Colombia: La extrema derecha ataca

El nombramiento en el Archivo Nacional de un escritor que niega la presencia de las culturas indígenas y negras en la historia colombiana no es una gratuidad.

El proyecto de la extrema derecha colombiana tiene varias aristas y sus alcances aterradores se extienden desde la “filosofía” de implemento de un “Estado de opinión” hasta la radical negación de la historia. O su acomodamiento al amaño de los cabecillas del engendro. Y si bien no es novedad, sí tiene ahora, como encajando escaques y peones, una sustancial presencia en puestos clave del Estado y en sus continuos ataques a la memoria, la educación, la cultura y la disidencia.

Es el encanto del “Estado de opinión”

Ha trascendido la “horrible noche” laureanista (basada, a su vez, en el falangismo, el franquismo, las tácticas fascistas para negar al hombre y someterlo) y tiene novedades en la táctica y estrategia de tomar por asalto la mente y los corazones de lo que Chomsky podría denominar el “rebaño desconcertado”, adiestrado a punta de manipulaciones y toda clase de atropellos a la razón y la dignidad.

Rebaño desconcertado

Es un proyecto que desde hace tiempos hunde sus basamentos en el acallamiento del opositor; que contempla no solo aspectos de lo que algún filósofo llamó la “superestructura”, sino en el pragmático diseño de “borrar” al otro y no solo en lo físico, sino en otras manifestaciones más intangibles. Es una construcción ideológica y material. Y para ello ha escalado diversos puntos clave del Gobierno y del Estado.

Vamos aterrizando. No es gratuita, por ejemplo, la sistemática agresión a la educación pública de parte del Gobierno y sus adláteres. Ni es solo el desbocamiento de algún funcionario o, en otras márgenes, de un senador. Obedece a una concertación —por no decir conspiración— para desprestigiar a los maestros, sobre todo porque han sido cuestionadores de un régimen, de un sistema que los ha apabullado y despreciado, y ha pretendido cercenarles sus derechos. Y entonces se les acusa de “adoctrinadores” y se buscan pretextos para apabullarlos, para que no piensen ni cuestionen, y para marchitar la educación pública.

La retícula, que tiene a la educación en la mira, proyecta su tejido hacia las complejidades de la memoria. Hay que entrar al cerebro de la gente, manipularlo, acomodarlo a las pretensiones de dominación de una élite, o, más bien, de una montonera de urdidores de trampas y mentiras. En el tránsito hacia el oscurantismo dejan claro que hay peleles y marionetistas para la consecución del objetivo.

Ya se vio en el asalto al Centro Nacional de Memoria Histórica, del cual encargaron a un “caprichoso historiador de derechas” (el calificativo es del escritor Álvarez Gardeazábal), a un converso que niega el “conflicto interno armado” en Colombia, una posición que la extrema derecha desde hace rato viene ventilando, y que tiene entre otros fines protervos los de negar los derechos de las víctimas a la reparación y a la no repetición, por ejemplo.

El malévolo plan, que contempla ataques permanentes a la Justicia Especial para la Paz (ah, y el proyecto es, ante todo, guerrerista), busca acomodar la historia a los intereses de grandes terratenientes, potentados financieros, intermediarios de transnacionales, en fin. Y sentar las bases para que no haya nada distinto a la “historia oficial”. Por tal, hay que ocupar posiciones en archivos, bibliotecas, museos y casas de la memoria. Hay que disparar desde otras atalayas y troneras. Cerrar el paso a la diversidad de pensamiento.

El nombramiento en el Archivo Nacional de un escritor que niega la presencia de las culturas indígenas y negras en la historia colombiana no es una gratuidad. Toda una configuración de un premeditado ataque a la memoria (un “memoricidio”). Y como también lo indicó el autor de Cóndores no entierran todos los días, el “registro histórico de quienes pensaron diferente podrá ser eliminado para siempre del recuerdo de los colombianos”.

La tropelía de la extrema derecha tiene, por supuesto, más alcances. Es la imposición retrógrada de “tapar la historia”, promulgar un pensamiento único, negar la identidad de un pueblo. Es la pretensión de domesticar la masa para que obedezca y paste sin rumiar. El sabio Carlos Eduardo Vasco, coordinador de la vieja Misión de Sabios de Colombia, dejó muy bien planteada su posición frente a la peligrosa manipulación y el desprecio por la crítica y hacia otras aperturas mentales.

 

“Parece que el Gobierno y el partido de gobierno no consideran la historia como ciencia, sino como herramienta de indoctrinación y control, al tiempo que proponen un proyecto en el Congreso para penalizar a los maestros que señalen a sus estudiantes las dimensiones críticas, éticas y políticas de la historia. “Una misión sin historia no es misión”, dijo Vasco en una contundente carta abierta sobre la nueva misión establecida por el Gobierno colombiano.

La “extremoderechización” que padece Colombia, con todos los riesgos que entraña la imposición de una sola visión del mundo, busca una colonización mental de las mayorías y se inscribe en los marcos de la recolonización extranjera. Qué peligro.

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Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 12 de marzo de 2019

Editado por María Piedad Ossaba

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