Colombia: el papel de las comunidades como reporteras frente al exterminio
“La foto de Remedia Aizama, asesinada: sin perdón ni olvido”

Es, a quién le cabe duda, parte de la batalla por impedir que el registro de la memoria del conflicto quede sepultado por el olvido que nos ofrecen

Quizás sea la foto reciente más importante sobre las víctimas del conflicto armado en Colombia. Tiene una fuerza narrativa de mensajes tal, que sacude los cimientos humanos más profundos, como si fuera un huracán de emociones imposibles de describir.

La fuente de esta noticia es el congresista de Decentes, Gustavo Bolívar, quien la hizo pública en un trino el 1 de mayo, que decía: “Asesinada Remedia Aizama y herida niña por encapuchados en resguardo indígena Campo Alegre d(e) San José del palmar. El hecho ha desplazado 40 personas a la cabecera municipal. Pido a la defensora, activar el sistema de alerta temprana y a la Unidad de Víctimas atención humanitaria.” A partir de allí, se hizo viral en las redes sociales principalmente por el impacto emocional y el poderoso mensaje político que produjo en quienes la vieron.

El contexto, suele suceder con la tragedia de la Colombia profunda, son las comunidades periféricas desprotegidas de las regiones más apartadas de la geografía. El resguardo indígena Emberá del municipio San José de El Palmar, suroriente del Chocó, adonde un grupo de encapuchados armados entraron disparando contra sus moradores, causando devastación y muerte, reafirmando lo que tantas veces se ha denunciado, así no lo queramos reconocer, que se ha retrocedido en el tiempo y vuelto a la época en que el conflicto era el principal causante de la tragedia humanitaria que se ha vivido.   

Luego los grandes medios de comunicación, nunca antes, presentaron la noticia sin grandes titulares, en un segundo plano, sin las fotos, tal vez por la crudeza de éstas y la posible infracción al código ético y a las normas de publicidad que dicen cumplir o probablemente también para no incurrir en la violación de los derechos a la intimidad y privacidad de las víctimas y sus familias. 

Y este es el primer aspecto a subrayar. Sino es porque un congresista, que cuenta con casi medio millón de seguidores, la hace pública, la importancia de la noticia para las comunidades y las organizaciones que denuncian las violaciones permanentes a los Derechos Humanos ante el país y el mundo, habría quedado en el olvido, pasado a un segundo plano; inadvertida, habría perdido su significado de haber quedado a merced de los rutinarios medios de comunicación. Ellos, lamentablemente, parten de una realidad, que a la mayoría de la población no le importa este tipo de noticias sino es por su carácter sensacionalista, nada más.

Un caso similar sucedió con la tortura y cruel asesinato de Dimar Torres, ex integrante de la guerrilla FARC que negoció unos acuerdos con el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018). Hecho que no se hubiera conocido sino es porque la comunidad de Campo Alegre, municipio de Convención, Norte de Santander, de manera valiente e intrépida, al escuchar disparos corrió a indagar a la patrulla del ejército que estaba cerca de allí por el paradero de su compañero desaparecido y grabó el lugar en la tierra donde estaban escavando una fosa, encontrando a pocos metros su cadáver con el cráneo destrozado y los órganos genitales mutilados. Todo esto se conoce gracias a la comunidad, tanto así que las declaraciones a los medios de comunicación que dio el ministro de Defensa, Guillermo Botero, fueron una mentiras, tergiversó los hechos al afirmar que Dilmar Torres murió a causa de un forcejeo con un soldado, afirmación que generó una dura crítica y llamados a renunciar a su cargo por haberle mentido a toda la nación.   

La madre de la niña que aparece en la foto tomada por alguien de la comunidad, Remedia Aizama, nombre que asimilable a belleza, mariposas amarillas y realismo mágico, fue la primera y al parecer única víctima; sin embargo, su foto fue suprimida después que se publicó por la forma en que quedó, doblada boca abajo, su cabeza inclinada y en posición fetal aferrándose a la vida que le quedaba en medio de una mancha de rojiza, tumbada contra una angosta acera de cemento a la entrada de lo que parece ser el salón donde se encontraba su hija.

Hay una cantidad indescriptible de sentimientos en las fotos, son como un crisol de estados que conmueven a cualquiera, tal vez por ser una de las conductas antiguas más prohibida, juzgada y condenada por la especie humana: el quinto mandamiento, no matarás, claro que debería ser el primero, porque sin vida a qué Dios se va a adorar.

Es la foto más importante que se ha hecho recientemente sobre las víctimas del conflicto armado en Colombia, por la contundencia con que describe el momento por el que atraviesa el país, como si los pobres que constituyen la mayoría de las víctimas estuvieran condenados a soportar la repetición de una historia que al parecer solo encuentra una forma de manifestarse, vestida de parca cabalgando junto a los jinetes del Apocalipsis sobre ellos.

Expone, sin proponérselo, todas las plagas que persiguen como castigo divino donde estén, a las comunidades, generalmente las de las periferias, se les vienen encima como una montaña para sepultarlas, a sabiendas que están condenadas al abandono y exclusión social y económica, a sabiendas que el significado del Estado Social de Derecho es una mera frase sobre una hoja de papel.

Sin autor visible ni quién reclame autoría sobre ella, captura el momento exacto en que la niña indígena está de pie, sobre su mano derecha cruzada y apoyando la izquierda doblada sobre el codo, sostiene su cabeza por el lado izquierdo de su cara, está ligeramente inclinada y recostada sobre un tablón de madera, en silenciosa resistencia, negándose a caer doblegada por el dolor y la tristeza infinita, sus párpados casi cerrados escasamente permiten ver que su ojo izquierdo dirige la mirada hacia abajo indagando, buscando el sentido de la existencia, es un monumento puro a la dignidad humana que se resiste a caer a pesar de soportar en su cuerpo todas las heridas, las que refleja su cuerpo y las que guarda en su alma. 

http://tlaxcala-int.org/upload/gal_20248.jpg

Cuando se hizo pública en twitter, mucha gente reaccionó, hubo cientos de réplicas, algunos la calificaron de amarillismo y sensacionalismo, lo que no sucedió en su momento con la foto que circuló masivamente de Ingrid Betancur durante su secuestro, conceptos éstos que usan los medios para evitar violar los derechos de las víctimas a la intimidad y privacidad y, quién sabe, para no jugar con los sentimientos y valores de los que los leen, los ven o los escuchan.

En realidad, el propósito era enrostrarle al “otro”, al indiferente, al inconsciente, los crímenes sistemáticos contra los líderes y lideresas sociales, aquellos que se cometen todos los días contra los más indefensos, buscando conmoverlo, provocarlo a sentipensar, moverle sus cimientos evitando la trampa de que solo son publicables las imágenes y escenas limpias y pulcras que nos impone la ética periodística.

Estremece y cuestiona tanto, que aquí está el texto completo de la poderosa imagen de la niña indígena de pie, luego de ser herida y su madre asesinada por los partidarios de la muerte en Colombia. Es, a quién le cabe duda, parte de la batalla por impedir que el registro de la memoria del conflicto quede sepultado por el olvido que nos ofrecen. Es el deber ser, el casi único imperativo moral y categórico ante lo que está sucediendo.

Oto Higuita para La Pluma, 6 de mayo de 2019

Editado por Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

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