¿Por qué votaron a Bolsonaro? El sebastianismo brasileño y su influencia en las elecciones de Brasil

…habrá que pensar tácticas prontas y estrategias a largo plazo para que el ideal que anida en el fondo espiritual de cada brasileño se vuelva a sentir interpelado por las consignas de amor e igualdad y no por una mímica de un arma como lenguaje semántico.

Independientemente de que gane -como dicen las encuestas- o que se revierta el resultado -casi imposible-, la inmensa cantidad de votos que obtuvo Bolsonaro y que obtendrá en segunda vuelta, merecen, al menos, una búsqueda, un intento de explicación más allá de la proscripción de Lula, la campaña sucia, el entramado, que existe, entre medios y poder judicial.

Foto: Caco Argemi/CPERS

Comprender el resultado de las elecciones del 7 de octubre, la primera vuelta, y el que se dará el próximo domingo 28, puede dividirse en dos partes, si es que se puede ensayar una explicación al ascenso de la sinrazón explícita: la primera tiene que ver con desmenuzar el entramado político y la historia brasileña desde sus inicios hasta hoy, y la otra, es la que procura incursionar en las subjetividades del ser brasileño, del sentir más profundo de esa inmensa comunidad que tiene los suficientes rasgos en común como para generar un mosaico compacto y multidiverso que es el Brasil y su cultura, el Brasil y sus creencias, el Brasil y su espiritualidad, íntimamente ligado a estas elecciones y que es parte constitutiva de la estructura socio-política del país.

El sebastianismo, en el cual el mítico rey Sebastián, del cual hablaremos más adelante, es figura redentora y salvadora, habita inconscientemente en cada brasileña y brasileño. Si bien los movimientos milenaristas se dieron en el Nordeste principalmente, otros movimientos religiosos-espirituales-mesiánicos y milenaristas, también se dieron en el resto del territorio del actual Brasil. ¿En qué se reconocería un yuppie paulista como sebastianista? ¿O una universitaria carioca? ¿O un ganadero de Rio Grande do Sul? Quizás, a priori, en nada, pero en su inconsciencia social trabajan, se flexionan, se disparan los mismos resortes que en toda la sociedad brasileña, y mediante adaptaciones sincréticas, van acomodando los melones de manera tal, que cuando llegan momentos en que la sociedad plasma su existencia de manera material -por ejemplo, en las elecciones- ella/os también accionan de manera homogénea al escoger sus representatividades.

El Sebastianismo, por otro lado, es caldo primigenio, y nada más -y tampoco nada menos- que eso. Con lo cual esa esperanza de redención, de proximidad de la alegría, de establecimiento de la salvación, de cuidados promisorios y prometidos, impacta de las maneras más versátiles y encuentran el canal de vehiculización en las más diversas manifestaciones de la política y sus postulados.

Identificar esos vasos conducentes, esas capilaridades finísimas que conectan el interfaz de la sociedad brasileña y la lleva a votar como lo hace, es parte del objetivo de este ensayo. Por supuesto, que las respuestas, y cada uno de los condimentos con que se adereza este mejunje, abre compuertas que, cada una en sí misma, es un mundo a ser explorado y quizás lo hagamos en otra oportunidad; pero ahora nos basaremos en encontrar las demandas concitadas por el discurso de Bolsonaro y su enhebración con la espera de alguien que venga a ordenar la bagunça.

Condimentos fácticos

Brasil es un país que no ha resuelto determinados problemas que parecen enquistados en su inconsciente como sociedad. Desde tiempos coloniales, que, comparados con el mundo hispano, las rebeliones contra el poder imperial allende el océano Atlántico fueron mucho menos virulentas que las que sucedieron entre 1809 y 1824 en el continente americano. A diferencia de los años de guerras contra los realistas que ensangrentaron la patria grande de norte a sur, la independencia de Brasil fue dada con un grito, en Ipiranga, por un portugués de pura cepa y para seguir siendo el emperador del nuevo país que en la práctica, continuaba siendo el mismo país que antes.

Si bien en todo el continente, en ambos mundos ibéricos, el luso y el hispano, desde un primer momento de invasión colonial, hace 5 siglos, hubo focos de resistencias de pueblos originarios ante el avasallamiento de su libertad y luego hubo manifestaciones de resistencia por parte de aquellos que venían esclavizados desde África, generando los famosos quilombos, entre los cuales el de los Palmares se halla entre los más conocidos, el poder imperial en Brasil siguió constituyendo una forma casi natural de gobierno, y luego de instaurada la República, las formas autocráticas y de personalidades fuertes, del estilo de las que Weber caracterizaría como carismáticas.

Recién luego de las reformas pombalinas en Brasil y las reformas borbónicas en los virreinatos hispanos -reformas inscriptas en la línea del despotismo ilustrado que fortalecían a las monarquías en detrimento del poder de las oligarquías locales- las elites criollas decidieron, en muchos casos, unirse al resto de los que ellos mismos venían oprimiendo para concertar una unión estratégica para vencer a los mandos políticos de las correspondientes metrópolis. El caso portugués fue bien diferente del español, ya que, ante el avance napoleónico, su corte se traslada directamente a Brasil, generando una nobleza vernácula que no existió en el mundo hispano, con lo cual la independencia fue en realidad la refundación del imperio portugués de ultramar, ahora, con nobleza local.

Por otro lado, debido a la estructura de su economía se ubicaron a la derecha de las corrientes imperantes en la modernidad; es decir que, conjuntamente a EEUU, continuó con la explotación de la esclavitud cuando en el resto del orbe ya era una institución perimida. Incluso el país del norte, no sin antes pasar por una guerra civil de cinco años, terminó con el sistema esclavista en 1865; en Brasil tuvieron que pasar 33 años más, hasta el 13 de mayo de 1888, en que la princesa Isabel -siendo regente en ausencia de autoridad de su padre (1)- decretó la ley áurea, en la que quedaba abolida la esclavitud. No obstante, haberles concedido la libertad no les dio nada más. Quedaron cientos de miles de personas que de un día para el otro se hallaron a disposición del nuevo dios del sistema económico por fuera de la esclavitud: el capitalismo. Ahora eran fuerza de trabajo, pero una fuerza de laburo en totales condiciones de abandono ante el sistema de las grandes fazendas con capangas de látigo en mano. No habían cambiado las condiciones de vida, por el contrario, habían empeorado. La paga era mucho menos que lo que recibían de comida cuando eran esclavos. Antes ellos eran el capital; ahora sólo lo alimentaban.

Seguían manteniéndose las relaciones entre los blancos escravócratas devenidos en Coroneles y Fazendeiros y los ex esclavizados tal como lo  describe Freyre en Casa grande e Senzala. Y siempre se lo menciona a secas, así, pero el subtítulo de la obra es “Formación de la familia brasileña bajo el régimen de la economía patriarcal”. Lo que explica esa diferencia abismal entre aquellos que habitaban la Casa Grande y ese cuarto grande en el que dormían bastante hacinados las mujeres y hombres esclavizados. Ese estilo de formación de la estructura familiar del Brasil ha impactado de manera indeleble en la familia brasileña, y si bien el vocablo patriarcal dicho en 1933 no tenía la reverberancia semiótica que tiene ahora, nos da la pauta de que una parte constitutiva del brasileño del siglo XXI aún es patriarcal.

La familia patriarcal del hombre blanco que habitaba la Casa Grande, con connotaciones de diferenciación étnica son el modelo a seguir, incluso para aquellos que por clase social o pertenencia étnica nunca llegarán a ser esa familia patriarcal nívea. Pero sí van a imponer sus valores a través del hombre a su esposa sumisa y a sus hijos obedientes. Allí está, acaso, la primera clave del triunfo del ideal bolsonarista. La familia es algo que hay que mantener intacto, sin máculas. Y no hace falta, aunque tenga su impacto, hacer un fake y difundirlo por Whatsapp. En el inmenso cúmulo de intereses que nuclea y atesora como un abanico de demandas la sociedad, en términos laclaulanios, la interpelación bolsonarista a la familia como institución intangible no necesita de un fake. Para los que están detrás de esa demanda, el solo hecho de que haya una materia que incluya la palabra con la x en el medio en la escuela ya es escandaloso.

También a partir de la diferenciación que marca Freyre, se puede entender otro rasgo de por qué gran parte de la sociedad brasileña apoya a un hombre cuyo hijo jamás se casaría con una negra porque está bien educado: la diferenciación racial mora en el interior del brasileño como un status quo.

Ahora bien, no podemos dejar de reconocer que los símbolos hacen mella en el ideario nacional, y a cada niño/a le hacen amar los símbolos patrios desde la más tierna edad, con lo cual, cada brasileña/o que aún no ha realizado una apreciación crítica de la historia de su país, tiene al orden y al progreso -ideales positivistas por excelencia- como un mandato aspiracional de carácter patriótico, con lo cual, al hablar de Orden y Progreso, Bolsonaro les habla al inconsciente patriótico del niño que lleva dentro cada brasileño.

Durante fines del siglo XIX y principios del siglo XX las ideas eugenésicas y lombrosianas se hicieron con el sentido común del aspiracional brasileño. Los procesos de blanqueamiento, como los que señala Tavaré Bastos (2) en su libro, deben incorporar al trabajador migrante de Rio Grande do Sul, ideal del europeo blanco, ilustrado y cristiano, para ir acabando con el indolente negro de Bahía. La idea de que el negro era inservible vive y pervive en las palabras de Bolsonaro cuando habla despectivamente sobre los quilombolas, esos hombres que sí viven en comunidad democrática a su interior y trabajan la tierra, y que él caracteriza como gordos ociosos. Y a pesar de que se estima que hay más de tres mil quilombos en todo Brasil (3), no le importa lo que piensen, ya que la inmensa mayoría del resto del país ha vivido años con esa opresión, esa inferiorización psicológica que ha dejado mella en muchos brasileños y brasileñas, producto también de que el ideal del blanqueamiento se apoderó de sus subjetividades. En el censo de 2010 (4), el 50,7 % de la población se considera negra o mestiza, pero entre los más pobres sólo el 70%. De tal manera que no podríamos explicar, a no ser por lo anteriormente dicho, el porcentaje de votos que ha sacado el candidato de la derecha racista, aunque también debemos decir, que en el Nordeste, en la cual se concentra la mayoría de la población negra ha ganado el PT y Haddad. Tal vez un reconocimiento a las políticas inclusivas de los gobiernos de Lula y Dilma.

Sin embargo, las barbaridades racistas (porque aquí se divide a la sociedad en términos de razas, contradiciendo a Quijano y lejos de la ponderación latina que han hecho los mismos latinos, sobre todo en México y Centroamérica) no los conmueve. Es decir, que más allá de que el 49 y pico % no se considere ni negro/a ni mestizo/a -es decir, blanco o indígenas puros, aunque los indígenas puros son sólo 817.963 de 190.755.799, ni el 0,5% de la población (5)-, e incluso creyendo que todo/as los/as blancos/as son racistas, no se llegaría a más del 50% de los votos, eso significa que gran parte de la población mestiza no se hace cargo de su componente negro y no se siente insultado ni aludido como inferior, indigno de formar pareja con un blanco como el hijo de Bolsonaro, el diputado más votado de la historia de Brasil. Habrá que ver cómo se reconocen a sí mismos/as las/os brasileñas/os del censo de 2020, pero hasta ahora, desde un enfoque político, se sentirían o les gustaría pertenecer a esa élite que representa Bolsonaro. De alguna manera los identifica.

El recorte de los resultados según la región también da cuenta del crecimiento que ha tenido durante los últimos treinta años, sobre todo en el nordeste, la valorización de la africanidad. Esto se intensificó con gran incentivo desde el Estado y desde el Ministerio de Cultura de Gilberto Gil, primero, y de Juca Ferreira después. Siendo ésta, la región del nordeste, donde más negros/as hay y donde Bolsonaro perdió.  Pero en términos nacionales impera la idea de un Brasil con una élite blanca, a la cual adscribe o cree pertenecer gran parte de la población brasileña, incluso un taxista de Belo Horizonte.

En Brasil, por otro lado, la dictadura instaurada en el 64 no fue revisitada debidamente y los delitos de lesa humanidad han quedado impunes. Dictadura llevada a cabo por una clase militar de coroneles del 30 devenidos en generales en el 64. No fue el tipo de dictadura que se vivió en Argentina o en Chile. A la mano férrea le agregaron el prestigio de haber regresado vencedora de la segunda guerra mundial e inaugurar un proceso desarrollista en cuanto a lo económico bien diferente a los liberalismos desreguladores del resto del continente. Pero lo absurdo es que Bolsonaro cree que para haber sido exitosa del todo -la dictadura que él llama revolución-, y lo dice a boca de jarro, deberían haber matado a 30000 personas. No sé si conoce el número de desaparecidos que hubo en Argentina, pero lo cierto es que es sugestivo y tenebroso.

El militarismo en Brasil ha vuelto con todo: cantidad de militares que engrosan las listas bolsonaristas escogidas por la mayoría de la población. Militarismo expuesto como la solución al problema de la violencia y la inseguridad. Nada más lógico para los/as brasileños/as, que si quieren seguridad la obtengan de quienes son “expertos” en ella; eso sin darse cuenta que desde el vamos cualquier tipo de militarización de la policía implica una desnaturalización de su razón de ser, que no es la seguridad interna, sino fronteriza e internacional.

Por otro lado, luego de años de verse gobernados/as por alguien como Dilma Rousseff, para quienes en la lógica binaria castrense es el enemigo, a secas y sin atenuantes, volver a poner orden y progreso en el país es un imperativo patriótico, aunque ese patriotismo implique aliarse nuevamente, como en la Segunda Guerra, con Estados Unidos y el occidentalismo cristiano. La enorme diferencia entre aquel Estados Unidos y este, es algo en lo que ni siquiera se han detenido a pensar los brasileños.

Los militares brasileños sufrieron en el pasado, en el período imperial, el desconocimiento de sus cualidades; siempre creyeron que no se les había pagado su sacrificio. Los militares que lucharon en la guerra del Paraguay fueron totalmente desatendidos por la corte y vieron reducido su ejército en los últimos tiempos de Pedro II, a fines del S. XIX, su presupuesto, su ejército y su poder (6). Otra institución que vio mellado su poder fue la Iglesia en los primordios de la República; es decir que los dos sistemas -Imperio y República- y la superestructura que dio comienzo al siglo XX en Brasil contaba en su interior con los lacerados por esos sistemas, con lo cual, las cosas no seguirían un curso armonioso. Ejemplo de ello sería la revolución del 30, que devino en el varguismo, una opción nacional de corte anticomunista y luego el golpe del 64, cuyos militares y los civiles de la lista 17 reivindican como Revolución, de estilo desarrollista, dictatorial y aunque menos lesiva que la se instauró en Argentina y Chile, también incurrió en delitos de lesa humanidad y utilizó los mismos métodos bestiales que aquellas; todas bajo la doctrina de la Escuela de las Américas de Panamá, bajo comando norteamericano. Estos últimos golpistas también eran anticomunistas, con lo cual el sistema de propaganda anticomunista viene de larga data, y si bien no existían en el siglo XX las fake news, ni la Lawfare, ya existía la mentira de propaganda goebbeliana y cuando éramos chicos/as todas las niñas y niños sabíamos desde la escuela que los comunistas se comían a los pibes crudos.

En países como México y Colombia se intentó combinar seguridad con el accionar de las Fuerzas Armadas: estas medidas no sólo no fueron efectivas, sino que recrudecieron la violencia y aumentó el número de víctimas inocentes en el territorio. Esta vez, en Brasil, con el ropaje de la democracia, los militares se harán cargo de la seguridad pública como si fuese una inmensa favela de un morro de Río, sin tener en cuenta que los índices de violencia señalan que la inmensa mayoría de los muertos son hombres, negros y pobres. En tanto no disminuya la desigualdad no van a acabarse las manifestaciones materiales de la misma en forma virulenta. Pero la derecha se arroga la presunción de que cuenta con las armas y la tecnología necesarias para acabar con los “bandidos”, incluyendo como bandidos, por supuesto, a los adversarios políticos. Hallan que cuentan con la fuerza necesaria pero no solo de parte de las propias fuerzas de seguridad, sino de los entrepreneurs de la seguridad, la libre portación de armas para defenderse por mano propia y una especie de doctrina Chocobar que despejaría el camino de trabas jurídicas para que la “gente de bien” pueda defenderse de los “bandidos”. La falta de respuesta concreta sobre seguridad que demandaba la sociedad brasileña, de una forma contundente y sin ambages la ofreció Bolsonaro. Puede no gustarnos, pero la dio.

Las sociedades responden de diferentes maneras ante el miedo. Pueden responder agresivamente o con derechos, garantías y obligaciones y se podría afirmar que, a mayor miedo, más agresiva se presenta la terapia de la “cura”. Podríamos decir que hay un nuevo Leviatán monstruoso suelto en Brasil, que se ha conformado en el ideario brasileño como una bestia expuesta y moribunda, pero peligrosa y que para matarla están renegociando un contrato, en el que la sociedad delegará de manera hobbesiana sus derechos y parte de su libertad con tal de que los protejan. Cuentan que la madre de Hobbes dio a luz a su hijo en medio de una crisis de terror por tener arribando a las costas de Inglaterra a la Armada Invencible; y de alguna manera, ese terror, esa sensación de inseguridad devino en el pensamiento hobbesiano y su visión del hombre como lobo del hombre, para lo cual era necesario un pacto social en el que se resignaban libertades para obtener cuidados.

Con la constitución del 88 se instaló una democracia boba que no debía alterar el desequilibrio social, debía administrarlo de forma que no explotase, pero bajo ningún concepto debía subvertir las variables que hacen del subcontinente brasileño uno de los más desiguales del mundo. Pero entonces llegó el PT, y no solo el PT, sino Lula y su carisma, a sacar al 30% de la población de la pobreza, a promover un 40% hacia la clase media y a insertar a Brasil dentro de los BRICS, el conglomerado de países emergentes que reúnen a la mayoría de la población mundial y que juntos son, por lejos, la primera economía mundial, desestabilizando el tablero internacional en el que el mundo unipolar post caída del muro de Berlín, venía a demostrar la teoría fukuyamista del fin de la historia. Brasil fue una parte constitutiva para alterar ese orden mundial y pasar a un mundo multipolar en el que se juega la preeminencia de diferentes tipos de sociedades.

Los medios de Brasil han alimentado con su introyección de discurso antipolítico, la idea de que un político que lleva veinte años como diputado y que es cabeza de un clan patriarcal inserto en la política, sea visto como un outsider, un hombre impoluto y ajeno a las suciedades de la política que manchó no solo al PT, sino al partido de F. H. Cardoso (el PSDB) y al PMDB, cuyos cuadros han venido participando de todos los gobiernos brasileños desde el regreso de la democracia. Pero esa misma falta de respuesta a los problemas que percibe la sociedad brasileña como problemas, son los que hacen que crean que, si la democracia no resolvió esos problemas, es hora de que alguien lo resuelva; y de la manera que sea. La letanía anticorrupción obtura la discusión política y cobró vuelo propio, es como un Frankenstein que opera en las conciencias y ha triturado la creencia en las posibilidades de la política como herramienta popular para elegir los destinos patrios.

Condimentos mágicos

El lema de Bolsonaro es otra de las cuestiones que es afluente del ideal sebastianista brasileño: Brasil encima de todo, Dios encima de todos. Además de las manipulaciones a las que son sometidos/as los/as seguidores/as de las iglesias pentecostales, existen postulados religiosos a los que apela el versátil y amplio cristianismo católico evangélico de Jair Messias. Pero el lema es muy bueno para interpelar a la sociedad brasileña. Primero el llamado a un chauvinismo futbolero que ve, ilógicamente, al PT como el portador de una bandera roja que va a sustituir a la tricolor. Digo ilógico porque durante los 13 años y monedas que gobernó el PT nunca hubo un solo atisbo de cambiar la bandera o que preponderase la roja partidaria por sobre la de Brasil; y además de ilógico, incoherente, sobre todo cuando vemos flamear en las marchas pro Bolsonaro banderas israelíes y algunos seguidores con chalecos del Mossad; aunque el color predominante sea el verde, el amarillo y el azul. Y segundo, apela a la idea preexistente de Brasil como país elegido. Si Brasil está encima de todo, como objeto; Dios está encima de todos como sujeto. Y eso hace que el voto confesional se vea irremisiblemente incorporado al lema; si a ello se le suma la campaña de fakenews sobre los proyectos de homosexualización y sexualización de la educación primaria, podemos concluir que el voto de los más religiosos irá para el lado que mande el pastor.

Y aquí es donde el sebastianismo vuelve a incidir. Por si no lo he dicho, el sebastianismo brasileño es una corriente milenarista que ha contado entre sus más destacadas epopeyas a la resistencia de la comunidad de Antônio Conselheiro en Canudos, que derivó en una matanza que se llamó Guerra de Canudos, a fines del siglo XIX. Luego vino la experiencia del beato Lourenço, en Juazeiro do Norte, en Ceará y las recorridas del Padre Cícero por el sertón brasileño del Nordeste. Los sebastianistas están esperando que vuelva el rey Sebastián, muerto míticamente en África para redimir a los sufrientes de todos los males que los aquejan; y en ese sentimiento que espera un redentor, las figuras fuertes de corte weberiano, aquí, en América del Sur, no terminan en un Mussolini o el fascismo, sino en un Coronel de García Márquez o, en su versión brasileña, en Bolsonaro.

Las experiencias de Canudos y de Caldeirão fueron experiencias de sociedades independientes que acogían a los flagelados de la sociedad, a todos aquellos y aquellas que la liberación de la esclavitud los había transformado en parias por tierras secas, a los indígenas despojados de su identidad y cristianizados a bastonazos pero alejados de las mieles de las que gozaban los cristianos blancos, a los secretados por las ciudades que no precisaban de sus servicios y el campo que no requería su mano de obra. En esas sociedades hallaron el camino para reencontrar la humanidad, una humanidad sencilla, temerosa de Dios, que procurara por medio de la bondad y la apropiación del evangelio un camino digno hacia los cielos; y la dignidad, en esos casos, radicaba en un anatema para la iglesia de aquellos tiempos: eran sociedades igualitarias. Pero además, en esas sociedades, sobre todo en la de Caldeirão, se le quitaba el poder de explotación bestial que tenía el fazendeiro. La de Canudos fue arrasada luego de cuatro intentos en 1897 y los restos del Consejero fueron secuestrado y desaparecidos para que no tuviesen lugar que fuera pasible de convertirse en santuario, y la ciudad de Canudos, la original, fue tapada por un dique. La de Caldeirão, también fue desmantelada a sangre y fuego por un ejército que contó con el apoyo de la Iglesia y los terratenientes en 1937 (7).

Esas experiencias de comunidades exitosas en cuanto a integración y supervivencia no fueron toleradas por el Orden y el Progreso, pero sus míticos ideales permearon el espíritu del brasileño a través de la empatía que habían desarrollado sus líderes con la opinión pública de la época. El libro de Euclides da Cunha -corresponsal durante la mentada guerra-, Los Sertones, inmortalizó en términos positivistas aquella lid, pero dejó testimonio que luego cobraría vuelo propio y varias reinterpretaciones.

Aquellos/as que están esperando a algún redentor para todos/as aquellos/as problemas para los cuales el Estado o la iglesia tradicional no ha dado respuestas, las encontró en las iglesias evangélicas. Pero también es importante mencionar, que del 30% de evangélicos que hay en Brasil adscriben a la corriente pentecostal. Esa vertiente adoradora del pentecostés, asume la vigencia y actualidad de los dones del espíritu santo y sus manifestaciones, con lo cual, el milagro tangible queda al alcance de la mano. El cóctel que se bate en los rincones más abyectos, más degradados de la sociedad brasileña, en las cárceles y en los prostíbulos, junta ingredientes como angustia extrema, necesidad vital, fe crédula y pastores entrenados para que sucumban en una crisis de nervios o estallido espiritual como si estuviesen verdaderamente alcanzados por el Espíritu Santo y así lo creen.

Además, el rey Sebastián no proviene del mundo de los muertos, sino que es un encantado (8), es decir, tiene los poderes divinos en vida y eso es algo que coincide absolutamente con el ideal pentecostal que necesita que el poder divino encarne en la actualidad y a su lado.

Durante la década del 70 la Iglesia tradicional católica no permitió disidencias y persiguió a aquellos sacerdotes que adscribían a la teología de la liberación o a la opción por los pobres. Hace una semana y media, João Paulo, exprefecto de São Paulo y formado en sus inicios en la Juventud Obrera Católica, nos contaba que esa persecución y el consecuente alejamiento de la Iglesia de Roma de los más necesitados, hizo que nacieran iglesia como la Iglesia Universal del Reino de Dios donde se sustituyó la teología de la liberación por la teología de la prosperidad, bien a tono con el emprendedorismo del credo neoliberal.

La cruzada de los pastores contra el PT (a quien acompañaron en el primer gobierno de Lula y a los cuáles la izquierda materialista histórica de Brasil no llegó a comprender nunca) han hecho un sistemático trabajo de demonización del Partido de los Trabajadores, acusándolo de ser el culpable de lo que ocurre ahora en Brasil, como si las políticas impuestas por Temer hubiesen sido la única salida que les hubiese dejado el PT. Es el hombre que le echa la culpa de la violación a la mujer que dejó la puerta abierta de su casa y no al violador que la consuma. El PT es el diablo, sin eufemismos; así se lo caracteriza. Es el mismísimo Belcebú que se ha metido en la vida de los fieles y ha ocasionado todos los males que aquejan al país. No hay matices, no hay aciertos, no hay errores. Todo lo malo es culpa del Diablo.

Así, resultan personajes como el que me encontré en Garanhuns, ciudad más próxima a Caetés, que es donde nació Lula. El hombre, negro, defendía a Bolsonaro. Yo argumentaba y él contrargumentaba con que eran todos ladrones; yo argumentaba otra cosa, y él contrargumentaba con que eran todos ladrones; yo insistía en tocar su amor propio como negro, diciéndole lo que opinaba Bolsonaro de los negros y él contrargumentaba con que eran todos ladrones; a mi última argumentación, se ve que ya aburrido de la cuestión, el hombre me dijo que votaba a Bolsonaro porque así se lo había dicho Dios.

No importa lo que se pueda argüir, no interesa que diga barbaridades antidemocráticas, racistas, homofóbicas, misóginas, etc. Como se dice vulgarmente, en el episteme de los votantes de Bolsonaro no entran las balas.

De todas las iglesias que apoyan al candidato del Partido Social Liberal, la más importante es la Iglesia Universal, la misma que tiene un templo magnificente con frente mentiroso en la avenida Corrientes. El líder máximo de esa iglesia Edir Macedo, es el dueño de la red de televisión Record, que desafió a los medios tradicionales emitiendo una grabación de Bolsonaro al mismo tiempo que quedaba su silla vacía en los estudios de O Globo. No obstante, a pesar de haberse ganado un nuevo enemigo con el logo del multimedio, se ganó también la admiración de muchos brasileños que ven en la actitud desafiante una característica de valentía que sustituye a su cobardía para acudir a un debate. Pero más que cobardía, digámoslo y pongámonos en sus pantalones, es una buena estrategia.

No hay ninguna ley que diga que es obligatorio que Bolsonaro vaya al debate. Con lo cual, y luego de la atinada puñalada que lo marginó de los mismos durante la primera vuelta con justificativo médico, ahora directamente asumió el costo de no ir a un debate, sabiendo que gana mucho más eludiéndolo, sobre todo punteando las encuestas, que lo que pierde yendo a hacer un papelón con alguien como Haddad, mucho más acostumbrado a los debates por su condición académica. ¿Por qué ir a debatir con quien está más preparado? Alcanza con deslegitimarlo al grito de corrupción. A quienes sí llega al oído, han sido acunados los últimos diez años con la letanía de los medios de comunicación que obturaron el debate político tras el implante del chip de la corrupción como elemento para zanjar cualquier debate posible. Y eso, a los únicos que parece molestarles es a los seguidores de Haddad. Los que están convencidos de votar a Bolsonaro -al menos a todos los que lo votaron en la primera vuelta- escucharlo decir que meterá preso a toda la petralhada (forma peyorativa equivalente a los Kakas de la derecha argentina para referirse a los kirchneristas) y cuyas opciones, incluso para el actual candidato a la presidencia, serán la prisión o el exilio.

Esta arenga para dividir a la sociedad de forma maniquea también es una manera divina de separar y desclasar entre aquellos que se hallan del lado del bien: con Dios; y aquellos que están del lado del mal: ateos y comunistas.

Ese discurso no es el discurso que procura superar la grieta en Argentina, aunque solo sea discursivo; Bolsonaro no viene a gobernar para todos/as los/as brasileños/as; viene a gobernar para los verdaderos brasileños, que excluye sistemáticamente a todo el arco opositor que no lo va a votar. Y no es que se proponga separar al rico sur, que lo vota en masa, del más empobrecido nordeste, que por opción y pertenencia de clase vota con reconocimiento a quien más hizo por ellos/as en la historia; sino que directamente propone la sumisión absoluta de quien pierde o el camino del exilio.

La criminalización del MST (Movimiento de los Sin Tierra) y el lobby con los empresarios mineros y madereros para que se apropien de los recursos de las comunidades originarias, confluyen con los intereses de los que plácidamente desde su departamento en São Paulo, y sin haber hecho ni siquiera una germinación en el primario, se identifican con el progreso que encarnan los neocoroneles, y en detrimento del “atraso” que significa otorgarles tierras a pueblos ociosos que la miran como a una diosa. Estos/as ciudadanos/as de ciudades, valga la redundancia, ven en el capitán retirado a un restaurador de los viejos privilegios que hacía del Brasil un país pujante; también ellos/as ven, a su manera, la llegada de un redentor.

Sin duda me estoy extendiendo demasiado, pero es necesario, a veces, superar el intento de síntesis del artículo periodístico, para pedir un poco más del/la lector/a, sobre todo si buscamos entender de una manera no superficial los acontecimientos complejos que se están dando en Brasil y en el mundo. Quizás en los elementos que fuimos desgranando tengamos la clave para pensar los motivos por los cuales Bolsonaro vaya a ser el próximo presidente de Brasil, y seguramente quedaron muchos en el tintero, pero me parecía necesario superar la idea del fakenews como único responsable o la coordinación del equipo de Donald Trump de la campaña de Bolsonaro.

Creo que ha sido un error no nombrarlo. Para conjurar, se debe nombrar, hasta que pierde sentido y potencia el nombre; la omisión de su nombre hizo crecer su carga semiótica para aquellos que empezaban a verlo, sobre todo luego del facazo, como si su segundo nombre no fuera una casualidad: Messias.

Ahora lo que queda es el aporte de los/as lectores/as para enriquecer más este ensayo, la procura de ida y vuelta y el agregado de aquellos ítems que no mencioné o que lo hice de manera endeble. También, por supuesto, queda pensar las estrategias para modificar lo que está ocurriendo en Brasil y en el mundo, pero eso lo dejaremos para una próxima entrega; solo les puedo decir que nada es para siempre, nada es irreversible y los tiempos históricos, lamentablemente, no se pueden acomodar a nuestros deseos políticos mortales; con lo cual, habrá que pensar tácticas prontas y estrategias a largo plazo para que el ideal que anida en el fondo espiritual de cada brasileño se vuelva a sentir interpelado por las consignas de amor e igualdad y no por una mímica de un arma como lenguaje semántico.

Notas:

1 – Aún hoy se discute si la proclamación de la Ley Áurea fue una rebelión de Isabel frente a su padre, o bien su padre, el emperador Pedro II -un viejito que imperó durante 58 años desde el trono- no podía soportar ser el artífice de la derogación de la esclavitud.

2 – Tavares Bastos, Aureliano: Os Males do Presente e as Esperanças do Futuro, São Paulo, Companhia Editora Nacional, Serie 5ª, Brasiliana, vol. 151, Bibliotheca Pedagogica Brasileira, 1939, p. 30. En http://www.brasiliana.com.br/obras/os-malesdo-presente-e-as-esperancas-do-futuro-estudos-brasileiros/pagina/30

3 – http://basilio.fundaj.gov.br/pesquisaescolar_es/index.php?option=com_content&view=article&id=1093%3Aquilombolas&catid=51%3Aletra-q&Itemid=1

4 – https://censo2010.ibge.gov.br/

5 – Habrá que ver como se reconocen a sí mismos los brasileños del censo de 2020

 https://indigenas.ibge.gov.br/graficos-e-tabelas-2.html

6 – Barroso, Gustavo. História militar do Brasil.  https://www.docdroid.net/imjoyNp/historia-militar-do-brasil-gustavo-barroso.pdf#page=5

7 – Par mayor lectura sobre Canudos recomiendo tanto Los Sertones, de Euclides da Cunha, como La guerra del fin del Mundo de Vargas Llosa. Para conocer la historia del beato Lourenço, recomiendo la lectura del excelente ensayo del historiador Tarsicio Marcos Alves, de 1994, llamado A Santa Cruz do deserto. Ideologia e protesto no sertão nordestino. A comunidade igualitaria do Caldeirão.

8 – Un encantado es un ser con poderes de santo y condiciones mágicas que habita en varias playas de islas a lo largo del litoral entre Belém y São Luís, y es una entidad de origen africano, aunque luego se sincretizó con otras corrientes en el resto del país. Maués, Raymundo Heraldo: Um aspecto da diversidade cultural do caboclo amazônico: a religião.

http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0103-40142005000100016

Por Adrian Dubinsky

Fotografía:

Negra Mala Testa-Relampagos– ensayos cronicos en un instante de peligro, 27 de octubre, 2018