Colombia: En Medellín desaparece el edificio Mónaco, pero el crimen continúa

¿De cuáles víctimas estamos hablando? Uno siente que todo esto es un show y que lo que quieren ahí en el Mónaco es la plaquita que diga Federico Gutiérrez, porque no tiene grandes obras para mostrar”, asegura Villa.

Image associéeEl alcalde de la capital paisa, Federico Gutiérrez, decidió tumbar el edificio Mónaco que perteneció a Pablo Escobar, para construir un memorial a las víctimas del narcotráfico. El proyecto no estaba en el plan de gobierno y desató una polémica entre sectores de opinión de la ciudad.

En ‘Prefiguración de Lalo Cura’, Roberto Bolaño cuenta la historia de una industria pornográfica que hace películas que rozan el absurdo y cuyo director es un alemán exiliado en Medellín que tiene mecenas muy particulares: narcotraficantes y militares corruptos. “A los narcotraficantes los respetaba, al fin y al cabo eran los del dinero”, dice el narrador del cuento —publicado en 1998—. En ninguna línea Bolaño menciona a Pablo Escobar, no menciona a ningún narcotraficante de peso en la historia de Medellín; los lugares son inventados y todo transcurre en un barrio ficticio: el de los Empalados. Esa Medellín literaria está infectada por un halo oscuro, como lo estaba la ciudad verdadera de finales de los años noventa, como sigue estando la Medellín más contemporánea.

En Medellín desaparece el edificio Mónaco, pero el crimen continúaEl alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, decidió tumbar el edificio Mónaco que perteneció a Pablo Escobar para construir un memorial a la víctimas del narcotráfico. Foto: SEMANA

El narcotráfico, la amalgama de negocios que tienen un pie en lo pulcro y otro en el fango, los sicarios, el entretenimiento hecho a la medida de la extravagancia del que todo lo tiene, ‘Prefiguración de Lalo Cura’ muestra todo un estilo de vida que se ha implantado en Medellín y que ahora no tiene nada que ver con edificios como el Mónaco o la Catedral; hubo un tiempo en que sí, pero ya no. El mal ya creció y ahora, al derribarse el edificio Mónaco —un edificio viejo y maltrecho al que llegan turistas para tomarse fotos  donde vivió la familia del criminal más famoso del mundo en los últimos treinta años, el Al Capone  de la montaña—, no va a desaparecer por efecto de la dinamita.

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Veinticinco años después de la muerte de Pablo Escobar, su imagen se ha popularizado a fuerza de series de televisión, libros, telenovelas y películas. De su paso quedan pocas cosas visibles: la Catedral, donde estuvo preso a su antojo, mandando sobre Medellín y asesinando impunemente; la casa donde murió en el barrio La América; la Hacienda Nápoles, adonde tantos van a ver la fastuosidad de una tierra; su tumba en el cementerio Campos de Paz; y quedaba el edificio Mónaco, que construyó en 1986, donde había una obra del escultor Rodrigo Arenas Betancourt y que Pablo Escobar puso a nombre de su hija Manuela, que era tan solo una niña.

El Mónaco que hoy se derribó tuvo doce apartamentos, 34 parqueaderos en el sótano y tres ascensores. Uno de ellos abría sus puertas en el último piso, donde vivía la familia en lo que parecía más un club privado —Escobar nunca fue admitido en uno—: canchas de tenis, piscinas, turco. En el sector recuerdan grandes fiestas, algunas bullas, pero nadie vio a Escobar. Todos temían verlo o que sus enemigos quisieran atacarlo, como sucedió el 13 de enero de 1988 cuando un carro con 80 kilos de explosivos estalló en la entrada. Pero en el Mónaco solo hay un símbolo, la huella de un símbolo que enuncia problemas más graves, herencias que se mantienen intactas y que han crecido. Derrumbar el Mónaco es tratar de borrar un símbolo pero no su significado. Como dijo el escritor Fernando Vallejo: en Colombia el problema no es que asesinen, sino que se diga.  

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En 2019, en Medellín han asesinado a más de ochenta personas, algunos de esos cuerpos fueron desaparecidos, otros aparecieron arrojados en cañadas, envueltos en bolsas de basura; la criminalidad se reparte los territorios imponiendo fronteras invisibles y fijando en las esquinas pequeños ejércitos de muchachitos que lo vigilan todo, usando niñitos para mover armas y droga. En una pizzería del centro de Medellín, un hombre conocido como El Pájaro que hasta hace unos años era de la entraña de la Oficina de Envigado, explica que no hay negocio ilegal o informal al que la estructura no le imponga control: “Usted quiere poner una venta de películas piratas, tiene que pagar, y eso aplica para todos los que tienen algún negocio en el centro y ni hablar de los que quieren vender drogas: o se integran a la estructura o se enfrentan a ella”.

El derribo del edifcio Mónaco y su futuro proyecto —un parque, un monumento a las víctimas del narcotráfico— va costar 30.000 millones de pesos y, según reportó la Alcaldía hace poco, el trámite de traspaso de propiedad de la Policía hacia la administración tuvo un costo de 40.000 millones de pesos que se pagaron en especie. Un proyecto de 70.000 millones de pesos que no aparece en el plan de gobierno. Martha Villa, directora de la Corporación Región, dice que el asunto no deja de ser extraño y extravagante.

Detrás de eso hay una pregunta: ¿también hay que tumbar Montecasino, la mansión de los Castaño?”, se pregunta el decano de la Escuela de Humanidades de Eafit, Jorge Giraldo.

Además, borrar de un tajo el Mónaco por un acto de reivindicación con las víctimas es un algo indédito en el mundo: el campo de concentración de Auschwitz, la Casa de la Moneda, los más de 600 lugares donde la dictadura argentina cometió sus crímenes, todos siguen ahí. “La decisión va en contravía de las políticas de memoria que son comunes ahora en Europa e incluso en países como Argentina, donde se han tratado de conservar esos lugares de ignominia para tratar de transformarlos en lugares de memoria. Detrás de eso hay una pregunta: ¿también hay que tumbar Montecasino, la mansión de los Castaño?”, se pregunta el decano de la Escuela de Humanidades de Eafit, Jorge Giraldo.

 

Medellín vio nacer varias formas criminales: el narcotráfico, las milicias, los paramilitares, todas dejaron sobre la ciudad su estela de muerte e impusieron un orden, aunque la más larga de todas esas tradiciones vino con la muerte de Pablo Escobar en la alianza entre el grupo Los Pepes —Perseguidos por Pablo Escobar— y las fuerzas del Estado. Fueron Los Pepes, que desde ese momento ya se consolidaban como la corona del paramilitarismo, quienes se quedaron con la estructura ilegal de la Oficina: las rutas del narcotráfico, los sicarios contratados, las ollas de vicio de la ciudad. Así incrementaron la violencia y se impusieron como parte del orden y la justicia: ajusticiando ladrones, saldando cuentas privadas en los barrios, atendiendo hasta problemas maritales.  

El informe ´Medellín, memorias de una guerra urbana*´, realizado por la Corporación Región para el Centro Nacional de Memoria Histórica —investigación a la que el alcalde Federico Gutiérrez le quitó el apoyo económico que le había dado el exalcalde Aníbal Gaviria— sostiene que la particularidad de Medellín es que “todos los perpetradores confluyeron en el mismo espacio. Narcos, sectores de la fuerza pública, grupos guerrilleros y grupos delincuenciales participaron y se proliferaron en el territorio, generando escasez para albergarlos a todos, propiciando luchas entre ellos. Fue el ‘periodo del gran desorden’. El informe calcula que hubo en total 132.529 personas reconocidas como víctimas del conflicto, dentro de las cuales 106.916 son desplazados, 19.832 fueron víctimas de asesinatos selectivos, 2.784 de desapariciones forzadas y 1.175 víctimas de 221 masacres”. El edificio Mónaco es un símbolo muy pequeño de una historia de sangre mucho más grande.

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 El Cartel de Medellín encabezado por Pablo Escobar es apenas un capítulo de la historia de violencia de la ciudad, donde hoy se unen los valores de la justicia por mano propia con una estética kitsch. “Ya es hora de que Medellín perciba a Pablo Escobar y que haga las reflexiones necesarias sobre el cartel; el carte es más grande que Pablo, era una estrucutra criminal con intereses legales e ilagales con alcances sobre la Policía, los políticos, el empresariado y parte del Ejército, y eso aún sigue sucediendo. El cartel de Medellín fue un modelo de negocio donde confluyeron intereses muy variados. Al cartel lo desaparecen, pero el modelo persiste”, dice el periodista y director del portal Verdad Abierta, Juan Diego Restrepo.

El alcalde Gutiérrez dice que entre 1983 y 1993 hubo 46.000 personas asesinadas por el cartel de Medellín. Detiene su conteo en 1993, como si luego no hubieran llegado la guerra entre las milicias, las incursiones de los elenos y las Farc, el nacimiento y la consolidación del paramilitarismo en los barrios periféricos, lejos de El Poblado, donde Pablo Escobar quiso hacerse reconocer.

“Hay algo positivo, el reconocmieto de las víctimas. Ya luego tendrán que ver cómo reconocen a todas las víctimas y no solo a las famosas.  La Alcaldía habla de 46.000 muertos, no sabemos de dónde sacan esa cifra, porque no da haciendo ninguna suma. En todo esto hay un problema de rigurosidad muy grande, no sabemos a qué corpus teórico obedece la desaparición del Mónaco, qué quieren hacer exactamente. Y eso está costando mucho dinero. El Museo Casa de la Memoria, por ejemplo, contaba con una segunda fase de construcción, pero esta Alcaldía no quiso hacerla, además, desmantelaron la Unidad de Víctimas y pararon la búsqueda en La Escombrera, ¿de cuáles víctimas estamos hablando? Uno siente que todo esto es un show y que lo que quieren ahí en el Mónaco es la plaquita que diga Federico Gutiérrez, porque no tiene grandes obras para mostrar”, asegura Villa.

La herencia del Cartel de Medellín, dice Restrepo, es espiritual: una manera de hacer negocios, de hacer justicia, de hacer ley. El Pájaro, sentado en la pizzería dice: “¿Usted ha visto que en grandes centros comerciales hay almacenes que solo venden champús y jabones? ¿Dígame uno cómo paga un arriendo de esos vendiendo jabones de 10 mil pesos? Aquí la ciudad se sostiene por el lavado, por eso hay tanta plata”.  

El escritor nadaista Eduardo Escobar publicó en 2011 un texto en el periódico El Tiempo al que llamó ‘Entre El Guanábano y el papayo del guanábano’, allí cuenta que una noche estaba en el bar El Guanábano del Parque del Periodista, en el centro de Medellín, y decidió salir a la pequeña plazuela para respirar un poco y entonces vió que “Un grupo de muchachos y muchachas uniformados con cachuchas azules arrastraron a un joven, lo inmovilizaron contra una puerta, y uno con un pequeño puñal comenzó a buscarle el corazón con sevicia marranera (…) Los victimarios corearon: Usted, circule. Y explicaron para justificar la salvajada: estaba robando. Entonces llamemos a la policía. Repuse. Y el coro coreó. Usted, circule”. A Escobar le explicaron que las Convivir no habían muerto y que imponían el orden, pagos por comerciantes y dueños de plazas de vicio.

El texto de Escobar termina con una moraleja oscura: “Una cosa es verdad. Esa justicia perversa es el germen de un horror futuro. Cuándo se remorderá la boca por haber dejado pasar en silencio esas cosas por cobarde comodidad. Pobre Medellín. Tan bella y tan cruel”.

Daniel Rivera Marín

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente: Semana, 22 de febrero de 2019

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