Van Gogh y nosotros: un perro enfermo en una gran ciudad Un relato ruso

Es de noche otra vez. Giro la llave en la cerradura de la puerta, y Van Gogh se me lanza. Aunque le duela el estómago, aunque esté dormido, aunque esté comiendo… La fuente de una alegría inagotable. Todo el mundo puede abandonarte, enojarse contigo — el perro no dejará de amarte.

Este texto de la periodista rusa asesinada el 7 de octubre de 2006 apareció en el periódico Novaya Gazeta en septiembre de 2005. Fue republicado por Tlaxcala con motivo del Día Mundial de los Animales, el 4 de octubre de 2020.

Un perro enfermo nos hace ver lo feroz que nos ha hecho el olor del dinero

Nuestro perro murió el verano pasado, a la edad de quince años. Para un doberman, nuestro fiel Martin era un centenario. Este maravilloso animal nos protegió fielmente en la época del burdel de la perestroika, luego en la del bandolerismo total intrínsecamente ligado a la acumulación del capital y finalmente en la del actual colapso de las libertades, cuando vivir  volvió a ser peligroso. Él sólo era una multitud de guardaespaldas: adoraba a los suyos, olía inmediatamente a la gente mal intencionada y no les dejaba que se acercaran a nosotros, sin morder nunca a nadie. Ante los ojos de Martin, nos peleamos, hicimos las paces, nos hicimos íntimos, nos separamos. No siempre era bonito, pero nos quería con locura, sin importar lo que pasara…

Con su muerte, comenzaron nuestros sufrimientos, porque resultó que Martin era nuestra droga dura, nuestra poción de amor, nuestra fuente inagotable de alegría. Incluso moribundo, levantaba los párpados, movía el muñón de su cola y nos sonreía.

Después de su muerte, acogimos a dos gatos y a un amable loro. No teníamos nada de que quejarnos porque este pequeño mundo era muy simpático, pero cada noche, en ausencia de un perro, estábamos como en abstinencia sentimental.

Mis hijos encontraron una buena oferta en Internet. En primer lugar era un cachorro que no se parecía a Martin — para nosotros, era una cuestión de principios. En segundo lugar, tenía el pelo corto, a lo que estábamos acostumbrados. Y tercero, según toda la información, los bloodhounds eran una especie simpática y amistosa.

Nos dirigimos a la perrera. La criadora no deja de repetir : “Es un milagro de perro. El mejor de la camada”. Mientras tanto, el “mejor” no deja de mear  Pero es muy cariñoso y hace su acto de encanto: Tómenme, por favor… Eso es lo que nos decide: nos suplicó) demasiado. Para tranquilizarnos, la criadora nos dice: “A los cuatro meses de edad, todavía puede mear en todas partes”.

En casa le pusimos el nombre de Van Gogh. Pero pronto descubrimos que no era sólo un perro meador, sino una verdadera máquina para producir orina. Y esto es lo raro: Hacía un charco cada vez que veía a un hombre. Bien, dejamos de invitar a hombres a la casa, esperando que eso lo tranquilizara. Tampoco nos atrevimos a levantar la voz para regañarlo, ni siquiera en medio tono: porque eso no producía un charco, sino un río. Y tan pronto como hacía un charco en casa, empezaba a revolverse, a esconderse y, peor aún, a beber su propia orina para borrar los rastros. ¿Pasear? Van Gogh odiaba la calle – no la soportaba, y el único momento feliz del paseo era el regreso a casa. Su cola se levantaba y se movía tan pronto como cruzamos el umbral. Nuestra casa estaba a punto de convertirse en su fortaleza, que él hubiera preferido no abandonar nunca.

En la clínica veterinaria, nos dijeron que el cachorro no tenía cuatro meses, sino cinco como mínimo. ¿Por qué nos mintió la criadora? Nos lo explicaron: “Es para que puedan llevárselo. A la gente no le gusta llevar perros adultos, porque ya les han enseñado cosas, y no siempre las buenas .”

Eso fue probablemente cierto en el caso de Van Gogh. Además, el veterinario encontró cálculos urinarios en su vejiga. La búsqueda de la litiasis costó doce mil rublos [unos 400 dólares, el salario mensual de la autora, NdlT]. Los antibióticos necesarios para tratar su severa inflamación costaron dos mil más. El doctor nos explicó que la litiasis a tan temprana edad se debía a las terribles economías que a menudo se hacen en las perreras: los criadores alimentan con cualquier cosa a los cachorros en pleno crecimiento, lo que provoca un metabolismo deficiente. Porque lo único que importa es vender el animal rápidamente embaucando a los futuros dueños. ¡Y ciao! Los dueños de las perreras pretenden amar a los animales, pero en realidad, estropean las buenas razas. Y esto es irreversible, concluye el veterinario.

I-rre-ver-si-ble… Ese fue el primer indicio de lo que estaba por venir. Mientras tanto, nos dimos cuenta de que Van Gogh se aferraba a nosotros como a una balsa. Cada vez le temía más a cada persona que nos visitaba. Y ese miedo literalmente creció con él, volviéndose obsesivo. Imaginen el cuadro: alguien se me acerca por la calle, y Van Gogh intenta esconderse a mis espaldas. ¡Un gran perro con patas poderosas! No ladra, no grita, simplemente mira fijamente al forastero con tal horror uno mismo se horroriza. Finalmente lo entendimos: tenía miedo de que lo recogieran. Y en el pasado, eran los hombres que ya lo habían recogido. Los hombres se habían convertido en sus enemigos. De manera i-rre-ver-si-ble. La imagen se hizo más clara: habíamos escogido un perro con serios problemas psíquicos. ¿Qué podría ser peor? En lugar de un protector, teníamos un asistido.

Hago una llamada a la criadora: ¿cuál es el pasado del perro? No llamo para hacer reclamaciones, sino para ayudar al animal. Y la criadora cede: antes de nosotros, había sido tomado dos veces y luego devuelto. Ella no conoce las circunstancias exactas, pero ha sido golpeado, eso es seguro. Lo aterrorizaron. Luego lo rechazaron.

Decidimos entonces buscar psicólogos y entrenadores que trabajaran con perros de forma individual. En el mercado de psicólogos de animales no se encontró nada por menos de 50 dólares la visita. Por este precio, uno podía recibir un consejo para situaciones particulares: vacaciones, salida al campo, cambio de apartamento, de ciudad, de país… No se daba más de un consejo a la vez por el precio indicado.

Lamentablemente, este servicio nos fue prohibido por razones materiales. Imposible. Nos apresuramos a buscar entrenadores profesionales. Katia de la empresa “Perro Sabio” (o quizás “Buen Amigo”), que costaba quinientos rublos por hora, nos informó que trabajaba sólo con “perros de la élite” (no se trataba de perros de raza pura, sino animales pertenecientes a la gente rica) y que estaba totalmente copada. Sin embargo, finalmente fijó una sesión a las siete de la mañana. Ella llegó somnolienta, pero comenzó a darme órdenes: ve aquí, haz esto. Sus instrucciones no tenían nada de elitistas: repetía el B.A-BA del adiestramiento ordinario.

 Un cuarto de hora antes del final de la sesión, Katia, a pesar de su atuendo más bien altermundialista – jersey negro, grandes zapatillas, bandana – exigió, de manera totalmente capitalista, que se le pagaran los quinientos rublos. Cuando me di cuenta de que se suponía que debía trabajar un cuarto de hora más con el perro, hizo una mueca de desprecio. Nunca nos volvimos a ver. ¿Para qué?

 La segunda y la tercera domadora personal fueron idénticas a la primera, pero a una tarifa más alta: setecientos y novecientos rublos por una hora truncada.

No podíamos seguir tirando el dinero por la ventana, sobre todo porque la vejiga de Van Gogh costaba miles de rublos. Y la vida siguió como antes. Van Gogh tenía pánico a todo y yo lo protegía. Lo protegí de los hombres, de los objetos desconocidos, de los chirridos de las puertas de los garajes en el patio, y de nuevo, de los hombres…

A medida que crecía, los problemas se acumulaban. Para llegar a un terreno para perros cerca de nuestra casa, tuvimos que tomar un cruce peatonal sin semáforos, evitando por poco los coches que no suelen frenar. Al acercarnos al paso, Van Gogh caía en pánico sobre sus cuatro patas, y yo lo arrastraba como un trineo – sus cuarenta o cincuenta kilos de masa haciendo resistencia  – entre los automóviles. Un viaje de ida y vuelta en el cruce de peatones, y mi presión arterial se elevaba bruscamente. ¡Pero un perro con mal metabolismo, litiasis y problemas de socialización tiene que pasear entre sus semejantes!

Al final, decidí llevar a Van Gogh en mi coche. En el campo, corre con miedo entre los otros perros, pero a veces juega con ellos. Se mueve, olfatea, se acostumbra. Sin embargo, la mayor parte del tiempo se queda cerca de la valla y mira nuestro coche con angustia. Tan pronto como abro la puerta, salta bruscamente al asiento trasero. Le encanta moverse e incluso sentarse en el coche. Este pequeño espacio cerrado, donde está protegido del mundo y se encuentra cara a cara con su dueña, es su territorio más cómodo. Inmediatamente se calma, contempla el mundo exterior con placer, presiona sus orejas contra la ventanilla y puede incluso dormirse – todos sus temores quedan atrás. Al llegar, salta del coche y se precipita hacia el  vestíbulo del edificio, al ascensor, al apartamento. Todo está bien: mi casa es su ortaleza.

Mi presión sanguínea se normaliza. Entonces, ¿qué hacemos con él? Los veterinarios me lo dicen directamente a los ojos: hay que eutanasiarlo. Mis amigos no se quedan atrás: ¿por qué sufrir? El perro no es un humano…  Déjalo en algún lugar… Pero ese es todavía el discurso evasivo de la intelligentsia. Básicamente, equivale a la eutanasia. Porque ¿quién va a cuidar de este perro, excepto aquellos que ya se han unido a esta criatura de largas orejas y ojos tristes y que no es culpable de nada?

El mundo se ha vuelto cruel con los discapacitados (minusválidos, huérfanos, enfermos) y también con los animales. Es natural, no puede ser de otra manera. Cuando tienes un perro enfermo al final de la correa, entiendes lo feroz que nos ha hecho el olor del dinero.

No pertenezco al club de canófilos extremistas que prefieren los perros a la gente. A mí, pase lo que pase, me gusta más la gente que los perros.  Pero no sé cómo puedo abandonar. Y sobre todo, no puedo abandonar a un ser vivo que no sobrevivirá a una nueva traición. Sin mí, morirá. Depende totalmente de mí, hasta el último pelo de su larga y sedosa oreja.  Como lo haría de cualquier otro dueño. Es el mundo de los ricos el que engendra la creciente casta de perros abandonados. Compran perros como si fuera juguetes — jugamos, no nos gustó, lo pateamos. Que se sienta feliz de que lo devolvamos a la perrera en vez de tirarlo a la calle. Estas personas no sienten ni el valor del dinero, ni el valor de un alma viviente que se entrega por completo a ellos.

Por supuesto, no todos los ricos son malos, por supuesto, no todos los veterinarios son aprovechados. Pero ¿por qué hay manadas enteras de perros de raza merodeando por los patios de los edificios moscovitas?

Es de noche otra vez. Giro la llave en la cerradura de la puerta, y Van Gogh se me lanza. Aunque le duela el estómago, aunque esté dormido, aunque esté comiendo… La fuente de una alegría inagotable. Todo el mundo puede abandonarte, enojarse contigo — el perro no dejará de amarte.

Lo cojo, lo llevo al coche para ir al terreno, salto a su lado para que empiece a saltar con otros perros, le enseño cómo jugar con ellos. Hago con él una carrera de obstáculos para ayudarlo a combatir su miedo, lo llevo hacia otros hombres, tomo su mano para acariciar las orejas de Van Gogh y lo tranquilizo: no tienes que tener miedo de esta mano, mi perro…

NdlT

Después de la muerte de Anna, Van Gogh siguió viviendo con sus hijos. Su salud se recuperó, pero siguió siendo miedoso.

Anna Politkovskaya Анна Политковская (1958-2006)

Original: Больная собака в большом городе
Сюжеты

Traducciones disponibles : English  Italiano  Français 

Traducido para La Pluma y Tlaxcala por María Piedad Ossaba

Fuente: Tlaxcala, 6 de octubre de 2020

http://tlaxcala-int.org/upload/gal_21690.jpg

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