Mamertos del mundo, uníos
Origen y metamorfosis de la palabra mamerto en Colombia

Y, como si no bastara, la montonera de la ultraderecha, de sus bueyes y conmilitones, le puede poner un escapulario (cuando no una lápida) con vainas como “castrochavista” y otras sandeces.

La muchachita, medio arribista y esnob, se infla los carrillos (o los desinfla) para decir, sin dársele nada: “ese man* es un mamerto”. Y con acritud lo expresa alguna cara de palo de la “godarria*” más rancia y reaccionaria, que hasta el propio Laureano se sonrojaría por tan extremas ideologías ultraconservaduristas, y sí, damas y caballeros, lo dice como si estuviera a punto de un orgasmo, no, no, más bien de un ataque de histeria: “¡mamerto!”. Puede ser la misma señora que se hizo famosa por haber pronunciado una frase tonta y sin gracejo alguno: “estudien vagos”.

A cualquiera que exteriorice cuestionamientos al orden (más bien desorden) neoliberal, al gobierno, a los partidos clientelistas y corruptos, quien se atreva a criticar a un sujeto que se cree el “mesías”, pero no el de Händel (ni siquiera el de la trilladora Handel, tan cara a López Michelsen), sino uno que ahora anda diciendo que las masacres deben ser con “criterio social” y al que algunos llaman “Él”, y otros —menos crípticos— el Innombrable. Bueno, el cuento es que si vos te ponés a “dar de baja” el discurso de la privatización de lo público, de darle madera al paramilitarismo y sus adláteres (los de la parapolítica), bueno, si estás controvirtiendo al poder y sus lacras, pues sos un mamerto.

Lo dice la señora de rosario de seis y la otra que cree que todo el mundo se va a “homosexualizar”, y la de allá, que dice que a las muchachas las quieren volver lesbianas, y así, en medio de la “propaganda negra” (ah, y por qué negra y no blanca o mestiza, o de otra tonalidad, “etnia” o condición), los que tienen sentido crítico y no tragan entero, no son parte de la grey desconcertada ni ejercen la “servidumbre voluntaria”, esos son ¡mamertos!

En cualquier caso, la palabra se volvió sinónimo de izquierdista, de comunista (no siempre disfrazado), de progresista, pero, a su vez, según la óptica derechosa, de bobote idealista que cree en utopías y sueña con la revolución social. “Ay, mamerto”, dice el gomelo. “¡Gas, mamertos!”, se le oye rebuznar a cualquier doña burguesa apergaminada que la cogió la tarde para ir al te-canasta o a tomar el “algo” al club de exclusividades. Sí, esos que están en el mitin; los que marchan; los que gritan consignas; los que paralizan el tráfico; los que convocan a plantones en solidaridad con los desplazados por la violencia; los que apoyan la minga indígena; aquellos que están por la prevalencia de la educación pública e impulsan una educación científica y popular, bueno, esos son los mamertos.

Se sabe que las palabras, en su uso y desuso, en sus ascensos y bajadas, van cambiando. Llegan nuevos significados y desaparecen los viejos. Son los gajes del lenguaje. Sus dinámicas. El origen del término en Colombia está conectado con varias circunstancias históricas y con una colectividad, el Partido Comunista Colombiano, el mismo que se fundó por allá en los años 30 y al cual López Pumarejo denominó, no sin ironía y guasa, el “partido liberal chiquito”. Ese mismo partido que, en las elecciones de 1946, apoyó a Gabriel Turbay y le dio la espalda a Gaitán, con quien tampoco comulgaron con su visión antiimperialista.

El santoral católico tiene varios San Mamerto.

Cuando se estableció el Frente Nacional, una alianza liberal-conservadora, excluyente, en la que los dos partidos tradicionales se alternaron en la presidencia y el poder, la izquierda, hasta ese momento representada mayoritariamente por el Partido Comunista, quedó al margen. Ya se había extinguido la guerrilla liberal, surgida en los primeros años de la Violencia, en los tiempos de la tiranía de Laureano Gómez; y los amnistiados por la dictadura (otros dicen que era una dicta-blanda) de Rojas Pinilla, muchos ya habían sido asesinados.

Con el influjo de la Revolución cubana, el surgimiento de nuevas tendencias de izquierda en oposición al bipartidismo ya era en los sesenta un paisaje de diversidades ideológicas, como la guerrilla del MOEC, fundada en 1959 por Antonio Larrota, y después, tras los bombardeos a Marquetalia, el Pato y Guayabero durante el gobierno de Guillermo León Valencia, la aparición de las Farc en 1964. Por aquellos mismos tiempos, surgieron otras guerrillas como el Eln (con significativa presencia de sacerdotes) y el Epl. La izquierda legal seguía representada por el Partido Comunista Colombiano y, a fines de los sesenta, surgió el MOIR (Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario), como un desprendimiento y transformación del MOEC.

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Líderes del proletariado mundial. Marx, Engels, Lenin, Stalin, Mao.

El Partido Comunista, que seguí lineamientos de la Unión Soviética, se tornó en una colectividad revisionista. En las universidades tenía la presencia de sus juventudes (la JUCO) y, por lo demás, en su táctica establecía la “combinación de todas las formas de lucha”. Su secretario general, Gilberto Vieira, y la dirigencia y militancia, participaban en elecciones, cuando el movimiento armado se había declarado abstencionista (“abstención beligerante”). Y fue entonces, ante los comportamientos vacilantes de los comunistas línea Moscú, que los de la otra calle los comenzaron a llamar “mamertos”.

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Gilberto Vieira, secretario del PCC, acompañado por García Márquez.

El calificativo tenía origen en que los comunistas se “mamaban” de ciertas lizas, no participaban, o eran moderados frente a lo que se consideraban las luchas por la revolución colombiana. Y entonces se les endilgó el apelativo: mamertos. Porque, como advierte la lengua popular, “para el mamón no hay ley”. Bueno, digamos que mamerto rimaba con Gilberto. Y así se estableció, entre la segregada izquierda, la armada y la no armada, esa “chapa”.

A veces, en las universidades y en otros espacios públicos, había literales garroteras entre los militantes del PCC y los activistas del MOIR. En sus coros y diatribas no faltaba de parte de los moiristas hacia los comunistas el término que hoy se usa para señalar a toda la izquierda; o para decir en estos tiempos, como también se ha escuchado en las universidades, sobre todo entre estudiantes facilistas y de protuberante pereza mental, que un documento o un libro gordo es toda una mamertiada (como sinónimo de aburrición, ladrillo, qué pereza leer eso tan largo, cositas así).

En los debates políticos e ideológicos de los sesentas y setentas, la izquierda radical y foquista, la que no participaba en las lizas electorales y estaba por la lucha armada, consideraba que la otra izquierda, la más mesurada, la que hablaba del frente amplio y la construcción de alianzas programáticas con otras tendencias, no era parte de la revolución. Eran los “electoreros”, así no más, mamertos. La palabreja se usó hasta los ochentas en esa dimensión lingüística, con el criterio de que los del PCC eran los “mamertos”.

No sé cuándo el sentido cambió. Pudo ser después de la caída del muro de Berlín y la Perestroika. O quizá tras la “discurseadera” de la posmodernidad y otras yerbas. Cambiaron los relatos y correlatos. Se transformó la Guerra Fría, se diluyó el socialimperialismo soviético. Surgieron otras narrativas. Y, por lo demás, muchos izquierdosos recularon y se mimetizaron en la oficialidad. Otros renegaron de sus creencias, en particular los que eran más “botafuegos”. Los cooptó el sistema, cuando no las filas de las mafias del narcotráfico.

Después del dos mil, con la presencia neoliberal del uribismo, con su reelección, con los procesos de la yidispolítica, la extensión del paramilitarismo en Colombia, que desde los ochenta ya era una amenaza en diversas partes del país, con el reino del “todo vale”, con la macartización que con distintos mecanismos, unos sutiles, otros abiertos y violentos, se hizo de la izquierda, el terminacho de mamerto surgió como un señalamiento hacia los que pensaban distinto a los nuevos capos de la política (mejor, de la parapolítica y otras corruptelas).

Burla burlando los partidarios del autoritarismo, de la vulgaridad y la cultura mafiosa devenida estilo político (o politiquero), nombraron como mamertos a los discordantes. A quienes estaban en la otra orilla. Es que ni siquiera era ya para designar a la izquierda, sino para liberales y personalidades democráticas que se atrevían a disentir. Así que si usted es un crítico del sistema, uno que disuena, que no se alinea con los caporales y los señores feudales, usted es, así no más, un mamerto.

“La ultraderecha  colombiana, especialista en satanizar y macartizar las luchas populares”

Y, como si no bastara, la montonera de la ultraderecha, de sus bueyes y conmilitones, le puede poner un escapulario (cuando no una lápida) con vainas como “castrochavista” y otras sandeces. Hace parte, quizá, de una cruzada regoda y retrógrada que quiere hacer ver el diablo, demonizar, satanizar, a los que no están bajo su férula. Y así como doña cabal-gata, o cualquier don tales le pueden zampar su mamertazo porque usted no se prosterna, también —nada raro— lo pueden ir convirtiendo en “falso positivo” y asarlo en la “paila mocha”.

Pero no os preocupéis, queridos mamertos. Porque mamerto, por lo visto, ya no es el que se “mama” de alguna pelea social, sino el que, con sus posiciones y pensamientos críticos y punzantes (¿cortopunzantes?), pone muy “agrierudos” y con rasquiña en las verijas a quienes aún creen que pueden hacer lo que les da la gana con los oprimidos y descamisados de una patria que —qué vaina pues— todavía sigue siendo muy boba y atolondrada.

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Marcha estudiantil en defensa de la educación pública.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 13 de abril de 2019

Editado por María Piedad Ossaba