Cuando los esclavos se “afrancesaron”
Bahía, 1798: La revolución de los Jacobinos Negros en Brasil

En 1794, la marea revolucionaria francesa llegaba a su punto álgido, reclamando en la Europa de los reyes que todos los hombres tenían igual derecho a la felicidad, sin importarles si para tal empresa era preciso poner el mundo patas arriba.

En la colonia francesa azucarera más rica, los plantadores intentaran conseguir su autonomía y los hombres libres de color exigieron la ciudadanía prometida en 1789, facilitando la insurrección de los cautivos en Agosto de 1791, que fundó Haití en 1804, primer territorio americano libre de la esclavitud.

Desde 1789, el Estado absolutista lusitano se esforzaba para que los ideales revolucionarios, democráticos y liberales franceses no llegaran a la ciudad y a las colonias. En Brasil, se vigilaba a los inusuales visitantes extranjeros y se controlaban los equipajes de los barcos buscando libros y panfletos subversivos. La vigilancia era extrema en Salvador, el principal puerto del Brasil colonial.

 Ex-capital de la colonia, con sesenta mil habitantes, de calles estrechas, irregulares y sucias, cuestas escarpadas, iglesias, monasterios, casas bajas y sobrados, Salvador era la segunda metrópoli del imperio lusitano, después de Lisboa. Dos tercios de la población era negra y mestiza; un tercio, blanca e indígena.

En 1789, la colonia pasaba por dificultades y Bahía experimentaba un cierto auge económico, con exportaciones de azúcar, algodón, añil, toneles de aguardiente, tabaco de cuerda y otros productos. A pesar de la riqueza comercial, Salvador dependía de la producción rural, ya que no producía prácticamente nada. Los dictados de la metrópoli prohibían cualquier producción manufacturada en las colonias luso-brasile ñas.

De las principales metrópolis europeas, a través de Portugal, llegaba múltiples mercancías que eran consumidas en Salvador o reexportadas para el interior y para las otras capitanías vecinas: aceite de oliva, armas, pólvora, tejidos, vestidos, vino, complementos domésticos, materiales de construcción, etc. El principal producto importado era el trabajador africano. El comercio bahiano era controlado por ricos comerciantes, sobre todo de prisioneros, en general portugueses.

Como el resto de la colonia, la sociedad bahiana estaba dispuesta en estratos. En la cúspide de la pirámide se encontraban los grandes dueños de las plantaciones y los comerciantes; la base estaba formada por miles de prisioneros. Cada año, lotes de africanos eran conducidos hasta Salvador. La comunidad esclavizada era heterogénea, ya que estaba dividida entre prisioneros nacidos en Brasil, de diferentes colores y profesiones, y africanos de varias culturas y lenguas.

Entre los esclavistas y los esclavos estaba la figura del hombre libre pobre, con pocas posibilidades de ascenso social, pero de “sangre limpia”. Trabajaban como administradores, cajeros, arrendadores, marineros, vendedores, o bien entraban en el bajo clero, u ocupaban cargos civiles y militares inferiores, o bien se disputaban actividades artesanales con los esclavos ganadores y de alquiler (ver nota). Los puestos de prestigio eran semiprivilegios de los portugueses de nacimiento.

En Salvador, a los hombres libres de color se les contrataba como artesanos, en el pequeño comercio, como soldados y suboficiales de tropas de primera línea, todo por un sueldo miserable. Para sobrevivir, los soldados solían tener un segundo trabajo. Su suerte era deprimente. Además de las escasas posibilidades de inserción económica, se les estigmatizaba por el color de la piel, que les cerraba el acceso a los cargos de puestos civiles, religiosos y administrativos intermedios.

A finales del siglo XVIII, Brasil era la gran fuente de recursos de la clase dominante. El monopolio comercial y las diferentes tasas consumían parte de las rentas y encarecían el coste de vida en Brasil. La población pobre de Salvador realmente pasaba hambre y se veían condenados a pedir comida.

Entre los líderes del lugar se iba fortaleciendo la idea del carácter parasitario que suponía el régimen colonial, sentimiento fortalecido por la independencia de los Estados Unidos y por las ideas liberales y revolucionarias francesas. Diez años atrás había sido desmantelada la conspiración para la independencia de Minas Gerais.

En 1789, Salvador experimentó la única revuelta colonial e imperial de Brasil que, con propuestas que atravesarían la sociedad colonial de arriba a abajo, propuso una reorganización democrática para la región, fuera de los dictados esclavistas.

Nota: Los esclavos de alquiler (cativos de aluguel) eran alquilados por un particular o el Estado a un amo, que percibía el “alquiler” íntegro para hacerse cargo de la alimentación del esclavo, pues los arrendadores no estaban interesados en mantener su fuerza de producción. Los esclavos ganadores (cativos ganhadores) podían desplazarse libremente, ofreciendo sus productos y servicios, a cambio de pagar una renta fija (diaria, semanal o mensual) a su amo. Este la invertía en su alimentación, vestuario y alojamiento, amén de asignar un pequeño peculio al esclavo.

Bandera de la Conjura Bahiana

II – Los pasquines sediciosos de Salvador de Bahía

El 12 de Agosto de 1798, Fernando José de Portugal, gobernador de la capitanía de Bahía, entonces con 43 años, supo que de madrugada habían sido colocados, en lugares frecuentados de Salvador, doce boletines “sediciosos”, animando al pueblo a constituir la República Bahiana. Aunque eran pocos los ciudadanos que sabían leer, el contenido de los manifiestos tuvo gran repercusión, transmitiéndose de boca en boca.


Pasquín distribuido en agosto de 1798

La agitación subversiva no era algo nuevo. A comienzos de 1797, se  colocaron “pasquines escarnecedores” en el “patíbulo público”, que fue quemado en la quietud de la noche y no se consiguió ni descubrir ni castigar a los responsables. El acto constituía delito de lesa majestad, ya que el macabro método tenía un significado simbólico. En julio de aquel año, otros manifiestos se habían repartido por la ciudad.

En los escritos se puede apreciar la orientación política, social y sindical del movimiento. En éstos se defendía la igualdad, la república, la independencia de Bahía, la libertad de comercio y de producción, se elogiaba a la Francia revolucionaria y se exigía el fin de la discriminación social y racial. Se amenazaba a los clérigos que luchasen contra las nuevas ideas y se prometía aumento de sueldo a los soldados y oficiales de primera línea.

En las declaraciones de los testigos que habían oído hablar de los manifiestos, sin haberlos leído, se producía normalmente una clara reformulación del contenido de los textos, proponiendo reivindicaciones de las clases subordinadas que no salían reflejadas en los contenidos, como la elaboración de un tabla para fijar el precio de la carne. Tal reconstrucción de los contenidos de los mensajes de los manifiestos era normal en una sociedad en tensión, en la cual el principal vehículo de transmisión de las informaciones era la comunicación oral.

El gobernador ordenó que se abriese una investigación sobre los hechos. Antes de que se iniciasen las indagaciones, por la ciudad corría el rumor de que los panfletos eran creados por soldados y oficiales mulatos de la ciudad. Como en la Bahía de entonces la alfabetización era un avis raras, sobre todo entre la población pobre, las autoridades compararon la letra del autor de los manifiestos con la de peticiones y reclamaciones de los archivos de la Secretaría del Gobierno.

La investigación policial apuntó hacia un sospechoso. El 16 de agosto, se detuvo al mulato Domingos da Silva Lisboa, natural de Lisboa, hijo de padres desconocidos, de 43 años, requeriente de causas y escribiente de cartas, de ideas antirreligiosas y libertarias, residente en la ladeira da Misericórdia. En su casa se encontraron más de cien libros, lo que para la época era una biblioteca enorme, sobretodo para hombres de recursos escasos.

Como el 22 de agosto aparecieron otras dos cartas dejadas en la iglesia, con la misma letra, y Domingos da Silva Lisboa estaba encarcelado, se reiniciaron las investigaciones que concluyeron llevando a prisión, el día 23, a Luís Gonzaga das Virgens, también mulato, de 36 años, natural de Salvador, soldado del 2º Regimiento de la Primera Línea. En su residencia se encontró literatura liberal. Poco tiempo antes, Luís Gonzaga, nieto de portugués y de esclava africana, había requerido que su ascenso no fuese entorpecido por cuestión de color.

El encarcelamiento del soldado aceleró la conspiración e hizo emerger, en el centro de los acontecimientos, a  João de Deus do Nascimento, casado, mulato, cabo de la Escuadra del 2º Regimiento de la Milicia, de 27 años, y sastre bien instalado en la calle Direita. Temiendo que Luís Gonzaga hablase, los conspiradores organizaron una reunión precipitada de afiliados y simpatizantes, con el objetivo de que eventualmente deliberasen sobre el desarrollo de la revuelta.

El encuentro de la noche del sábado 25 de agosto, en el campo do Dique, en la parte del Desterro, en Salvador, fue un fracaso ya que se presentaron sólo catorce de los doscientos esperados, quizá debido a que la convocatoria había sido mal difundida. Y, por poco, los revolucionarios no fueron detenidos. En una huerta cercana, una centena de soldados y esclavos vigilaban armados con porras.  Posiblemente algunos jacobinos abandonaran el campo do Dique al comprobar la inadecuada estructuración represiva organizada por el teniente coronel Alexandre Teotônio de Souza, quien iba cubierto con un capa blanca.

La reunión fue denunciada por el herrador liberado Joaquin José da Veiga y por el barbero Joaquim José de Santana, capitán  del Tercero Regimiento de Milícias de Homens Pretos. Al ser invitados para la revuelta, los alcahuetes de la policía optaron por denunciar para no incurrir en crimen de alta traición y, así, recibir las recompensas esperadas.

En declaraciones posteriores, Joaquim José de Santana declaró su esperanza de  ser ascendido, según él con gran merecimiento, por el importante papel que desempeñaba en su milicia. Por instrucciones de las autoridades, Joaquim José de Santana y Joaquim José da Veiga participaran de la reunión de Campo do Dique para poder traicionar mejor a sus compañeros. Hubo una tercera denuncia, tardía.

III – La Dura Represión a la República Social Bahiana

El descubrimiento de los pasquines en Salvador ocasionó el inicio de investigaciones policiales que precipitaron la conspiración para alcanzar una Bahía republicana y sin esclavismo. Debido a las denuncias, el movimiento fue reprimido antes de irrumpir. La investigación sobre los hechos provocó la denuncia de 34 conspiradores, si bien es cierto que el número de hombres libres y esclavos envueltos fuese más grande. Sobre todo se inculpó a “personas insignificantes”, ya que el gobernador se esforzó para que los “hombres buenos” de la capitanía no fuesen denunciados.

El excluir de la investigación a los jacobinos destacados hacía que se mantuviese la solidaridad social y la puerta abierta para futuras negociaciones. En aquel momento, los sectores ilustrados de la administración lusitana se propusieron impedir la independencia colonial ganándose a las clases proletarias brasileñas  para la propuesta de emancipación de Brasil en el seno de imperio lusitano reconstruido, que dejase a Portugal como centro político y mercantil.

Los conspiradores se identificaban por peculiaridades externas como la barba larga, un arete en una de las orejas y una concha de Angola en las cadenas de los relojes. La bandera de la sublevación tenía una franja blanca, entre dos azules, paralelas hasta el asta. Sobre la franja blanca, una estrella grande y cinco pequeñas, rojas, con el lema “nec mergitur”. [“no se hunde”].

El gobernador fue acusado de lenitivo, ya que a pesar de estar avisado sobre las francesías, en agosto de 1797, por el comandante del 2º Régimen de Linha, sólo reprendió al teniente Hermógenes Francisco de Aguilar Pantoja, quien era la cabeza propagandista más visible de las ideas liberales. Según algunos historiadores, su apatía se debió a su falta de decisión. El hecho de que de Fernando José de Portugal actuase de forma condescendiente, aptitud que fue tomada por los absolutistas complacencia y por los liberales con simpatía, se produjo al darse cuenta de la imposibilidad de mantener el dominio sobre Brasil sólo a través de la represión.

Su pasividad ante las francesías se debió también al incierto resultado del enfrentamiento entre el liberalismo y el absolutismo en Europa. Los conspiradores bahianos esperaban que el gobernador dirigiese el nuevo poder y contaban con el desembarco francés en Bahía. En agosto de 1797, quizá bajo la sugestión de los conspiradores, el oficial francés presentó al Directorio una propuesta de ataque a Salvador.

Diez de los acusados eran blancos y, los 24 restantes eran hombres de color –pardos claros, oscuros, morenos y fuscos. Sólo había un negro mina [1] esclavo. Los revolucionarios eran oficiales y soldados de la tropa paga y sastres. Había un profesor, dos orífices, un bordador, un albañil, un negociante, un carpintero y un cirujano no diplomado. Once acusados eran esclavos y 23, libres y libertos. Los esclavos eran, sobretodo, sastres, zapateros, peluqueros, etc. puestos en alquiler.

La conspiración fue duramente castigada. Además de las condenas de destierro, cuatro líderes del movimiento fueron ahorcados y descuartizados en la Praça da Piedade, el 8 de noviembre de 1799, al mismo tiempo que tocaban las campanas de las iglesias de Salvador. Los soldados Luis Gonzaga das Virgens y Lucas Dantas de Amorim, de 24 años, también ebanista, que resistió con valor a la prisión; los sastres João de Deus do Nascimento y Manuel Faustino dos Santos Lira, libertos, todos pardos. Un esclavo, Antônio José, se suicidó en la cárcel. Los cuerpos de los ejecutados quedaron expuestos descuartizados como ejemplo público. Sus familias fueron difamadas durante tres generaciones. Un quinto líder condenado a muerte jamás se le encontró. Esclavos que habían participado en la conspiración, fueron condenados a quinientos azotes y se les envió y vendió a la temida capitanía de Rio Grande do Sul.

Los pocos hombres blancos acusados sufrieron condenas en general leves. Entre ellos estaba Cipriano José Barata de Almeida, cirujano, dueño de 35 libros, y el teniente Hermógenes Pantoja, de 28 años, señor de 26 libros, quien había dicho que en su boda bastaría, para celebrar la ceremonia, que los novios confirmasen su deseo de unión. Además de liberal y republicano, ¡era ateo! A otros miembros destacados de la sociedad bahiana partidarios o involucrados con los jacobinos jamás se les incomodó.

[1] Individuo de origen fanti o achanti.

IV – El Sentido Histórico de la Revuelta de los Jacobinos Negros de la Bahía

En Primeira revolução social brasileira, Affonso Ruy señala como dirigentes de la conspiración bahiana al farmacéutico João Ladislau de Figueiredo Melo; al párroco Francisco Agostinho Gomes; al intelectual José da Silva Lisboa; al senhor de engenho [1] Inácio Siqueira Bulcão; al cirujano Cipriano de Almeida Barata; al profesor de retórica Francisco Muniz Barreto.

 
José Cipriano Barata de Almeida (1762-1838)

Posiblemente no hubo participación orgánica por parte de bahianos destacados en los hechos de agosto y en la agitación jacobina que se desarrollaba, como mínimo, desde el inicio de 1798, a través de acciones directas como la quema de la horca o la pegada de los manifiestos. Todavía no fueron aclaradas las vinculaciones entre los liberales de las clases propietarias y los jacobinos negros de Salvador.

Las ideas democráticas y revolucionarias francesas expuestas por miembros de las clases propietarias bahianas habrían sido recibidas por artesanos y soldados de color, libres y esclavos, sobretodo de Salvador, que las adaptaran a la realidad social de entonces, redactando el programa político más avanzado que se haya propuesto en Brasil, comparable con el de la Abolición, en 1888.

 Quizá el teniente Hermógenes Aguilar Pantoja sirviese como puente entre los miembros ilustrados y liberales de las clases propietarias y los jacobinos de las clases subordinadas. La difusión de los manifiestos puede haber sido tentativa de poner fin a la indecisión de los liberales de las élites, posiblemente inmovilizados por las cuestiones establecidas para la abolición de la esclavitud. Ellos soñaban con la independencia de la Bahía pero temían la liberación de los presos.

La desconsideración por parte de los ideólogos nacionales con la conspiración de 1798 se debe a su plebeyez y a su radicalismo, y no al hecho de jamás haber pasado a la acción. Un movimiento de esclavistas, clérigos e intelectuales hizo que la Conjuración Minera [2] se derrumbara, en 1789, como un castillo de naipes, lo que fue muy celebrado. En la Bahía, los hombres ricos participaban de la conspiración, pero la hegemonía del movimiento se encontraba en sus momentos finales con los soldados, artífices y presos de Salvador.

En Minas Gerais, sólo un conspirador, el más humilde, fue ejecutado. En la Bahía, se ahorcó a cuatro líderes, con la soga más arriba de lo habitual como señal de la gravedad del delito. En 1798, se reprimió duramente a los hombres que, al no soportar “en paz la diferencia de condiciones y la desigualdad de fortunas, de las que está compuesta la admirable obra de la sociedad civil”, pretendían imponer los “principios antisociales de igualdad absoluta”, “sin distinción de color y de formación” como quedó reflejado en los autos de procesamiento.

Debido a que fue obra de humildes trabajadores de color, la conspiración consiguió, hecho único en la historia de Brasil, incorporar a los presos y proponer el fin de la esclavitud, sin duda bajo la inspiración de la decisión de la Convención en 1794 de abolir la institución en las colonias francesas. Sin que jamás fuese aplicada, la medida revolucionaria fue anulada, en 1802, por Napoleón, quien tuvo sus tropas derrotadas por los presos de Saint-Domingues, donde, en 1804, se proclamó la independencia de Haití, libre de la esclavitud.

La participación de los presos y la propuesta de la abolición de la esclavitud aseguraban el carácter revolucionario al movimiento, en una colonia donde la esclavitud era la forma dominante de explotación del trabajo. La victoria del movimiento y la consecución de su programa anticiparan en la Bahía, en casi un siglo, la plena vigencia de las relaciones de trabajo libre.

La Conspiración de los Sastres, de 1798, tiene cierta semejanza con la Conjuración de los Iguales, de Gracus Babeuf, desbaratada en Francia dos años antes, en 1796. La primera proponía, en la Bahía, el fin de la discriminación racial y de la esclavitud. La segunda, señalaba la entrada independiente de los trabajadores en temas políticos y sociales, cuando el capitalismo ya era la forma de dominación en Francia.

El desmantelamiento de la Conspiración de los Sastres no significó el fin de la agitación social. A partir de 1807, la tensión entre los trabajadores esclavizados de Salvador explotaría, periódicamente, para desembocar en la gran revuelta de los siervos de 1835. A pesar de la violencia de la Revuelta Malê, sus propuestas significaban un retroceso en relación con el ideario anterior, ya que proponía la muerte y esclavitud de los blancos y los pardos.

La represión del movimiento de 1798 lapidó la lucha y los cambios para toda la sociedad, extinguiendo la propuesta de contenido democrático y revolucionario de los sectores explotados de sociedad democrática e igualitaria. Al menos los abolicionistas radicalizados propusieron, nueve décadas más tarde, un amplio programa democrático similar.

NdT

[1] El senhor de engenho era el propietario de la hacienda y del complejo de producción de azúcar.

[2] Inconfidência Mineira o Conjuração Mineira fue el nombre dado a un intento de revuelta en Minas Gerais, en la que los líderes arrestados fueron acusados de inconfidência, falta de lealtad al rey.

Mário Máestri

Original: Bahia, 1798: A Revolução dos Jacobinos Negros

Traducido por Adrián Ballester Cerezo

Traduccciones disponibles: Français  English 

Fuente: Tlaxcala, 1 de noviembre de 2018