Geopolítica de la Luna

Es posible que el origen de la ciencia ficción esté en las obras de un sirio-griego que, en el siglo II de nuestra era, escribió, entre otras bellezas, los Relatos Verídicos, entre los cuales está el de los selenitas, habitantes de la Luna, que mantienen una guerra con los del Sol (los heliotas). Luciano de Samosata, que de él se trata, tal vez se anticipó en siglos a las batallas que por el dominio del espacio y la conquista del satélite natural de la Tierra emprendieron estadounidenses y soviéticos como parte de la denominada Guerra Fría. 

Es en la literatura (también en la religión y una de sus variantes: la mitología) en la que la luna adquiere dimensiones fantásticas. Y poéticas, claro. Sin embargo, es a partir de la carrera espacial, en las décadas del 50 y 60 del siglo XX, cuando se comienza a gestar una preocupación más allá de las imaginaciones extraordinarias, como las de Verne, por ejemplo, para internarse en los estudios científicos y, cómo no, en una demostración de poderío, que fue lo que ocurrió entre Washington y Moscú.

Después de que la perrita Laika se convirtió en el primer ser vivo en orbitar la tierra a bordo del Sputnik 2, se desató una competencia como parte de la Guerra Fría que ya se había comenzado a calentar desde la disputa por las Coreas. Yuri Gagarin, el cosmonauta soviético, el primer hombre en estar en el espacio (“qué bella es la Tierra”, dijo) en 1961, dio un paso colosal. Fue entonces cuando el presidente gringo John Kennedy dijo que había que llegar a la Luna antes de 1970.

Y si bien lo que antes interesaba era el espacio como un modo de situar allí satélites de espionaje de las superpotencias, la geopolítica, a la que se adhirió la ciencia no solo al servicio del conocimiento sino del poder, pasó a comandar los planes de desarrollo de naves, como las del programa Apolo estadounidense. Y con la llegada del hombre a la Luna, hazaña alcanzada por los cosmonautas del Apolo 11, Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin Aldrin, comenzaron las preguntas —y debates— en torno a si se trató de una ostentación de dominio militar o de una original misión científica.

Neil Armstrong, Michael Collins y Edwin Aldrin

La Luna no tenía entonces un valor estratégico en torno a la disputa entre los bloques de poder. Parece que no lo tiene todavía. Pero sí dio muestras y pautas insospechadas para la investigación científica en torno a los orígenes del sistema solar y la formulación de nuevas teorías al respecto. Después del 21 de julio de 1969, la concepción poética del satélite fue otra y ya no quedaba muy bien recitar, por ejemplo, a nuestro romántico vate colombiano de ascendencia irlandesa Diego Fallon y su “ya del Oriente en el confín profundo / la Luna aparta el nebuloso velo…”.

El exitoso viaje a la Luna del Apolo 11 coronó una década de transformaciones sociales y de quiebre de paradigmas. Era un tiempo de protagonismo de las juventudes, las mismas que ya se habían manifestado en el interior mismo del cachalote gringo contra la invasión a Vietnam. La de las nuevas músicas y la revolución sexual. La de los alzamientos del mayo francés, de la masacre de Tlatelolco, del Cordobazo, la que sonaría días después del alunizaje con sus guitarras eléctricas en Woodstock. La de los Beatles y la del Boom literario de América Latina…

Cuando los tres cosmonautas de Estados Unidos estaban pasando a la historia, los del imperio USA masacraban a la población vietnamita, arrojaban napalm y defoliaban la floresta con el arrasador agente naranja. Casi nadie, en ese clímax mundial producido por el alunizaje del Águila en el mar de la Tranquilidad, recordó que dos de esos héroes del Apolo11 habían sido voluntarios en la guerra de Corea, donde arrojaron sobre aldeas de civiles indefensos ramilletes de bombas incendiarias. La espectacular aventura de la Nasa lo borraba todo.

A su retorno a casa, los tres pilotos trajeron 23 kilos de roca lunar y todo el halo extraordinario de una conquista. El hombre había llegado a la Luna. En tierra, en cambio, las cosas no eran tan memorables, o, al menos, en algunas partes donde la guerra causaba horrores a granel.

El gran líder de la resistencia vietnamita, el poeta Ho Chi Minh (cuyo nombre significa “el que ilumina”), que murió el 2 de septiembre de 1969, escribió un poema titulado Claro de luna (un tema tan musical): “¿Qué hacer en la prisión, sin bebida ni flores, / en noche tan radiante, luminosa y serena? / Mira el hombre a la luna que esplendorosa asciende. / La luna mira al poeta, a través de la reja”.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 23 de julio de 2019

Editado por María Piedad Ossaba