¿La bolsa o la vida? Crisis y salidas a la crisis en época de Coronavirus

Sólo ensayando la segunda forma, la más peligrosa de no sufrir el infierno, podríamos decir que en 2021 el mundo de la “normalidad esperada” no será el mismo de 2019. Para Colombia y América Latina podría ser mejor.

Crisis y salida neoliberal

La arquitectura del capitalismo en su fase contemporánea neoliberal no sólo no se ha desmoronado como vaticinaron muchos analistas a raíz de los primeros efectos económicos y sociales traumáticos debido a la expansión del coronavirus. Por el contrario, en medio de la debacle económica y social parece tomar nuevos impulsos y reanudar la marcha incluso antes de que muchas sociedades hayan transitado el pico más alto de la pandemia. Por mero pragmatismo cifrado en la pervivencia del beneficio y la ganancia privadas o por pura fe en la dogmática liberal que consagra el individualismo posesivo en maridaje con las más diversas formas de darwinismo social, la solución que las élites y los Estados están imponiendo en la práctica para afrontar la crisis actual del capitalismo es de lo más sustantivo de la cepa neoliberal.

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Tras el advenimiento de la pandemia del coronavirus, la crisis sistémica del capitalismo se ha exacerbado, pero así mismo ha puesto de presente la bancarrota ideológica del neoliberalismo centrado en principios tales como el individualismo y la preminencia del mercado como mecanismo auto-regulador y productor de sociedad, la minimización del Estado y la privatización y mercantilización de los bienes públicos y comunes. Sin embargo, ni la crisis material del capitalismo neoliberal ni la crisis de su ideología significan el desplome definitivo del uno ni de la otra. Es verdad que son menos frecuentes las voces que se escuchan consagrando el poder omnisciente del mercado, pero también lo es que las medidas adoptadas hasta ahora tanto en materia económica como social se inspiran y llevan impresa la marca neoliberal. La apelación al Estado, especialmente para amparar a los capitalistas privados a través de operaciones de salvamento, en EEUU, Europa y América Latina, tiene un carácter más pragmático y estratégico que de tránsito hacia otra forma de capitalismo que no sea el neoliberal ya conocido. Mientras tanto las políticas públicas y sanitarias adoptadas para afrontar la crisis social en términos de pobreza, desempleo, informalidad y precarización se despliegan, en mayor o menor medida según los países, profundizando el carácter neoliberal, focalizado, remedial, puntual y fragmentado también conocido desde los años 90s del siglo pasado.

El Estado y las élites colombianas son un caso paradigmático de esta continuidad en el contexto de la crisis. En su marco discursivo y de política no se discute la preminencia del mercado, ni el rol nuclear del empresariado capitalista como vía de reactivación social y económica, no se discute el marco restringido y focalizado de la política social, ni los efectos devastadores del modelo sobre el ecosistema, ni la revisión a fondo de las políticas para combatir la alarmante desigualdad y la pobreza. Todo lo que cuenta es la reactivación del mercado y del crecimiento económico como la panacea per se para hacer frente a la crisis, cabalgando sobre millones de desempleados sumidos en la miseria y el sufrimiento de una vida infrahumana, al tiempo que se anuncia desde ese mismo Estado una reforma laboral absolutamente regresiva y nociva para los trabajadores. Más de lo mismo de los últimos 30 años, pero peor. Ese ha sido el sentido de la batería de decretos emitidos bajo la emergencia económica y social por el Presidente Duque, incluida la reactivación de las privatizaciones y la venta de activos empresariales de la nación a través del recién expedido decreto 811, la continuidad del extractivismo depredador y los megaproyectos mineros, con sus efectos devastadores sobre los bosques y el desplazamiento forzado de comunidades indígenas y afros. Mientras tanto, los recursos públicos destinados a afrontar la hambruna, la pobreza, la falta de ingresos, el desempleo y las necesidades de saludad de la mayoría de los colombianos son absolutamente restringidos y suministrados a cuenta gotas, con más demagogia que realidad.

En ese mismo sentido va la “cuarentena inteligente” decretada parcialmente a partir de mayo y ampliada a muchos otros sectores de la economía en junio, hasta llegar a los días de comercio sin IVA de junio y julio destinados a favorecer a las grandes plataformas comerciales a expensas de la salud y la vida de decenas de miles de ciudadanos. Todo bajo la presión y en función de los grupos empresariales, especialmente del comercio, la industria, la construcción y por supuesto el sector financiero, en momentos en los que el pico más alto de la pandemia se anuncia para los meses de junio, julio y agosto (llama la atención que sin aún terminar el mes de junio, la cifra de contagios por covid-19 se acerca a los 100 mil, mientras que la cifra de muertos se acerca a la de 3.500). Es de suponer que para esta “inteligencia” lo que cuenta es la racionalidad de mercado, la única racionalidad que cuenta. Para decirlo coloquialmente: “la bolsa por encima de la vida”.

Desde el punto de vista del Estado, en un primer momento esta tensión entre “la bolsa o la vida” estuvo representada en los amagos de enfrentamientos entre la Alcaldesa de Bogotá y el Presidente de la República. Bajo el apremio de los capitalistas y sus presiones sobre el Ejecutivo, el pulso finalmente lo ganó Duque, convirtiendo, por un lado, a la Alcaldía de Bogotá y su muy verbosa y autoritaria Alcaldesa en un ministerio de segunda, con funciones limitadas a paliar los efectos sanitarios y sociales del coronavirus en la ciudad, y controlar y reprimir con medidas policiales la inconformidad y el malestar de los pobladores de la periferia de Bogotá, mientras que, por otro lado, el Presidente se erige en la figura caricaturesca y mediática de un César sin carisma. Esta caricatura de cesarismo presidencial de derecha, corrupta y criminal, que siguiendo el símil de la Francia de mediados del siglo XIX corresponde mejor a la imagen del “pequeño Napoleón” de Marx antes que al de “Napoleón el pequeño” de Víctor Hugo, se abroga prácticamente todos los poderes del Estado en complicidad con un Congreso y una Corte Constitucional absolutamente inanes e irresponsables en su función de control político e institucional.

Pero la agenda del gobierno y de las élites no es exclusivamente económica y social, es también política. De este modo, mientras en el terreno económico y social el modelo periférico de capitalismo neoliberal y ecocida persiste a pesar de la crisis, la agenda autoritaria y criminal del uribismo cobra nuevos bríos y se profundiza, eso sí, apestada cada vez más de corrupción e ilegalidad. Persiste el asesinato infame e impune de líderes sociales y de desmovilizados de las Farc al tiempo que se escamotea o se detiene la aplicación de los acuerdos de paz pactados con esta guerrilla, se reactiva el paramilitarismo en su función contrainsurgente, se retoma el plan uribista de las desmovilizaciones individuales al tiempo que se rompe cualquier indicio de negociación con el ELN, y se reactiva la guerra y la muerte, el alimento nutricio del uribismo. De nuevo, el neoliberalismo armado y autoritario de Uribe I y II cobra nuevos ímpetus.

De este modo, el “Leviatán sanitario” o el biopoder de las primeras semanas de la pandemia transita cada vez más desembozadamente y en medio de la crisis hacia el necro-poder, política de la muerte o poder de la muerte en el que se privilegia “la bolsa por encima de la vida”, no sólo por encima de la vida humana sino de la vida bajo todas sus formas. Del “hacer vivir y dejar morir” se pasó sin ambages al “hacer morir y dejar vivir”. Poder de muerte en el que cunde además del “sálvese quien pueda” la responsabilidad individualizada por la propia vida. A falta de una real política de seguridad pública sanitaria y alimentaria de la población, el “autocuidado” es ahora el emblema desde el que claman Gobierno, Fiscalía, gremios económicos y la “sociedad bien” para justificar los apremios por la reapertura de la economía y defensa del “tejido productivo”. Ahora es el “ciudadano empresario” no sólo el responsable de procurarse sus propios medios de vida sino la vida misma. Todo parece indicar que en 2021 el mundo de la “normalidad esperada” no será el mismo de 2019. Para Colombia y América Latina podría ser peor.

Crisis y utopía

El pensamiento utópico suele ver en cada crisis, independientemente de su alcance (estructural o coyuntural), la oportunidad para anunciar la muerte necesaria de todo lo viejo y el advenimiento inevitable de lo nuevo, según un orden secuencial y mecánico, tal como el día sucede a la noche. Esta visión de la crisis en parte se emparenta con una de las opciones semánticas del concepto de crisis indicada por Koselleck, entendida “como decisión definitiva”, en la que ésta “se concibe como una crisis única y excepcional después de la cual la historia será muy distinta en el futuro” [1]. Se trata de una versión optimista de la crisis a fin con la idea de progreso propia de la modernidad de la cual son deudoras ciertas corrientes de izquierda.

La experiencia histórica muestra que las crisis, como momento significativo y excepcional de quiebre del orden social instituido o de su equilibrio, no siguen una secuencia o una dirección lineal preestablecida, sino que por su propia naturaleza encierran un denso y tenso momento de incertidumbre cuya resolución se encuentra en los umbrales de los posibles. De ahí que los momentos de crisis sean antes que nada momentos de disputa por los horizontes de futuro en la sociedad, cuya determinación no depende de “leyes históricas regulares” o “prestablecidas”, sino de una real lucha y conflicto entre grupos, clases, partidos, o entre actores colectivos por asumir el comando de la sociedad.

Horizontes de futuro y umbrales de posibles no significan más que una disputa por determinar el sentido y la dirección de los cambios que encierra toda crisis, cambios que no necesariamente tendrían que ser saltos hacia adelante sino también posibles retrocesos o recaídas, que pueden ir en una dirección o en otra; cambios que en el extremo, o bien marcan una línea hacia una transformación revolucionaria de la sociedad o bien hacia una involución conservadora, o incluso, desde el punto de vista político, hacia formas diversas de cesarismo o de fascismo. En otros términos, las crisis por sí mismas no determinan la naturaleza de los cambios, aunque sean ellas las que los hacen posibles. Quien determina la naturaleza y alcances de dichos cambios son los actores concernidos y las relaciones de fuerzas establecidas entre ellos. Lo más que puede hacer el pensamiento utópico crítico en tales contextos es el de anunciar futuros posibles, saltos cualitativos, mejores sociedades y todo lo demás que corresponda a una sociedad post-capitalistas, pero sin esperar que tales saltos derivaran de manera inmanente y necesaria de la propia crisis. Lenin, Trotsky y Gramsci, entre muchos de los estrategas de la acción política revolucionaria, no se cansaron de subrayar que el arte de la estrategia revolucionaria consiste precisamente en la capacidad que tienen las direcciones revolucionarias para hacer de cada inconformidad o malestar colectivo frente al estado de cosas existentes la oportunidad para impugnar la legitimidad de la clases dominantes y sus gobiernos, convertir cada manifestación de protesta en una oportunidad para dar cuenta de la irracionalidad e injusticia del orden social existente como totalidad, y sobre esa base preparar las condiciones subjetivas a la más vasta escala que sea posible para una acción revolucionaria decisiva. Como el deber de todo revolucionario es hacer la revolución según como no dejaba de advertirlo el líder cubano Fidel Castro, los revolucionarios no se limitan a anunciar un mundo nuevo por venir, sino que se disponen a aprovechar el atascamiento y crisis del orden social vigente para preparar y activar las fuerzas sociales y políticas necesarias para el triunfo de la revolución.

En otros términos: no es que la utopía deba silenciarse y silenciar sus objetivos políticos, sus programas y sus ideales de mejor sociedad y posponerlos para las llamadas “calendas griegas”, sino en saberlos articular, de acuerdo con las condiciones reales de injusticia y de crisis del capital, a los niveles de conciencia y organización de los sectores subalternos, a su voluntad de lucha. Todo lo cual implica un vasto y vigoroso trabajo de preparación revolucionaria. Sólo de esta manera el pensamiento utópico crítico puede hacer de las crisis momentos de transformación revolucionaria del orden existente y no esperar que dicha transformación devenga de la crisis per se. De esta forma lo entendieron Marx y Engels cuando escribieron El Manifiesto Comunista para la Liga de los Comunistas, Lenin cuando escribió Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, o Trotsky cuando escribió El Programa de Transición.

Por otro lado, cabe advertir que las crisis no son el momento cero desde el cual operan las diferentes y contradictorias direcciones de los cambios y sus agentes, sino un momento desde el cual y a través del cual los actores en disputa ponen en juego sus posibilidades, muchas de ellas como producto acumulativo de fases o períodos anteriores de disputa. Según sea la correlación de fuerzas decisiva en el momento decisivo deriva el momento final de la crisis y la naturaleza consecutiva de los cambios, despojados de toda adversidad y litigio consistentes, hasta el recomienzo de un nuevo período o ciclo en la confrontación social o política. Es en estos momentos decisivos que un minuto político perdido puede representar la pérdida de una década o más en términos históricos, pero también puede decirse que es en estos momentos decisivos en los que la suerte de una o varias décadas de futuro pueden estar condensadas en este minuto histórico.

Trotsky, que fue justamente uno de los revolucionarios rusos más lúcidos, no dejaba de advertir acerca de la importancia de apreciar las características específicas de cada momento, ya que de ello derivaban las tareas fundamentales a seguir en vista a la preparación del triunfo revolucionario. En función de subrayar esta importancia, haciendo de la obstetricia un símil, ironizaba con las figuras de Bakunin y de Herzen, para destacar los errores en los que se puede incurrir al apreciar dichos momentos: “Herzen acusaba hace tiempo a su amigo Bakunin de que, en todas sus empresas revolucionarias, invariablemente tomaba el segundo mes del embarazo por el noveno. En cuanto a Herzen, estaba más bien dispuesto a negar el embarazo incluso en el noveno mes”.

La crisis y sus discursos

Si la transformación del orden del capital no deriva mecánica y automáticamente de la crisis, caracterizar esta última es de suma importancia, ya que de esta caracterización depende en buena medida los requerimientos políticos y sociales prácticos encaminados a dicha transformación. Los analistas críticos, la mayoría de ellos de procedencia marxista, anarquista y feminista, han abundado en categorías y conceptos para determinar la especificidad de la crisis actual del orden capitalista a escala mundial. Sin pretender ser exhaustivo, se dice, por ejemplo, que se trata de una crisis orgánica para destacar, siguiendo la estela de Gramsci, el resquebrajamiento de la hegemonía y del sentido común social instituido por el orden del capital; también se dice en un sentido clásico marxista, que se trata de una crisis cíclica de carácter histórico-estructural agravada con una crisis ecosocial; o también, en una mirada de largo plazo, la crisis corresponde a una fase de colapsamiento procesual total de la civilización del capital; o, por último, para quienes inspirados en Wallerstein o Rosa Luxemburgo, se trata de una crisis terminal, quizás la última fase terminal del sistema capitalista mundial, de la cual derivan muchas de las hipótesis catastrofista de una crisis de colapsamiento final inmediato del capitalismo.

Es probable que en todas esas versiones de la crisis, y en otras que no se han enunciado aquí, se encuentren elementos y criterios válidos hacia una caracterización más completa y compleja de la misma. Me quedo por ahora con la tesis según la cual asistimos a la crisis del capitalismo histórico en su versión neoliberal, conjugada con una crisis estructural de más larga duración relacionada con los límites de las condiciones ecológicas, medioambientales o naturales de producción y reproducción del capital. Se trata de una crisis del capital como totalidad y no sólo como mecanismo de producción económica; de una crisis en la que el metabolismo histórico y cultural hombre-naturaleza ha llegado a su límite extremo, debido al carácter intrínsecamente depredador, destructivo, expoliador e irracional que el capitalismo como civilización contemporánea ha hecho de las dos únicas fuentes de riqueza y de ganancia: el trabajo y la naturaleza. El régimen del capital surgió, como diría Marx, chorreando lodo y sangre por sus poros, hoy sólo puede reproducirse convirtiendo al planeta tierra en el inmenso valle en el que sólo Persefone canta y baila.

El Otro de la crisis y los horizontes de futuro posibles

Sin embargo, el régimen del capital no es sólo relaciones sociales de producción, es también relaciones de poder, relaciones de dominación y no sólo de explotación. Estas relaciones de poder se nutren de artefactos culturales y formas de dominación heredadas de sociedades anteriores o creadas por él mismo, como el patriarcado, el racismo, el ecocidio y el colonialismo. La crisis actual del orden del capital ha desnudado con especial crudeza los alcances y el sentido de estas otras formas de dominación tradicionalmente invisibilizadas por su “sentido común” históricamente naturalizado. Pero el poder no es un absoluto sino un campo estratégico de fuerzas, cuyo despliegue y ejercicio pasa por mediciones más o menos abiertas o soterradas de fuerzas sociales en disputa. El otro del poder, la resistencia, se constituye así misma como antítesis de aquél, lo desafía, lo conmina, lo agrieta y, a la postre, lo supera. Pero para ello, la resistencia requiere articularse como discurso y como acción, como sujeto y predicado, como diría Marx, con la capacidad suficiente para hacer responsable de las fallas de toda la sociedad al poder y la clase capitalista, que haga de esta clase el delito conocido de toda la sociedad [2].

En el centro de esta crisis actual y total está en juego la vida, la de los seres humanos y la de la naturaleza misma en sentido amplio. A la necro-política del capital en esta crisis acumulativa a gran escala y civilizatoria ha de oponerse una bio-política de nuevo tipo, una política de la vida. Cuidar la vida y hacer de este cuidado el centro de la acción política pasa por replantear de manera radical las relaciones del ser humano consigo mismo y con la naturaleza. Pasa por construir una agenda política y social que confronte la agenda neoliberal en curso como salida a la crisis, que transforme las relaciones de poder instituidas por el orden capitalista; y pasa finalmente por construir el otro de la contradicción que intenta serlo todo.

Es este el sentido estratégico de la agenda que fundamenta el Pacto económico, social, ecológico e intercultural, de reciente lanzamiento público, que intelectuales y líderes sociales de diferentes experiencias sociales plantean desde el sur frente a la actual crisis del capital, una agenda alternativa integral que pone en el centro precisamente la defensa y el cuidado de la vida. Detrás de la propuesta de este Pacto hay una vasta movilización y reflexión crítica desde los movimientos de resistencia de comunidades territorializadas, negras, indígenas, comunidades urbanas, luchas sindicales, de mujeres y de jóvenes en el sur del planeta. El Pacto Ecosocial del Sur busca “contrarrestar las dinámicas de reacomodo capitalista, concentración de riqueza y destrucción de ecosistemas que vemos surgir en medio de la crisis del COVID-19”, conjugando la justicia social, de género, étnica y ecológica. El pacto busca reorganizar las sociedades alrededor del cuidado de la vida. Las propuestas contemplan, entre otros, una reforma tributaria progresiva, la introducción de una renta básica universal, la anulación de la deuda externa, la priorización de la soberanía alimentaria y una transición socio-ecológica radical. El Pacto no es un listado de demandas dirigidas a los gobiernos de turno. Más bien, invita a construir imaginarios colectivos, acordar un rumbo compartido de la transformación y una base para plataformas de lucha en los más diversos ámbitos de nuestras sociedades. Convoca a movimientos sociales, organizaciones territoriales, gremiales y barriales, comunidades y redes, pero también a gobiernos locales alternativos, parlamentarixs, magistradxs o servidorxs públicos comprometidos con la transformación; para cambiar las relaciones de fuerza, mediante plebiscitos, propuestas de ley, u otras muchas estrategias con una real incidencia para imponer estos cambios a las instituciones existentes por parte de una sociedad organizada y movilizada.  Un Otro como articulación de muchos Otros, que no decreta ningún cambio sino que propone una ruta para hacerlo posible

En esta misma dirección se encuentra la propuesta Plan Humano para los de Abajo, que el equipo editorial del periódico alternativo Desde Abajo ha formulado en su última edición. Un plan que reivindique como propósito urgente y central de nuestra sociedad en el actual momento la disposición de todas sus capacidades y recursos para rescatar a quienes padecen con crudeza los efectos de la doble crisis que desploma al país. Es un plan, por tanto, con medidas de choque y otras de mediano y más largo plazo, proceso en medio del cual debemos afrontar una discusión abierta a toda la sociedad para avanzar en lo que comprendemos por humanidad, sociedad, solidaridad, justicia,vida digna, democracia, salud, etcétera [3].

Ítalo Calvino concluye el extenso diálogo que sostiene Marco Polo con el Gran Kan, con la siguiente sentencia: “el infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquél que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio”[4].

Sólo ensayando la segunda forma, la más peligrosa de no sufrir el infierno, podríamos decir que en 2021 el mundo de la “normalidad esperada” no será el mismo de 2019. Para Colombia y América Latina podría ser mejor.

Notas:

1. Reinhart Koselleck. Historias de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social. Trotta. Madrid, 2012.
2. K. Marx. Prólogo a Filosofía del Derecho de Hegel. Claridad.Portal Web Pacto Ecosocial del sur.
3. Desde Abajo, junio 20-julio20, #268.
4. Ítalo Calvino. Las ciudades Invisibles. Ciruela.

Jaime Rafael Nieto López para La Pluma, 22 de julio de 2020

Editado por María Piedad Ossaba

Publicado por El Topo 33, pp. 20-29