Marxistas, populistas y progresistas en América Latina

Los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en América Latina han tenido que enfrentar una confrontación permanente: intentos de golpe de Estado, persecución y judicialización politizada.

Los partidos de las izquierdas marxistas nacieron en América Latina con el inicio del siglo XX. Se fortalecieron con el triunfo de la Revolución Rusa (1917), luego con la expansión del socialismo en el Este europeo, al concluir la II Guerra Mundial (1939-1945); tuvieron un avance con la Revolución China (1949) cuyo proceso, sin embargo, provocó rupturas en la década de 1960; y desde la Revolución Cubana (1959) crecieron en influencia y dinamizaron la lucha social.

Presidentes progresistas: Néstor Kirchner, Evo Morales, Luiz Inácio Lula da Silva y Hugo Chávez Frias

El marxismo también amplió su influencia teórica entre los no militantes partidistas ubicados en la clase media, los profesores y estudiantes universitarios, los académicos, intelectuales y gente del área cultural, pero también entre líderes de diversos movimientos sociales, particularmente trabajadores. En Ecuador hubo célebres dirigentes indígenas en la fundación del Partido Comunista y particularmente de la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI, 1944), como Jesús Gualavisí, Ambrosio Lasso, Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña.

El marxismo latinoamericano forjó una tradición de lucha a favor de la población dominada, por la conquista de derechos laborales, la promoción de los indígenas y campesinos, la movilización reivindicativa general. Pero solo en Cuba, y luego en Nicaragua (1979), se logró el triunfo armado; y exclusivamente en Chile el triunfo presidencial con Salvador Allende (1970-1973), liquidado por el fascismo militar anticomunista inaugurado por Augusto Pinochet y reproducido en el Cono Sur por otras dictaduras similares.

El marxismo partidista fue afectado por las multidivisiones derivadas del hecho de que cada fracción asumía ser la representante auténtica del proyecto revolucionario, así como de la correcta interpretación marxista y de la única y verdadera izquierda. Hubo dogmatismos e incoherencias que igualmente limitaron las acciones. Largamente se despreció la democracia representativa y electiva, a pesar de que, a menudo, hubo alianzas “estratégicas” con otros partidos y hasta con gobiernos, para conseguir candidaturas, representaciones políticas o puestos burocráticos.

De modo que las izquierdas marxistas no pudieron edificar alternativas de poder propias. Hay que sumar las tremendas condiciones sufridas por la guerra fría latinoamericana, lanzada contra cualquier izquierda identificable como peligro “comunista”, en la que han sido perseguidos, torturados, desaparecidos y muertos miles de personas.

Finalmente, el derrumbe del socialismo en el mundo y con ello la ruina del marxismo como teoría, afectó a los partidos marxistas que quedaron reducidos a fuerzas marginales en la vida partidista de los distintos países latinoamericanos, aunque en unos con más impacto que en otros. En Ecuador, a partir de la década de 1990 (incluso mucho antes) el Partido Socialista, pero también el Movimiento Popular Democrático (MPD) vinculado al Partido Comunista Marxista Leninista (PCML pro-chino), se acomodaron, a través de sus dirigentes, a las nuevas circunstancias, lograron prebendas y espacio político en las filas de la “partidocracia” y en distintas ocasiones sus diputados estuvieron junto a las derechas en las decisiones legislativas. Otras agrupaciones, como el PCE (Partido Comunista de Ecuador) quedaron reducidas a círculos absolutamente minoritarios y con escasa representatividad.

El marxismo partidista forjó una tradición de lucha en América Latina a favor de la población dominada, pero no pudo construir alternativas de poder propias.

Entre ellos el APRA, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre (1930) en Perú, o Concentración de Fuerzas Populares (CFP) fundado (1949) por el “capitán del pueblo”, Carlos Guevara Moreno, en Ecuador. Incluso hay quienes incluyen en esos populismos clásicos a la Revolución Nacional de Bolivia, de 1952.

El populismo latinoamericano mereció amplios y serios estudios. Destaco a Ernesto Laclau (1935-2014), quien persistió en interpretarlo en forma positiva y como fortalecedor de la democracia, contrariamente a lo que pensaron muchos de los críticos. Lo común ha sido destacar el papel del líder, la movilización de masas y el proceso político para superar el régimen oligárquico.

Ese populismo inauguró políticas inéditas que incluyeron nacionalizaciones, activo papel del Estado en la economía, redistribución de la riqueza, la provisión de amplios servicios públicos, la orientación favorable por los trabajadores y claras posiciones antimperialistas. ¿Se ubicaba en la izquierda? Desde luego, no en la marxista; pero cierto dogmatismo teórico ha impedido ubicarlos en el espectro de la izquierda política, en el que los marxistas ocupan su propio espacio.

En todo caso, coincidiremos en que el marxismo descubrió las raíces y naturaleza del capitalismo, dio bases científicas a la teoría social y posibilitó que los partidos marxistas (a diferencia de las otras fuerzas de izquierda) comprendan que, en última instancia, solo la abolición del capitalismo permitirá el surgimiento de una nueva sociedad.

Para los marxistas “radicales”, que soñaban en llegar al “socialismo” al siguiente día, esos populismos latinoamericanos no resultaban más que regímenes burgueses revestidos de fraseología popular, pues lo único que hicieron es apuntalar el capitalismo. Como se ve, nada comprendieron de aquellos procesos históricos.

Fue igual su incomprensión de otros gobiernos populistas, pero militares, como el “socialista” del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975) en Perú o el “nacionalismo revolucionario”, del general Guillermo Rodríguez Lara (1972-1976) en Ecuador, que rompieron con la “tradición” del militarismo oligárquico del pasado y estuvieron lejos del militarismo terrorista y pro-imperialista del Cono Sur.

Tras la experiencia de los gobiernos populistas clásicos (a diferencia del concepto teórico e histórico del pasado, hoy se etiqueta como “populista” a cualquier cosa), un nuevo ciclo de gobiernos de izquierda en América Latina (insisto, no necesariamente marxistas) se inició con Hugo Chávez (1999-2013) en Venezuela.

De hecho, José Natanson, en una de las primeras obras escritas sobre este tipo de gobiernos (La nueva izquierda. Triunfos y derrotas de los gobiernos de Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela, Chile, Uruguay y Ecuador, 2008) incluye en la tendencia a los presidentes Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015) en Argentina; Evo Morales (2006-hoy; en Bolivia, Inácio Lula da Silva (2003-2010); en Brasil, Michel Bachelet (2006-2010 y 2014-2018) en Chile; Rafael Correa (2007-2017) en Ecuador; Tabaré Vásquez (2005-2010 y 2015-hoy) en Uruguay, y Hugo Chávez.

Los gobiernos progresistas y de nueva izquierda en América Latina han tenido que enfrentar una confrontación permanente: intentos de golpe de Estado, persecución y judicialización politizada.

Sin duda hay que sumar a Dilma Rousseff (2011-2016) en Brasil, a José “Pepe” Mujica en Uruguay (2010-0215) y a Nicolás Maduro (2013-hoy) en Venezuela. Es forzado incluir a Bachelet, quien no desmontó el neoliberalismo chileno, aunque ejerció, sin duda, un gobierno democrático; pero también hay autores que han incluido, en el ciclo progresista a Salvador Sánchez Cerén (2014-hoy) en El Salvador; Manuel Zelaya (2006-2009) en Honduras; Daniel Ortega (2007-hoy) en Nicaragua; Fernando Lugo (2008-2012) en Paraguay; Leonel Fernández (2004-2012) en República Dominicana, con lo cual el “progresismo”, como concepto, tiene una amplitud que merece precisarse, porque engloba a procesos políticos con marcadas diferencias.

Sin discutir los alcances del término ni centrarme en cada país, los gobiernos progresistas, democráticos y de nueva izquierda reaccionaron, en general, contra el modelo neoliberal y empresarial que los precedió, reforzaron el papel institucional del Estado, definieron el poder político a favor de los sectores populares y laborales cuestionando la hegemonía del capital, impulsaron la obra pública, extendieron los servicios sociales en educación, salud, medicina, seguridad social, atención a sectores vulnerables.

También cuestionaron el imperialismo, reforzaron el latinoamericanismo, elevaron los valores nacionales e intentaron cambios en las relaciones económicas mundiales. Los más radicales del ciclo han sido los gobernantes de los países bolivarianos: Morales, Correa, Chávez y Maduro.

En todo caso, el conjunto de políticas del progresismo latinoamericano levantó poderosas fuerzas contrarias y de oposición: oligarquías tradicionales, altos empresarios, medios de comunicación privados, imperialismo. En esas políticas se alimentó la confrontación permanente, la conspiración, intentos de golpe de Estado (Venezuela, Ecuador y Bolivia) y golpes blandos exitosos (Brasil, Honduras, Paraguay).

Una vez finalizadas las presidencias, las mismas fuerzas sustentan la “descorreización de la sociedad en Ecuador, así como la avanzada anti-kirchnerista en Argentina, de la mano de los presidentes Lenín Moreno y Mauricio Macri, respectivamente; a lo cual se suma la persecución y la judicialización politizada, como se evidenció con Lula y se reproduce en los países nombrados.

Así como el populismo clásico fue señalado como una nueva expresión burguesa, lo mismo ha sucedido con el progresismo contemporáneo. Difícilmente se les comprendió como períodos dentro del espectro político de la izquierda latinoamericana. Y continúa, hasta hoy, el dogmatismo de aquellas fuerzas marxistas tradicionales que no los admiten en ese espectro, pues siguen considerándose como únicas y verdaderas izquierdas, por más que su presencia histórica está rebasada y ya no ofrecen la alternativa que, en cambio, supieron crear las nuevas izquierdas.

Juan J. Paz y Miño Cepeda para La Pluma, Quito, Ecuador, 15 de octubre de 2018

Editado por María Piedad Ossaba

Publicado por Firmas Selectas de Prensa Latina

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