Marionetas con olor a banano

Poco cambian estas Américas. Permanecen casi todos los males. Si el progreso no es para todos, entonces no es progreso, como decía Sábato. El complejo de la Malinche continúa.

Volvimos a la lectura musical de la trilogía bananera de Miguel Ángel Asturias, con sus filibusteros gringos, con esa manera sin ambages ni escrúpulos de penetrar a América Latina, como si fuese prostituta que, además de placeres de urgencia, puede feriar su dignidad y su catre. Y en esas lecturas despaciosas, en las que a veces el estilo del novelista presenta arritmias y desliza uno que otro juego de palabras, repasamos los atentados y violaciones a las llamadas por la gringada neocolonialista “repúblicas bananeras”.

Trilogía bananera

Y así, entre mitos, rezanderías, embrujos, alzamientos, explotaciones de mano de obra y múltiples despojos, personajes como el Papa Verde, una representación del anexionismo imperialista y de los modos poco ortodoxos de las compañías (en este caso, de plantaciones de banano) para desnaturalizar las culturas locales y cooptar a los arrodillados, las novelas de Asturias nos remiten a una desventurada realidad que continúa hoy sin muchas alteraciones, pero sí con clases dirigentes muy serviles.

A los extranjeros depredadores y a sus lacayos, se oponen personajes como Chipo Chipó y Mayarí, representaciones de la resistencia popular. La compañía bananera, que en la vida real era la United Fruit Company, la misma que en Colombia promovió la masacre de las bananeras en 1928, es la misma que por toda Centroamérica tuvo sus enclaves desde 1899.

Y los de la compañía, con sus adláteres criollos, compran periodistas, queman rancherías, siembran el terror para quedarse con las tierras. Y, como si esta situación fuera un pálido divertimento, asumen la penetración cultural y social (borran el himno local e imponen el de ellos, las banderas, los símbolos patrios, despliegan la dolarización, obligan a comprar solo lo que ellos traen, crean comisariatos, etc.).

Han pasado ya muchos años desde los acontecimientos de “Mamá Yunai” en Guatemala (donde sucede la trilogía del Nobel Asturias) y muchos más de los tristes episodios de Ciénaga y la zona bananera colombiana (que recrean, entre otros, García Márquez y Cepeda Samudio), y el panorama de postración continúa. La colonización mental de los dirigentes tropicales, como los colombianos, ha proseguido con su historia de dádivas, privatizaciones, subastas al mejor postor, arrodillamientos sin sonrojos…

El reciente besamanos del presidente colombiano en la ONU ante su patrón estadounidense vuelve a mostrar en un espejo de monstruosidades la cara del acólito, del que ha elegido esclavizarse. Ni una réplica por la situación de la caficultura, ningún reclamo ante los tratados leoninos de libre comercio, nada que se saliera de su prosternación vergonzosa ante el imperio. Una demostración de la continuidad de las “republiquetas bananeras”, como bautizó hace años la Casa Blanca y los mandamases de las transnacionales a los “paisitos” bajo su férula.

En la reciente Asamblea General de las Naciones Unidas, más se escuchó la voz del boliviano Evo Morales, que la emprendió contra Trump: “Me gustaría afirmar aquí franca y abiertamente que en ningún sentido Estados Unidos está interesado en la defensa de la democracia”, señaló. Hizo una defensa de la autodeterminación de las naciones y de la soberanía, al oponerse a cualquier intervención unilateral en Venezuela. En efecto, las contradicciones en el vecino país las debe resolver el pueblo venezolano, sin la injerencia de otros países en sus asuntos internos.


En cambio, el mandatario colombiano estuvo más interesado en renovar su condición de súbdito. Y mientras en el país se desfinancia la educación pública, se reducen los presupuestos de la ciencia y la cultura, el gobernante está más pendiente de conjugar el verbo “glifosatear”, al tiempo que hace treintaiunas y anima a la galería. Falta que juegue al yo-yo.

Y, como si fuera un colofón de lo visto en la ONU, el marionetero mayor comenzó a arengar contra Venezuela y se erigió una cortina de humo con un presunto conflicto bélico, como para tapar los efectos del debate contra el minhacienda Carrasquilla y los preparativos de una protesta generalizada contra los impuestos a la canasta familiar, el marchitamiento en las finanzas de la educación pública y el descontento de la población.

En El Papa Verde, segunda novela de la trilogía bananera de Miguel Ángel Asturias, se dice que un periódico es como un espejo deformador, en que las cosas se cambian. “Espejos en que las cosas aparecen otras”, ese “divino espejo del periódico, donde todo aparece mejor o peor, pero jamás igual”. Y en esas estamos aquí y allá, geografías en las que los diarios y otros medios, continúan al servicio del poder, más como apéndices propagandísticos y desinformadores, que como narradores y cuestionadores de la realidad.

Poco cambian estas Américas. Permanecen casi todos los males. Si el progreso no es para todos, entonces no es progreso, como decía Sábato. El complejo de la Malinche continúa.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 2 de octubre de 2018

Editado por María Piedad Ossaba