han logrado sacudirse los prejuicios que los medios de comunicación y las instituciones educativas han sembrado sobre la izquierda. En términos de proyecto económico y político, el Centro se diferencia tan poco de lo que ha implementado la derecha colombiana en el gobierno desde finales de los años ochenta del año pasado, como puede diferenciarse una gallina negra de una saraviada.

El supuesto respeto del Centro por las instituciones democráticas del país es a todas luces una falacia. Primero, porque las mismas instituciones, heredadas de una élite gansteril y mafiosa, tienen muy poco de democráticas: para comprobarlo solo hay que mirar los escándalos provocados permanentemente por La Fiscalía, la Procuraduría y las Altas Cortes, por no ahondar en lo que se ha convertido la Presidencia de la República en manos de los uribistas, que convirtieron a la propia Casa de Nariño en un fortín de la delincuencia organizada. Segundo, no hay que olvidar las denuncias del mismo Adolfo Paz, en tiempos de la desmovilización de las autodefensas y de la alcaldía de Fajardo en Medellín. A partir de estas denuncias se acuñó el término de la Donbernabilidad para referirse al hecho de que la gobernabilidad de la ciudad dependía básicamente de la delincuencia y que para ello la propia administración municipal había realizado pactos secretos con dichas organizaciones. Y tercero, no hay las alianza de Fajardo, el Grupo Empresarial Antioqueño, a quien entregó, cuando era alcalde de Medellín, las finanzas de EPM.

Sin embargo, hay que advertir que los analistas que han interpretado las encuestas tienen razón en parte, y esto porque su interpretación se ciñe a la cultura de alianzas y componendas instrumentales que ha marcado la política en toda la historia de Colombia. Por eso advierten que, si los dos ganadores de la primera vuelta fueran Petro y Fajardo, aunque el primero tuviera una amplia ventaja, con toda seguridad Fajardo ganaría en la segunda vuelta. Esto por las alianzas que haría con los sectores de derecha con los que se identifica mejor en términos de proyecto económico y con algunos de la izquierda que no han dejado de sentirse incómodos con el discurso beligerante de Petro.

Este panorama ha sido conscientemente fabricado por los medios de comunicación, dispuestos siempre a desprestigiar cualquier opción de cambio real con respecto al proyecto de la ultraderecha colombiana. Basta recordar que el liberal Carlos Gaviria, cuando fue candidato presidencial por el Polo Democrático en oposición a Álvaro Uribe, que aspiraba a su reelección, fue “acusado” de radical por los medios, como si dicho adjetivo fuera un estigma que lastreaba sus propuestas políticas. El mismo Gaviria tuvo que defenderse en varias ocasiones, explicando en qué consistía su supuesto radicalismo: en buscar una solución de raíz a los problemas sociales, económicos y políticos por los que atravesaba el país. Entre tanto, estos mismos medios no han dudado en matizar el tinte ultraderechista del uribismo hasta el punto de que en las últimas elecciones lo han presentado como una opción de Centro Derecha.

Ahora que es imposible ocultar el talante autoritario y fascista del uribismo y sus vínculos con el crimen organizado del país, la respuesta de los medios es presentar la opción que lo enfrenta con mayor decisión como si adoleciera de los mismos males. En ese sentido se utiliza el término polarización para definir un país dividido entre dos alternativas radicalmente distintas. Y se usa con la misma intención que se usaba el término radical, como si confrontar el proyecto de ultraderecha desde su raíz misma fuera más bien un problema y no una virtud. En ese sentido se obstruye el debate a propósito de los proyectos políticos que encarna cada extremo y se propone el Centro, cuya única virtud es no atacar ningún problema en su raíz, como la alternativa más favorable.

Por nuestra parte queremos advertir que la discusión no puede centrarse más entre la izquierda y la derecha, de tal manera que el centro aparezca automáticamente como portador de energías salvadoras. Lo que está en juego realmente es la vida, pero no la vida como mera existencia, sino la vida digna, aquella que les permita a los individuos realizarse como personas y desarrollar todas potencialidades, lo cual implica también un escenario adecuado para el despliegue de la vida comunitaria, el tejido de vínculos sociales fuertes y el arraigo de la solidaridad y el respeto mutuo. La discusión realmente está entre un proyecto que avanza en el fortalecimiento del capital y en la construcción de las condiciones sociales que garantizan su proceso permanente de acumulación, para el que la vida misma y la naturaleza son apenas instrumentos de valorización del capital, y un proyecto radicalmente distinto, que avance en el respeto a la vida digna y la construcción de condiciones sociales, económicas y culturales que la hagan posible para todos.

Este último proyecto, sin embargo, no puede delegársele a nadie, sino que debe ser construido y ejecutado por todos los individuos y organizaciones de los sectores populares, aquellos que sufrimos el avance aplanador del capital sobre nuestra propia existencia y sobre nuestros territorios. La construcción de una nueva cultura política y el control de las instituciones es apenas uno de los pasos necesarios en esta tarea. Pero la materialización de dicho proyecto se juega en todos los escenarios de la vida comunitaria e individual, implica la organización de la economía en función de la vida y el aprovechamiento del desarrollo de las fuerzas productivas en función de la emancipación de los seres humanos en todos sus aspectos. Esta apreciación podría darles un nuevo sentido a los procesos de organización y articulación de los sectores populares, de manera que superen la lógica de las componendas instrumentales, de las luchas intestinas y de los objetivos políticos de corto plazo que hemos heredado de la cultura capitalista. Nos organizamos y nos articulamos para fortalecernos como individuos y como sociedad, para arraigar una cultura solidaria que elimine toda forma de opresión y dominación, al tiempo que nos permita superar nuestras debilidades con las fortalezas de los demás. Nos organizamos es para vivir mejor juntos no a costa de los otros.

Santiago Savi, Ñuu Savi en Resistencia, Acrílico sobre lienzo, 60 X 80 cm

El Colectivo, Editorial No 59, 4 de diciembre de 2020

Editado por María Piedad Ossaba